¿El Fanny Mikey olvidó su gestora? | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Sábado, 4 de Agosto de 2018
Emilio Sanmiguel

Vuelan los años con pasmosa rapidez. El próximo miércoles, 16 de agosto, ya serán diez años de la partida de Fanny Elisa Mikey Orlanszky, Fanny Mikey. No oigo ningún rumor de telones para conmemorar su legado. Alguien dijo que un país que no honra la memoria de sus artistas no merece ni el perdón. Fanny nació en Buenos Aires por cosas del destino, pero era colombiana hasta la médula.

Desde luego no hay que esperar un homenaje del Ministerio de Cultura. Tampoco de las fuerzas burocráticas del Distrito Especial… tan especial el Distrito. Esas son entidades que emplean a miles -no exagero- de funcionarios que no saben leer y mucho menos escribir. Cómo va el país a esperar que esos nidos de la burocracia vayan a rendir homenaje a la memoria de un personaje que ya empieza a convertirse en leyenda.

Tampoco parece que “Las creaturas de Fanny” -el Teatro Nacional y el Festival Iberoamericano de Teatro estén organizando algo a la altura de las circunstancias. De estarlo haciendo -a la altura de las circunstancias, claro está- ya se sabría.

Es decir, tenemos que contentarnos con la decisión, tomada a las carreras, de bautizar el Nacional de la 71 con su nombre. Más justo habría sido ponerle su nombre al de la Castellana, que es más importante. En realidad un gran centro cultural debería inmortalizar su nombre. Pero eso no ocurre ni va a ocurrir. Por el contrario, la feria de las vanidades, las emulaciones, envidias y mediocridades amenazan mortalmente a su Teatro Nacional y al Iberoamericano. Aunque eso no parece preocupar a nadie. Al menos a ninguno de los que detentan el poder cultural en este país.

Bueno, al menos se hace teatro por estos días en el Fanny Mikey, que es el de la 71: Nerium Park del catalán Josep María Miró. Debo decir que sentí algo de escalofrío el sábado pasado, a las 6:00 de la tarde, al ver que el telón -figuradamente porque el montaje no usa telón- se alzó con menos de la mitad del aforo de la sala y salí más preocupado porque se trata de una buena producción de un drama que, en apenas seis años ha hecho carrera en salas de España y Argentina.

Claro, pienso que vale la pena profundizar en el montaje de la argentina Corina Fiorillo. Hay algo que no termina de encajar en su puesta en escena. Hablo desde mi criterio, desde luego. Porque el original de Miró es de fuertes tintas surrealistas; sólo bajo esa premisa es factible aceptar la propuesta de un argumento tan ingeniosamente descabellado. Sin embargo, la escenografía de Gonzalo Córdoba no parece estar en armonía, o mejor, en enarmonía, con los sucesos, que bien podrían haber justificado una propuesta más arriesgada, más delirante, más fantástica que la suya. Porque cuando caen las luces al final del espectáculo, muy probablemente cada uno de los pocos espectadores del sábado haya salido a la oscuridad de la calle 71 con su propia interpretación: ¿todo lo visto ha sido un delirio de Victoria la protagonista? ¿El supuesto inquilino del edificio es una invención de la mente delirante de Nicolás. ¿Nicolás existe en realidad?

Verónica Orozco, en el rol de Victoria tiene una impecable actuación. Su trabajo tiene algo de lo cual carecen muchos, y muchas de sus colegas: una dicción y vocalización de primera línea, puede en segundos recorrer parlamentos a la más increíble velocidad sin que al espectador se le escape una sola de sus palabras, y con un ritmo sin fisuras. Esto, claro, contribuye a la construcción de un personaje que parece meditar poco sus actuaciones.

En cuanto a Santiago Alarcón, como dicen los españoles, ¡pedazo de actor! Me atrevería a decir que se trata de la más impresionante actuación, vista en el Nacional, desde cuando Andrés Parra,-que entonces no era famoso­, enfrentó el protagónico de The Pillow man de Martin McDonagh en La Castellana en 2010. Es que Alarcón no representa un personaje ni lo actúa, porque lo tiene entre las vísceras. Lo suyo desborda la técnica, es que ante los ojos atónitos del espectador ocurre la metamorfosis, del convencional asalariado a la piltrafa humana en que se convierte. No hay trucos, no hay maquillaje, prácticamente ni se despeina, lo que cambia es el interior del protagonista y cuando eso se hace desde las entrañas ocurre ese milagro que se llama teatro.

¿De pronto su actuación sea el mejor homenaje a la memoria de Fanny?

CAUDA

Someter al indefenso espectador a oír por casi veinte minutos, que parecieron dos horas, a oír en un volumen asesino Tea for Two antes de que se inicie la obra, está en los límites mismos de la tortura. Eso no se aguanta ni con el Ave María de Schubert en la versión de Leontyne Price dirigida por Von Karajan…