El “Mambo Filarmónico”, a toda máquina | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Orquesta Filarmónica
Lunes, 8 de Agosto de 2022
Emilio Sanmiguel

Son diferentes los conciertos. Unos sirven para volver a los clásicos y otros para disfrutar el magisterio de las grandes estrellas. Los hay para deslumbrarse con el arte de los virtuosos, para ser testigos de excepción del estreno de alguna novedad o presenciar el surgimiento de una estrella.

También para reflexionar.

Como el de la mañana del domingo 31, segundo de la II temporada Mambo Filarmónico 2022, que cerró el mes de julio y dejó un grato sabor en el auditorio. Tan grato que después del encore nadie parecía querer moverse de su sitio. Habida cuenta de que eran más los que estaban sentados en el piso sobre cojines, en la escalera, o simplemente recostados en las paredes de la sala Marta Traba del Museo de arte Moderno Mambo, que quienes disfrutan de una butaca

Acaso sea necesario recordar que se trata del convenio pactado entre la Orquesta Filarmónica y el Museo de Arte Moderno, para que este albergue, durante la última mañana de domingo de cada mes, una presentación de música, digamos, de nuestro tiempo.

Porque esa fue la pregunta propuesta por los filarmónicos al auditorio: ¿qué es moderno y qué no lo es?

Una discusión subjetiva en apariencia y sencilla sobre el papel pautado. A Alexander Scriabin y Sergei Rachmaninov apenas les separaba un año, porque Scriabin era de 1872 y Rachmaninov del año siguiente, sin embargo, en materia estética la distancia era sideral, la modernidad del primero sigue sorprendiendo y el conservadurismo del segundo irrita aún a una fracción de los abanderados de la modernidad. En la realidad, Rachmaninov es infinitas veces más popular en la programación de las salas de concierto que su compatriota.

La lista podría ser infinita: entre Camille Saint-Saëns y Gabriel Fauré sólo diez años de diferencia: el primero de 1835, el segundo de 1845, sin embargo, mientras el primero era un conservadurista, el segundo se encargó, en parte, de allanarle el camino a los revolucionarios impresionistas.

Mucho de eso hubo la mañana del 31. Sorprendente la acogida del público, porque como dije, aunque se habilitó hasta el último rincón de la sala Traba, incluida la escalera, muchos se quedaron por puertas.

Protagonistas de la mañana, dos de los titulares de planta de la orquesta grande, el violista Aníbal dos Santos y el pianista Sergei Sichkov.

Como de música moderna, contemporánea, actual, o como se la quiera llamar, es que iba el asunto, casi sin excepción todas las obras fueron novedad y algunas, estreno absoluto.

Primera obra, Lachrymæ op. 48a, reflexiones sobre una canción de John Dowland de Benjamin Britten (1913 – 1976) para viola y piano. Casualidad o no, Britten, el más importante músico del larguísimo reinado de Isabel II escribió en 1950 esta serie de variaciones sobre If my complaints could passions move de John Dowland, que pudo ser el más importante de los compositores de la era Isabelina, la de Isabel I. No vamos a mentir, nada en común entre las Isabeles, más interesante la hija de la decapitada que la longeva Windsor. El público, seguramente ajeno a las reinas, disfrutó la impecable interpretación, porque Dos Santos y Sichkov se las ingeniaron para persuadirlo de la manera ingeniosa como Britten desgrana facetas del Dowland, como piezas de un rompecabezas que finalmente se arma en su totalidad, porque son Variaciones y tema, es decir, primeros los destellos parciales y luego sí, el original.


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Enseguida eso de que hablaba, Scriabin. Porque Sichkov se permitió el lujo, y si se quiere, la audacia, de incluir, en un programa moderno, una obra de 1913, la Sonata n°9 Misa negra, por la sencilla razón de que se trata de una de esas obras cuya audacia y modernidad sigue desafiando el oído de los oyentes, un siglo después de haber sido compuesta. Scriabin, uno de los grandes pianistas de su tiempo, plantea dos grandes desafíos, el musical y el instrumental. El musical hace referencia a una partitura de complejo cromatismo y sesgos abiertamente atonales que se desenvuelve a lo largo de un único movimento, Moderato quasi andante - Mucho menos vivo - Allegro molto - Alla marcia - Allegro - Presto - Tempo primo, a su vez basado en el inestable intervalo de novena que Sichkov explicó al auditorio, aunque no lo persuadió de que se trata de una de las partituras más desafiantes y exigentes del repertorio, con episodios que el compositor resuelve no en dos, sino en tres pentagramas que, al contrario de ciertas obras de Schumann, por ejemplo, no son para interiorizar sino para tocar. La compleja estructura de la sonata y su desafío técnico fueron resueltos por Sichkov que, evidentemente, más que compenetrado en hacerlo bien, lo estaba disfrutando y eso se transmite.

El pianista regresó, ahora para recorrer del sueco Tommie Haglund (1959), últimamente muy ligado a la Filarmónica, Arcana lachrimæ de 1998, otro desafío, diferente, pero toda una prueba de control del sonido, de dominio del pedal y sutilezas en el ataque, una de esas piezas que recorre sin pudor la totalidad del teclado y parece regodearse en los extremos, flessibile pide al inicio la partitura, a la vez que demanda rápido possibile y, en materia de atmósferas, no menos exigente: Brillante, elegiaco, calmo, dolente. Sichkov supo transmitir, más que bien, la novedosa partitura del sueco.

Para cerrar programa, regresó Dos Santos para con Sichkov recorrer Le grand tango de Astor Piazzolla, de 1982, original para cello y piano, dedicada a Mstislav Rostropovich, el domingo en transcripción para viola y piano. Bueno, tan bien recorrida por los intérpretes que, al final no hubo escapatoria y fue necesario repetir la tercera sección, giocoso, que permitió disfrutar, de nuevo, los desplantes virtuosos de los pasajes en dobles cuerdas y glissandos, de un Piazzolla que, tanguero como es, es moderno, es argentino y seduce al público.

Gran final, para un concierto, de excepción, con un público mayoritariamente joven. Cultura a la lata, dirán lo jóvenes que se negaban a abandonar el Mambo.

CAUDA

Con el cambio de gobierno, y la llegada de Patricia Ariza, nueva ministra de Cultura quien, sin ánimo beligerante ha dado a entender que lo suyo será más el mundo de la cultura que el del espectáculo, es obvio que se van a reacomodar muchas fichas del tablero musical. Sobre todo, las de color naranja que no aportaron nada en la partida que duró cuatro años. Se supone, en consecuencia, que los protegidos del pasado, especialmente quienes andan al frente de los organismos que fungen de independientes, pero dependen totalmente de aportes del ministerio, tendrán el decoro de presentar sus renuncias y buscar nuevos horizontes.