Grosvenor, sencillamente magistral | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Jueves, 27 de Junio de 2019
Emilio Sanmiguel

Las cosas no siempre resultan como se las planea. En el teatro Mayor la presentación del pianista británico Benjamin Grosvenor, en días pasados, fue magnífica. Nueve días después, la del Scottish Dance Theater estuvo muy lejos de llenar colmar las expectativas.

Eso ocurre hasta en los mejores teatros y el Mayor es el mejor. No hace mucho veía una vieja entrevista con Sviatoslav Richter, que de los pianistas del siglo XX probablemente fue el mejor; con increíble franqueza hablaba de conciertos que, a pesar de comentarios favorables de la prensa especializada, habrían estado, en su criterio, muy lejos de lo que él consideraba una buena actuación. Es decir, que ni el mismo Richter, que era un genio, podía garantizarle a una sala que su nombre legendario pudiera ser garantía absoluta de algo memorable.

En el Mayor se trabaja de una manera inédita en Colombia y gracias a su programación Bogotá ha visto cosas que en el pasado eran inimaginables; hasta la Filarmónica de Viena en dos ocasiones y en muchas la Orquesta Simón Bolívar con Gustavo Dudamel. Pero en esa misma línea el concierto de la Orquesta del Diván, con Daniel Barenboim en el podio, fue impecable, porque lo fue, pero no a la altura de lo que se esperaba de uno de uno de los más grandes artistas de nuestro tiempo.

El Reino Unido es este año el País invitado de honor 2019 del Mayor. Nada gratuito. Porque desde el siglo XVIII, con Händel, su vida musical ha sido fuera de serie. Fueron los británicos quienes le encargaron a Beethoven la «Novena», para Mendelssohn Londres fue casi un segundo hogar y Verdi, que estuvo por primera vez allá en 1847 para estrenar «I masnadieri»; quedó encantado con la ciudad, pero encontró insoportable el clima y se quejó de la suciedad de las calles.

Unas son de cal y otras son de arena.

El recital de Grosvenor

A sus 27 años, Benjamin Grosvenor es uno de los más importantes pianistas de la actualidad. Hacía mucho tiempo el Reino Unido no lograba instalar uno de los suyos en la élite de los grandes del mundo: Myra Hess murió en 1965, Clifford Curzon en 1982 y John Ogdon en el 89; Mitsuko Uchida se nacionalizó británica, pero nació en Tokio y para el caso no cuenta.

Como pianista es británico hasta los tuétanos, su madre, Rebecca, fue su primera maestra y luego, el escocés Christopher Elton hizo lo propio en la Royal Academy of Music de Londres.

Anda en los escenarios desde los diez años y hoy brilla con luz propia en el llamado circuito internacional. Su presentación en el Mayor corroboró que, en su caso, fama y categoría van de la mano.

Tocó un programa de esos que, más que una lista de obras, fue su declaración de una manera personal de entender lo que es, o debe ser un recital.

Porque abrió con una obra de esas que parecen inofensivas, eso que en el siglo XIX llamaban peyorativamente Música de salón, Blumenstück op. 19  de Robert Schumann. Grosvenor sabe que nada que lleve la rúbrica de Schumann se puede tomar a la ligera, y cómo dicen ahora, llevó la música a «otro nivel». Demostró que Blumenstück en medio de su aparente sencillez es más compleja de lo que parece, qué maravilla oír la forma como su mano izquierda tocaba en «pianissimo» su parte y quedaba claro que las líneas melódicas son menos obvias de lo que parece.

Continuó con Schumann, pero con una de esas partituras que se sabe, son complejas y reservadas sólo para los grandes: «Kreisleriana», que al contrario de la anterior, sí revela abiertamente la personalidad inestable del compositor. La recorrió no sólo con el despliegue de técnica que demanda sino con toda la subjetividad interpretativa que para el caso es innegociable.

La segunda parte abrió con la incompleta, pero sensacional «Sonata desde la calle» de Leoš Janáček, tocada brillante e implacablemente. Enseguida las «Visiones fugitivas» de Sergei Prokofiev, que recreó en tal estado de gracia que fue inevitable pensar: qué gran compositor.

Para el final virtuosismo estratosférico, una de esas obras que irritan a unos y alborotan a otros: las Reminiscencias de Norma de Bellini de Franz Liszt. Tal vez de las trascripciones lisztsianas no sea la más lograda, pero la tocó como se espera, como un diablo y el público se lo agradeció, porque la ovación fue cerrada.

ENS

Presentación del Scottish Dance Theatre

Danza y el ballet son uno de los platos fuertes de la vida musical británica. Pero la presentación del Scottish Dance Theatre fue todo, menos interesante. Es verdad que los bailarines de la compañía hicieron gala de las condiciones técnicas y de disciplina que se espera de una compañía profesional. Pero una cosa es la compañía y otra muy diferente las propuestas de los coreógrafos.

Lo creado por los dos coreógrafos, Ritualia de Colette Sadler y Tutumucky  de Boris Seva, primera y segunda parte del programa resultó monótono y poco original: Sí, muy bien ejecutado por los bailarines, insisto, pero en el caso de la primera pieza, aparentemente una suerte de «variación» sobre Les noces, de 1923, de Bronislava Nijinska, con música de Stravinsky, para qué mentirnos: qué lejos de la obra original, esa sí una obra maestra de una de las grandes coreógrafas de la historia.

Con la segunda, pues… poco fue lo que se vio por las oscuras luces de Emma Jones y lo poco que se pudo vislumbrar, francamente flojo y bastante aburrido.

Pero, insisto, sobre la categoría de los bailarines no hubo duda: son buenos ejecutantes.