En 1998 empezó el calvario venezolano. Con la falsa promesa del cambio, un pueblo alienado por la narrativa del progresismo, se convocó de manera masiva - y hasta inocente- frente a las urnas y eligió en democracia al comandante Hugo Chávez como su presidente. Nunca pensaron que eso marcaría su destino y el de su familia por, hasta ahora, un cuarto de siglo.
Poco a poco, el régimen se fue arraigando. Con el discurso de que cualquiera que no les fuese afín era un fascista, muchos incautos cedieron su futuro ante los desbordados recursos del Estado que sirvieron para pagar subsidios, comprar conciencias, enchufar cómplices y en últimas, mantenerse en el poder por décadas.
Y es que como leí esta semana en alguna red social, puedes votar para que un dictador llegue al poder, pero no puedes votar para sacarlo. Así, el régimen que se hizo elegir en democracia y que hoy la desconoce, ha sobrevivido incluso a la muerte de su líder natural y a la estupidez de quién heredó sus banderas que, 11 años después, sigue en el poder oprimiendo las libertades del pueblo venezolano, violando todos sus derechos y aplicando un gobierno de terror gracias a la complicidad de toda la institucionalidad, donde el que se atreva a sublevarse firma su sentencia de muerte.
Este año, después de tres elecciones espurias y por el coraje de una mujer, María Corina Machado, la esperanza de derrocar al tirano volvió a Venezuela. Tras la promesa de unas elecciones libres, María Corina inició una cruzada en el país en la que logró cohesionar a la oposición, movilizar a la opinión internacional y devolver la fe a sus connacionales.
Para llegar triunfante al 28J, María Corina superó todo tipo de obstáculos: el incumplimiento al Acuerdo de Barbados, la inhabilidad injustificada, el hecho de que solo permitieran que 60 mil venezolanos en el exterior de los casi 8 millones de la diáspora se pudiesen inscribir para votar, el impedimento fáctico para inscribir a su candidata Corina Yoris “por fallas en el sistema”, la expulsión de observadores y veedores internacionales que no les eran útiles al régimen, la violencia y coerción por parte de colectivos e instituciones a quienes ejercieron su derecho al voto y la expulsión de los testigos de Edmundo González de los puestos de votación. No obstante, cerradas las urnas e iniciados los escrutinios, la victoria era avasalladora e imposible de ocultar.
Pero el régimen, que se empeña en abrazarse al poder que ya no le pertenece legítimamente, se volcó entonces en contra de los resultados, primero publicando unos números inverosímiles y luego aduciendo que habían sido hackeados. Afortunadamente, de nuevo, no contaron con la astucia de María Corina para quien este sería otro obstáculo superado.
En una estrategia de la más rigurosa filigrana, la líder de la oposición venezolana logró articular la participación activa de los votantes, las particularidades del sistema electoral, la veeduría permanente de la comunidad internacional y el apoyo frontal de uno de los gigantes de la tecnología y de las redes sociales, el señor Elon Musk. Así lograron hacerse a más del 80% de las actas reales de votación y publicarlas en la red, en tiempo real a medida de iban siendo procesadas. Las actas recopiladas gracias al apoyo articulado de miles de venezolanos, no sólo desmienten los falsos resultados publicados por el CNE y evidencian el demoledor triunfo de la oposición sobre la dictadura, sino que han hecho imposible la reacción del régimen que lo único que ha podido hacer en respuesta es decir, sin prueba alguna y agradeciendo el regalo de tiempo de gobiernos cómplices como el nuestro, que ya tiene todas las actas y que pronto serán publicadas.
La apuesta de la dictadura es ganar tiempo para masacrar al pueblo, falsear actas, intimidar a los que resisten, y seguir aferrado al poder, aunque ya no le quede ni un ápice de legitimidad. La apuesta del pueblo venezolano debe ser la permanencia popular en la calle y la resistencia democrática. La apuesta de los demócratas en todo el mundo, pero particularmente en Colombia donde no sólo somos vecinos sino que recorremos cándidamente sus mismos pasos, es no desviar la atención de lo que sucede, mantener viva la difusión y la presión para exigir que haya una transición pacífica.
No es cierto que la situación de Venezuela no sea prioritaria para Colombia. No es cierto que la andanada violenta de la dictadura contra la democracia en el país vecino no tenga efectos perversos en el nuestro. No es cierto que hablar del régimen sea desviarnos de los temas importantes que deberían concentrarnos como colombianos. Hace mucho tiempo que sabemos que el castrochavismo es sinónimo de esclavitud y de opresión. No permitamos que en Colombia también anule nuestras posibilidades de futuro.