Iberoamericano: acróbatas, bailarines y actores | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Abril de 2012

Por Emilio Sanmiguel

 

 

DE LOS primeros festivales, ya vamos en el XIII,  a raíz de la conmoción que causó Scherezada, quedó la costumbre de andar calificando y comparándolo todo: si se presenta el Rey Lear de los belgas, por ejemplo, hay que cotejarlo enseguida con el de los coreanos de hace dos años, o con el de los ingleses de hace seis. Y como este es el país de los reinados, también hay que buscar finalistas para la corona de Scherezda y los galardones de rigor para virreina, princesas, mejor compañera, más fotogénica, etcétera.

 

Ocurrió la noche del viernes con Voalá de Voala Project de España, que terminó sometido al escrutinio de una fracción del público, preocupado de si la propuesta de los españoles era o no superior al espectáculo de clausura de este o aquel otro festival y, como Voalá no termina con fuegos artificiales, pues no quedó en el ramillete de las finalistas. Otra fracción de los asistentes sencillamente se sentó en las graderías de la plaza, o en la arena, que estaba mortalmente mojada, y lo disfrutó sin reticencias, pese al agua de manaba de la arena. La propuesta de los españoles es sencilla: un gazebo que se eleva por obra y gracias de una grúa, y ya en las alturas los acróbatas se encargan de recrear un caleidoscopio humano mientras, sobre el escenario, dos cantantes y una bandoneonista crean la atmósfera musical del espectáculo. No es más y tampoco tiene que serlo: un caleidoscopio humano, una propuesta lúdica impecablemente presentada, a su manera muy original y punto.

 

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El sábado, en el horario de las 3 de la tarde, en el Libre de Chapinero, las cosas se pusieron en serio, muy en serio, con el Macbeth de Shakespeare del Tbilisi Vaso Abashidze Music and Drama State Theatre de Georgia. Se trata de una reinterpretación de la obra, esto es, algunas escenas siguen rigurosamente el texto original, en otras hay fusión de unas escenas con otras y eventualmente algo de improvisación.

 

¿Sacrilegio? No creo. Porque el mundo del teatro no es tan ortodoxo, Macbeth no necesita defensores, y lo roto sale por lo descosido, por los numerosos aciertos en la «puesta» que no son propiamente anécdotas. El primero, el más obvio es el menos frecuente, que Macbeth (Tornike Gogrichiani) esté encarnado por un actor joven, toda una rareza. El segundo la omnipresencia de las brujas y que algunas de ellas se desdoblen en personajes como la Lady Macduff. Tercero, que los personajes infantiles sean actores adultos; cuarto, la exuberancia del rey Duncan y sigue la lista hasta llegar a los aciertos de la producción como propuesta escénica, porque la idea de presentar la escena del banquete desde lo alto es alucinante y sugerir que el erotismo entre Macbeth y su mujer es uno de los lazos de unión de la pareja también.

 

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El sábado en la noche, en el Auditorio León de Greiff de la U. Nacional, presentó el grupo belga Pepping Tom de Bélgica 32 Rue Vandenbrandenque es su manera de decirle al público que la violencia y la intolerancia, desgraciadamente, no son patrimonio de nadie, sólo que según el lugar se presenta con facetas diferentes. En Europa se manifiesta con el chauvinisno, el racismo y lo que por estos lares no es tan frecuente: la soledad.

 

El contenido es ese y el lenguaje es el cuerpo, porque la obra de Gabriela Carrizo y Franck Chartier echa mano de un grupo de bailarines-actores europeos y orientales, que sobre el escenario hacen del dominio de su cuerpo y la flexibilidad de sus articulaciones un instrumento de expresión asombroso. La violencia es el leitmotiv y su expresión se logra en el control de los cuerpos que sobre el escenario de nieve logran dibujar fenómenos naturales, y toda suerte de atropellos y ambigüedades hasta escalar, al final de la obra, el momento culminante cuando uno de los personajes hace de la musculatura de su rostro un lienzo sobre el cual dibuja situaciones, horrores, monstruosidades y por una fracción de segundo El grito de Munch.

 

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Nora, Nora, Nora, es lo último que se oye decir a los personajes de Casa de muñecas de Henrick Ibsen, que con el paso del tiempo se va convirtiendo –sin contar a Shakespeare- en una de las obras más frecuentes de los festivales. La Nora de la producción de Herbert Fritsch del Teather Oberhausen de Alemania de la tarde del domingo en el Teatro Mayor es tan radicalmente opuesta a lo que el espectador tiene en su imaginario que sin duda estremece: enfundada entre un voluminoso tutú y encaramada en zapatillas de puntas, esta Nora erotiza todas sus relaciones con los demás personajes de la obra.

 

No hay que esperar al final -como en las puestas en escena tradicionales- para que la mujer haga erupción como un volcán que vomita lava por su cráter, porque la Nora de Manja Kuhl está desnuda desde el primer minuto del montaje.