La pianista italiana en el Teatro Colsubsidio | El Nuevo Siglo
Sábado, 23 de Febrero de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Mañana concluye la serie internacional de Grandes pianistas del teatro Colsubsidio con Artur Pizarro, el famoso pianista portugués. Cierre por todo lo alto. Porque Pizarro se le mide a dos de las grandes obras del repertorio: en la primera parte la Suite Goyescas de Enrique Granados y en la segunda la colección completa de los Preludios op. 28 de Federico Chopin. La primera obra genera hondas expectativas por la manera como un portugués enfrentará uno de los clásicos del piano español, y de paso una obra que en los últimas décadas empieza, poco a poco, a dejar de ser un terreno de exclusividad de los españoles. Por el lado de los Preludios también expectativas, pero en otro sentido, porque hay tantas versiones de ellos como pianistas grandes hay en este mundo, Pizarro uno de ellos. Habrá que ver, y oír, la manera cómo resuelve ese caleidoscopio armónico y emocional que son los Preludios op. 28.

 

Haydn y Liszt: luces y sombras

El programa de la italiana Vanessa Benelli, la mañana del pasado domingo, no arrancó con pie derecho. Porque su versión de la Sonata en mi menor nº 53 de Franz Joseph Haydn fue impecable, respetuosa del original, pero rutinaria y por momentos francamente aburrida. Una vez más, un gran músico, en este caso una notable pianista, resulta mordida por uno de los compositores más exigentes del clasicismo, Haydn, que no en vano se pasó casi toda la vida haciendo música para Eszterházy, uno de oyentes más atentos y exigentes de la historia.

 

Sin embargo, luego del rutinario Haydn, las cosas se enderezaron en cuestión de segundos, cuando Benelli enfrentó la parte complementaria del primer tiempo de su actuación con tres obras de Franz Liszt. Que por cierto, tocó de manera inversa a como estaban anunciadas en el programa.

 

Abrió con la Sexta Rapsodia húngara, continuó con La leggierezza, el segundo de los 3 Estudios de concierto dedicados a Eduard Liszt, para cerrar con la Rapsodia nº12. La decisión fue atinada, porque si bien es cierto la Nº 6 es un vehículo casi siempre imbatible para poner al público a delirar, Benelli se luce más en la Nº 12, que musical y estructuralmente es más interesante y compleja que la . Es decir, en la dejó muy en claro que es una pianista de resistencia y con los medios para solventar cualquier pieza de bravura; en el Estudio hizo su manifiesto de lirismo, control de la técnica y refinamiento y con  su interpretación de la 12ª elevó la temperatura de la sala.

 

 

 

El segundo tiempo con Brahms y Prokofiev

 

La segunda parte, o el segundo tiempo para seguir en jerga futbolera dominical, abrió con el Libro II de las Variaciones sobre un tema de Paganini de Johannes Brahms, una obra que en realidad puede convertirse en una especie de campo minado para cualquier pianista de experiencia, que puede caer, como le ocurrió a Benelli, en la trampa de concentrar su actuación en solventar las inagotables dificultades técnicas en los terrenos del virtuosismo, olvidando que es de Brahms que se trata y no de Liszt. Porque su interpretación, desde el punto de vista técnico, fue impecable y por momentos brillantísima, pero no brahmsiana, demasiada polifonía resuelta con superficialidad, pasajes cuya hondura no puede ser pasada por alto, como la variación 4ª, para apenas citar un ejemplo. Bueno, se entiende que sean tan pocos los pianistas que se atrevan a tocarlas en público y menos aun los que las han llevado a la sala de grabación. Decía hace una semana que las Variaciones Paganini no se hacían en Bogotá desde hace décadas y me asalta la duda de si alguna vez se habrán tocado, pero la duda se queda en el aire porque la memoria musical de Bogotá, que era Otto de Greiff, ya no está con nosotros.

 

El final del concierto fue el punto más alto del recital. Como los pianistas italianos se destacan por su control técnico y su mesura emotiva, una obra como la Séptima sonata de Sergei Prokofiev puede convertirse en sus manos en el mejor vehículo para un triunfo de primera línea. Porque su versión de la segunda de las tres sonatas de la guerra, como se conoce a este grupo de composiciones, fue gloriosa. Evidentemente Benelli se comportó como los atletas olímpicos que guardan fuerzas para la parte final de su actuación, que coronó triunfal en el breve pero dificilísimo movimiento final, Precipitato, que resolvió como una toccata de alto bordo técnico, pero con la rabia y agresividad que ya se presentía desde su profundo  Allegro inquieto.

 

Por fuera del programa

 

Hace mucho tiempo no veía una pianista que para el momento de los encores hiciera lo que antiguamente era la tónica: tocar obras inmensamente populares, tan populares que no hace falta anunciarlas al público y que, seguramente por conocidas no pasan por el aro de los programas oficiales. Benelli lo hizo y el público lo recibió con el entusiasmo que suelen despertar: primero el Rondo alla turca (sí, suele oírse pero en el contexto de la Sonata nº 11) de Mozart, y para despedirse, el Sueño de amor de Liszt, interpretados deliciosamente, con esa distención que suele ser la tónica de la parte siempre desconocida de los recitales, cuando ocurre… porque también, por muchas circunstancias no siempre pasa.