Música itinerante por el Museo de Arte Moderno de Bogotá | El Nuevo Siglo
EL quinto de los conciertos de la Serie de música contemporánea de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el Museo de Arte Moderno Mambo, por una afortunada casualidad, coincidió con el aniversario 59º del Mambo./Foto cortesía Orquesta Filarmónica de Bogotá.
Foto cortesía Orquesta Filarmónica
Lunes, 15 de Noviembre de 2021
Emilio Sanmiguel

Con la velocidad con la que se suceden las cosas, parecería que este concierto pasó hace mil años. Pero no es para tanto. En realidad ocurrió el domingo 31 de octubre y dejarlo pasar inadvertido sería, por lo menos, un imperdonable disparate.

El quinto de los conciertos de la Serie de música contemporánea de la Orquesta Filarmónica de Bogotá en el Museo de arte moderno Mambo, por una afortunada casualidad, coincidió con el aniversario 59º del Mambo, cuando Martha Traba asumió la dirección de lo que, hasta ese momento, desde 1955, había sido un museo sobre el papel, pero no una realidad.

Probablemente le habría encantado a la historiadora y crítica argentina ver lo ocurrido la mañana del último domingo de octubre en su museo. Porque los músicos de la Filarmónica no se limitaron a usar el interior del edificio para presentar su trabajo, sino que optaron por plantearle al auditorio una experiencia sin precedentes en el país: recorrer con la música los salones en una novedosa lectura, de la problemática arquitectura del edificio y del tipo de repertorio con el cual realizaron dicho recorrido.

Dicho en otras palabras: en el marco de la audaz exposición de Luz Ángela Lizarazo el concierto ocurrió en tres diferentes salones, el segundo de los cuales, a su vez, fue utilizado con orientaciones enfrentadas.

Ahora, como musicalmente hablando, el repertorio propuso tantas estéticas, representativas de la modernidad musical al público, tal vez no sea una vana especulación afirmar que Traba habría estado encantada con la alianza cultural establecida entre David García, director ejecutivo de la Filarmónica, y Claudia Hakim, directora del Mambo, su sucesora en la dirección del museo.

Quizás estaría menos encantada al comprobar que 59 años después de la puesta en marcha de semejante aventura, aún el Estado colombiano no está en condiciones de entender la importancia de una institución como el Museo de Arte Moderno, en cierta medida el encargado de catalizar la realidad -Cultura es todo, dirían los filósofos- del país. Como si eso fuera poca cosa.

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Seguramente tampoco le haría gracia comprobar que, en un evento de semejante trascendencia, brillaban por su ausencia los altos heliotropos de la cultura, los del entretenimiento y hasta los del famoso jet-set criollo: la mañana del 31 quedó flotando en la atmósfera que Hakim rema sola para llevar su barco a buen puerto…. Bueno, en honor a la verdad, acompañada de la Filarmónica, que parece entender lo beneficioso de estas alianzas.

Una vez más, por quinta vez y con mayor fuerza, quedó claro que la música contemporánea la va bien con los espacios nada convencionales y que hay un público en Bogotá en condiciones y con la sensibilidad para el disfrute de la música de nuestro tiempo.

Para no seguir dándole vueltas al asunto, al filo de las 11 de la mañana, con aforo completo de público, la Filarmónica juvenil, con dirección de su nuevo titular Víctor Hugo López, un nombre que viene a enriquecer el panorama sinfónico de Bogotá, en una de las tres salas enumeradas, inició el concierto con el brillante arreglo de Andrés Sánchez, miembro de la sección de metales de la Filarmónica, de Alma llanera de Pedro Elías Gutiérrez: al igual que ha ocurrido con obras del mismo talante en ediciones anteriores de la Serie, en este caso, sí, el público oyó un arreglo en el sentido convencional de la palabra, pero, por suerte, Sánchez no doblegó su naturaleza creativa y el resultado de su trabajo tuvo tanto de arreglo como de variación.

Enseguida la orquesta le propuso al público el primer traslado, a la sala contigua, un salón alargado, aflautado podría decirse, para oír Diosa Chía, obra de uno de los más importantes y consagrados compositores colombianos, Luis Pulido, presente en la sala, como Sánchez miembro de la Filarmónica, quien personalmente se encargó de ilustrar sobre características musicales de su obra, como el recurrir a la escala pentatónica, y las circunstancias de su composición. De sobra está decir que aplaudidísima, nada extraño dado que se trata de uno de los más competentes músicos de su generación en el país.

Enseguida se planteó al público un giro: el atrás fue adelante, para disfrutar de Seven duets para violín y tuba del norteamericano William Presser (1916 – 2004), especialista justamente en obras camerísticas en combinaciones tan inusuales como la oída: violín y tuba. Otro acierto.

Esta especie de segunda parte del concierto se complementó con Secreto, otra creación de Luis Pulido, también presentada e ilustrada por él, también aplaudidísima, como corresponde a una composición que tiene sobre el papel pautado más de un reconocimiento oficial.

Enseguida un nuevo traslado, ahora para oír, en una tercera sala del Mambo, del norteamericano Arthur Frackenpohl (1924 – 2019) Air and dance para violín y tuba, otra buena selección, y otro suceso con el público.

Ya, para cerrar el programa, el ya mencionado Andrés Sánchez, se encargó de presentar su propia obra, de tono lírico y confidente, Canción triste, tributo a su hermano, víctima de la pandemia. Porque como dije, la música no es extraña a eso de servir de catalizadora y testigo de la realidad.

En todo caso, sí, ausentes los altos heliotropos de la cultura en la mañana del aniversario 59º del Mambo. Pero, el público, el de los que sinceramente aman la música, y el de los visitantes del museo, esos sí estuvieron presentes.

Si existe un más allá, Martha Traba debió estar presente. Póngale la firma.