Pájaros de verano, una forma de sentir al pueblo Wayúu | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Mateo Contreras
Miércoles, 1 de Agosto de 2018

Para la comunidad Wayúu, “Si hay familia, hay prestigio. Si hay prestigio, hay honor. Si hay honor, hay palabra”. Una sociedad matriarcal, donde el apellido se hereda por línea materna, de mujeres fuertes a nivel político, económico y organizativo, pero que a la vez es profundamente machista, en el que la mujer pareciera tener voz, pero no voto.

Con estas líneas empieza la historia de Pájaros de verano, la nueva producción dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra, que hoy llega a la cartelera nacional.

Gallego comenta que “en el proceso de acercamiento de la historia vimos que era una característica que la hacía perfecta para nosotros, para contarla desde la fuerza de la mujer, de las luchas invisibles, de esos poderes y motores familiares. Una sociedad que se erige además en torno al comercio.” 

Agrega que “en Pájaros de verano también estamos abordando el mundo de los sueños, de lo no racional, de lo intuitivo, de lo intangible, pero a través de una familia cuya fortaleza, eje y guardián de la tradición es la mujer.”

Es así como las primeras escenas se desarrollan en una choza en medio del imponente paisaje del desierto guajiro, en una tradición muy importante para las Wayúu, el encierro, que prepara a las jóvenes para convertirse en mujeres. Allí Úrsula (Carmiña Martínez) como madre le enseña a su hija Zaida (Natalia Reyes) sobre el valor de la familia y las tradiciones que la convertirán en una majayut.

“Úrsula es una mujer muy fuerte, luchadora, cabeza de familia, con un temperamento muy fuerte, que ha sacado sola sus hijos adelante. Una mujer que por el bienestar de la familia puede tomar cualquier decisión. Es quien lleva las riendas de esta ranchería. Interpretar a Úrsula es volver a llenarme de mis raíces, volver a mi tierra y tener la dicha de representarla con toda la honestidad y la pureza. Mi vida se la he dado a ella”, explica Martínez.

Dentro de la valoración cultural Wayúu está el conocimiento amplio de la lengua materna Wayuunaiki y el de la tradición, pues ello significa que es una mujer de palabra y sabrá utilizarla como mediadora en situaciones delicadas, cuyo éxito estaría en su destreza oratoria, capacidad, mediadora y dominio cultural. En la mujer está la conversión del prestigio personal y del clan, al cumplimiento de los actos sociales y trascendentales del pueblo como el tejido, quehaceres del hogar para actuar en sociedad, costumbres, leyes, entre otras cosas.

Por ello lo primero que hizo la actriz Natalia Reyes fue aprender wayuunaiki con la ayuda de una indígena de esta etnia que vive en Noruega y quien tiene un canal de youtube. Cuando su selección para el personaje de Zaida, o Zaerra en wayuunaiki, fue confirmado, hizo un viaje de inmersión a La Guajira que duró cerca de cuatro meses y que incluyó aislarse en un lugar de la ranchería, como lo dicta la cultura para las niñas en su paso a ‘majayut’, e incluso aprender a tejer.

Cortesía

Reyes cuenta que “tenía un poco de miedo de si las mujeres wayúu me aceptarían, pero fueron muy generosas y me mostraban su orgullo cuando lograba hacer bien las cosas, pronunciar bien. Para ellas era muy importante que estuviera interesada en aprender esas costumbres que tienden a desaparecer. Después de un largo y duro trabajo, adelantado en conjunto con ellos, finalmente pasé esa dura prueba de la aceptación. Me atrevo a decir que logré una representación muy fiel y respetuosa”.

Una vez completado el tiempo de preparación, se realiza una gran fiesta para presentar a la nueva majayut ante la sociedad Wayúu. Es así como en la película la secuencia de la choza viene seguida de la introducción de Zaida a la comunidad, quienes esperan ansiosos su salida. Entre ellos Rapayet (José Acosta) quien queda prendado de su belleza y baila con ella el Yonna, un rito sagrado simbólico en el que la majayut persigue al hombre al son del tambor.

La ascendencia indígena de José por ambos lados, sus abuelos maternos de Natagaima en el Tolima y su abuela paterna perteneciente a la cultura Wayúu, de la que se alejó una vez se casó con un Arijuna (persona no Wayúu), constituyó en un enorme compromiso del actor con la comunidad, por eso compartió con ellos, no ya para aprender completamente su lenguaje, lo que era imposible en las semanas que duró el rodaje sino para conocer más sobre su cultura, aprender a bailar el Yonna y a entender el significado de costumbres como que nunca la rodilla de un wayúu toca la tierra, ni siquiera para recoger algo del suelo.

“Es una cultura fascinante. Aprendí sobre el porqué de rituales como el encierro de las niñas cuando tienen su primer periodo, que no se arrodillan como muestra de valentía o que aunque no son muy expresivos con sus sentimientos son leales a sus familias. Intenté que Rapayet fuera lo más fiel a un wayúu, desde la misma posición del cuerpo, su mirada, sus silencios. Es una forma de demostrar el respeto que siento por ellos”, asegura el actor.

El trabajo adelantado durante nueve semanas por un equipo técnico de más de 75 personas, 60 figurantes, cerca de 2000 extras y que tuvo como escenarios varios lugares de La Guajira y la Sierra Nevada de Santa Marta llega hoy a la cartelera colombiana, luego de una gran expectativa generada por su estreno mundial en la 50ª. edición de la Quincena de Realizadores del Festival Internacional de Cine de Cannes, en mayo pasado.

La cinta cuenta la historia de una familia indígena wayúu, encabezada por Rapayet Abuchaibe y su suegra Úrsula Pushaina, y su evolución a lo largo de una década que transformó al país. Se trata de un relato coral que se enmarca en los años del contrabando y la bonanza marimbera, periodo que marca el final de toda una época en Colombia.

“Lo interesante de esta historia de los años 70, es cómo fue ese momento en que el capitalismo llegó, arrasó y transformó todo en esta región y se enfrentó a una cultura tan fuerte y tan tradicional, tan bella y tan compleja como la Wayúu”, afirma el codirector de la cinta Ciro Guerra.

 

Por su parte Cristina Gallego comenta que “la bonanza marimbera es una metáfora de lo que pasa con nuestro país, que ha entrado en la historia con todos esos cultivos ilícitos, provocando que seamos marcados con el mote de narcotraficantes. Quería investigar qué pasaba detrás de eso, cómo podía afectar a una familia y es lo que veremos en Pájaros de verano, la tragedia de una familia que metafóricamente es como una nación”.

Ambos coinciden en afirmar que la mejor manera de describir esta cinta es como una película de gánsters, en la que romper los códigos puede llevar a la venganza, en la que las ofensas se pagan con sangre o con dinero y en la que es muy fácil traspasar la línea que permite vivir en armonía o en una constante guerra por disputas no resueltas.