Teresa Gómez regresa a la escena bogotana | El Nuevo Siglo
Foto cortesia Colsubsidio
Viernes, 3 de Mayo de 2019
Emilio Sanmiguel

Sin la menor duda, Teresa Gómez es, y ha sido desde su debut en Medellín cuando era apenas una niña, la pianista más querida de los colombianos.

Eso no ha sido gratuito. Es el producto de una trayectoria que conjuga lo que es ella como artista y el ejemplo que representa para muchas generaciones, que como ella, han querido hacer del arte una opción de vida.

Teresa, o Teresita como afectuosamente la llaman, ha demostrado que sí, hay que querer hacer las cosas, pero también que para lograrlo toca hacer concesiones, muchos sacrificios y pasar buena parte de su vida sentada frente al instrumento, sola, sin otra compañía que la partitura que está sobre el atril, echando mano de todo lo que ha estudiado, de lo que ha aprendido, también buscando en su experiencia vital todo aquello que pueda permitirle ponerse en contacto con el compositor y, por qué no decirlo, confiando en su instinto de artista.

Ella forma parte de esa élite de intérpretes que sabe bien que el estudio es una faena que demanda horas y horas de trabajo, para buscar el sonido adecuado, para encontrar el cómo resolver un pasaje, para encontrar el punto justo en el manejo de los pedales, pero también sabe que todo ese sacrificio se justifica, simple y llanamente porque adora la música. La ha amado desde niña, porque la música era el aire que respiraba en Bellas Artes en Medellín desde la cuna. Para realizar ese amor tuvo que contravenir las normas, el piano la embrujó y antes de que ella misma se diera cuenta ya estaba tocando, sola, en medio de la noche cuando las puertas de Bellas Artes se cerraban, con la complicidad de Valerio, su padre.

El resto es historia: la descubrieron, tuvo la suerte de que la apoyaron y logró que parecía un imposible: se convirtió en pianista.

 

Creo que el de este sábado  es su debut, como recitalista, en el Teatro de Colsubsidio. Con ese instinto que siempre ha estado de su parte, toca esta noche un programa de esos que tienen mucho de confidencia, porque sí algo han tenido sus conciertos a lo largo de su vida, es esa capacidad de compartir lo que ha sido la música en su vida. Las obras y los compositores se engarzan en lo más hondo de sus entrañas y eso le llega al auditorio.

Abre con Mozart, cómo no. Con la Fantasía en Re menor, K. 397, una obra de profunda emotividad, que se desarrolla en una atmósfera no exenta de tensión en la cual los tempos cambian incesantemente pero que en su estructura es tan deliberadamente libre que resulta imposible de encasillar en las formas arquetípicas del clasicismo, no hay que extrañarse de que la haya seleccionado para iniciar el programa.

Enseguida la Sonata en Mi mayor op. 109 de Beethoven, primera de la serie de las denominadas Sonatas tardías. Absoluta obra maestra que, como he dicho, también tiene mucho de confidencia, del compositor y de la pianista. Para Beethoven esta sonata es un paso adelante en su búsqueda de una independencia de las formas y de su incesante exploración en el complejo mundo de la armonía, pero también es una manera de respetar, a su aire, los atavismos clasicistas. Para Teresa la Op, 109 la ha acompañado a lo largo de toda su vida, fue uno de los riesgos que afrontó en su recital de graduación. La ha abandonado por años, para retomarla cada cierto tiempo y volver a profundizar en ella: un primer movimiento tan breve que hasta puede parecer apenas una introducción; el segundo, ligado sin solución de continuidad al anterior, hace las veces de un clásico Scherzo. Enseguida la prueba de fuego, el Tema con variaciones, que a pesar de su aparente sencillez es endiabladamente complejo, pero tan profundamente emotivo que casi puede dejar al oyente sin respiración.

Cierra la primera parte con lo que ha sido tan suyo, Chopin, el compositor al que ella ha sido más fiel a lo largo de toda su vida, el Nocturno en Do menor, op. 48 nº1, en el que la música, a la manera de un canto escueto, casi solemne, va emergiendo poco a poco hasta darle paso a un episodio central que es tan agitado que hay quien ha afirmado que la desesperación domina la música, luego regresa, brevemente a ese clima de introspección, inédito hasta ese momento en su amplia colección de Nocturnos.

La segunda parte del recital es lo que me atrevería a calificar de un ejercicio de la voluntad, tanto del compositor como de la pianista: Preludio, Coral y Fuga de Cesar Franck. Como dijo Cortot, es una de las piezas fundamentales del repertorio del piano, y eso es verdad. Las dificultades técnicas se alinean paralelas con las musicales, muy en particular por las complejidades en materia de expresividad, a la final se dice que se trata de un combate entre las sombras y la luz», el Preludio es una obra maestra de la vacilación, «mirada insistente sobre el abismo», el Coral es lento, doliente y misterioso y la Fuga resulta triunfal, una consecuencia inevitable pero también gloriosa.

Un programa exigente, inteligente y sobretodo, generosamente concebido por la artista. Si cuando Teresa nació no hubiera existido la música, ¡se la habría inventado!