Por Emilio Sanmiguel
Colaborador de El Nuevo Siglo
Claro que todos estamos de acuerdo con la tolerancia en todas sus manifestaciones. También con el respeto a la diferencia, principio inalienable de la vida en comunidad.
Como en todo, el respeto debe ir en dos sentidos. De lo contrario algo deja de funcionar en la ecuación de cultura y valores.
La mañana del pasado domingo, 24 de julio, aniversario del nacimiento del Libertador y del regreso a Colombia de la Camerata Bariloche a Bogotá, una pareja de jovencitas, en el extremo izquierdo de la primera fila de la luneta del Mayor, decidió pasar por alto lo que ocurría en el escenario a favor de una intensa faena de escarceos amorosos que terminó afectando la concentración de los músicos de los argentinos.
A la altura del Presto -andante- Presto de la Suite para orquesta de cuerdas de Leoš Janáček, la situación resultó intolerable. Desde el escenario, el segundo violín, Elías Perlmuter-Guverich, apartó la vista del atril para dirigirla a las inquietas espectadoras. Se detuvieron por unos segundos y reiniciaron su faena. Perlmuter-Guverich nuevamente las miró, con aparente amabilidad, pero de manera fulminante: por fin, dejaron de dar guerra. No debió gustarles mucho porque al final de la Suite ni aplaudieron.
Pese al prestigio internacional de la Camerata, una agrupación de sobra conocida por la afición local, la afluencia de público fue bajísima. Tanto así que no alcanzó ni para la mitad del aforo. Por eso, con muy buen sentido, permitieron el traslado de los balcones a la luneta y las susodichas, con eso de que los últimos serán los primeros, terminaron, por arte de magia en localidades de privilegio. Sólo que no valoraron ese golpe de suerte.
Baja la asistencia. El respetable es animal de costumbres y el horario de domingo en matinal no es habitual en el Mayor, más familiarizado con las noches de viernes y sábado o el final de la tarde del domingo.
Lamentable porque, tras más de medio siglo de actividades, la Bariloche es una, si no la más prestigiosa agrupación de música de cámara de Hispanoamérica. Sus nexos con Bogotá se remontan a su debut en la Luis Ángel Arango, el 20 de noviembre de 1969, bajo la dirección de su fundador Alberto Lysy. Ese concierto hizo época y resultó grato comprobar el domingo que, 53 años después de su actuación en la Biblioteca, no han perdido ni calidad, ni seriedad en su compromiso con el arte y conservan la conciencia de que su trabajo y tradición merecen respeto.
Abrieron, al filo de las once de la mañana, con una especie de novedad, la transcripción del Movimiento de cuarteto en Do menor D.703 de 1820, que Schubert inició pero, como ocurrió con otras de sus obras, dejó inconcluso. Las cosas no se quedaron en lo anecdótico de experimentar sinfónicamente lo originalmente camerísticamente, pues como la pieza se instala en el filo del inicio de la madurez musical del compositor, ofrece una interesante gama expresiva que los barilochenses tuvieron el cuidado de bañar de profundidad con un detalle, audaz, pero efectivo: doblar en el contrabajo la voz de los violonchelos.
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Es probable que obra siguiente se interpretó por primera vez en Colombia el domingo. La música del checo Leoš Janáček ha sido todo, menos frecuente en la programación de las orquestas y salas de concierto bogotanas. La Suite para orquesta de cuerdas de 1867 tuvo en la Camerata un vehículo de excepción, por las actuaciones de los instrumentos solistas, por la manera de resolver los diálogos instrumentales, por la intensidad de expresión y por cómo la recorrieron para crear la unidad entre sus seis movimentos.
Además, hubo convicción, tanta que, sin duda por eso, Perlmuter-Guverich pidió respeto a los ocupantes del extremo izquierdo de la luneta. Lo cierto es que el aplauso que dispensó el público fue tan intenso que, por unos segundos debió hacerles pasar por alto la baja asistencia y los excesos amorosos.
Del checo Janáček al ruso Tchaikovsky con el Andante cantabile en Si bemol menor para violoncello y orquesta de cuerdas op. 11 de 1871 con Stanimir Todorov como solista. Como en el Schubert, se trata de una adaptación, en este caso del segundo movimiento del Cuarteto para cuerdas n°1 en Do mayor, primero de los tres de Tchaikovsky, que, al igual que con la primera obra del programa, cede lo camerístico a favor de lo concertístico, sólo que la autoría de la versión es del compositor. La actuación de Todorov, impecable y efusiva.
Siguieron con otra novedad, bueno, novedad en nuestro medio, el Divertimento para orquesta Sz 113, BB 118 de Béla Bartók. Baste decir que la obra de Bartók cada día desafía mejor su paso la inmortalidad y en manos de la Camerata se oyó con legítima fuerza y auténtica belleza.
Tras la densidad del Bartók, hora de ponerse a tono con la mañana dominical, algo de virtuosismo con Navarra op.33 de Pablo de Sarasate. Freddy Varela, el concertino y director de la Camerata y Pablo, Sangiorgio brillaron en los fuegos artificiales del Sarasate.
Para terminar, Varela y el cellista Todorov fueron solistas en The man I love de Georges Gershwin, como quien dice, algo de jazz. Para los encores, cómo no: Piazzolla, un final feliz: el público a sus quehaceres y los barilochenses al aeropuerto, pues el inusual horario del concierto estuvo determinado por conexiones aeroportuarias.
CAUDA
Sonará frívolo. Sin duda. Pero en este país somos demasiado sensibles con la ropa de ceremonia, por cuenta de un frac que hizo historia… pero con urgencia hay que hacer algo con los que vestían los miembros de la Camerata.
PESE al prestigio internacional de la Camerata, una agrupación de sobra conocida por la afición local, la afluencia de público fue bajísima el pasado domingo en el Mayor, de Bogotá./Foto cortesía Teatro Mayor