Un ballet “de despedida” por partida doble | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor - Juan Diego Castillo
Lunes, 10 de Diciembre de 2018
Emilio Sanmiguel

Un Ballet “de despedida”  por partida doble el pasado viernes 7 de diciembre. Con “Cascanueces” del Ballet de Santiago, primera compañía clásica de Chile, se clausuró la muy buena Temporada 2018 del Teatro Mayor.

Y con la gloriosa música de Tchaikovski llegó a su final, digamos que abruptamente, la dirección titular del catalán José Caballé en la Filarmónica de Bogotá. No llegó al año al frente de la agrupación y no ha habido por parte de la Orquesta un comunicado oficial. Sin embargo, en el medio se sabía  que las relaciones entre el catalán y los filarmónicos no eran las más fluidas o cordiales. Las tensiones llegaron a un punto de no retorno y la víspera de la primera presentación de los chilenos sobrevino la renuncia. Nada funcionó con Caballé, a quien la directiva Filarmónica presentó como uno de los primeros directores del momento en Europa, lo que sin duda fue una exageración.

EL Cascanueces

¡Por las lágrimas del Niño Jesús en el Pesebre! para estar a tono con la Navidad, cómo se les fue a ocurrir ubicar el Teatro los extramuros de Bogotá: ¡dos horas y media para llegar al Mayor el viernes!  Afortunadamente, aunque con sus bemoles, la actuación de los chilenos algo compensó la odisea.

Muchos factores incidieron en la “Puesta en escena” del “clásico de clásicos” de la Compañía: la obra y su coreografía, la función en sí, el desempeño de la orquesta. Así pues, vamos por partes.

La compañía

Otra vez lo mismo, por partida doble. Porque hubo dos compañías. La primera, la profesional, fue el Ballet de Santiago, con la solidez de una agrupación de rango internacional. No en vano está bajo la dirección de una de las grandes estrellas del siglo XX, la brasileña Marcia Haydée cuya trayectoria marcó parte de la historia de la danza de la segunda mitad del siglo XX. Es decir, tanto los solistas como el “Corps de ballet” exhibieron disciplina, musicalidad, presencia y rigor.

Pero, como se trata de un ballet cuyo argumento demanda la presencia de niños en el acto I, recurrieron a una escuela local, la Academia Tosín, con un desempeño bastante limitado en materia de baile, o por lo menos no a la altura de instituciones de más amplia trayectoria en compromisos similares, como la Pavlova, que en ese campo, parece no tener rival en Bogotá.

Coreografía de Jaime Pinto

La coreografía original es la de Marius Petipa y Leb Ivanov para el estreno en el Mariinski de San Petersburgo en 1892. Esta es la que, de alguna manera marca el camino por el cual han trasegado otros coreógrafos incluso con enorme éxito, como Balanchine en 1844, para apenas citar un caso.

La vista el viernes, la firma el chileno Jaime Pinto. Hablo de una coreografía, sin duda profesional que sabe sacar partido de las condiciones de la compañía. Su trabajo es, repito, profesional, pero, para qué mentirnos, nada realmente novedoso, ni en los pasajes para el  “Corps de ballet” ni en los creados para los solistas.

Sin duda por una entendible necesidad de “resultar original” incluye una  escena con Drosselmeyer y un grupo de elfos, a manera de “prólogo” que resulta superflua. Incluyó sus elfos, y también bailarinas en “tutú romántico” en un par de momentos del acto I, trasladó el “Vals de las flores2 al inicio del II, cambió el orden de la música original del acto II.

Para no dar rodeos, su coreografía para las danzas «de carácter» resultó bastante insatisfactoria. Ahora, hacer del “Grand Pas de Deux del Hada del terrón de azúcar” un «Pas de trois” tampoco fue acertado. Profesional, sí, pero nada más.

Función del viernes

Pese a esa coreografía con tantos “bemoles2 la compañía bailó a tope. Lucas Alarcón como Drosselmeeyer, tuvo una actuación intensa, de fuerte control, salto generoso, admirable “ballon2 y gran resistencia.

Lo propio para el Hada del Terrón de azúcar de Natalia Berrios, cuidadosa en las “puntas”, líneas impecables, buen “balance”, gran musicalidad y limpieza en sus evoluciones. También notable Romina Contreras como Hada de las nieves.

En un gesto de deferencia, el elenco contó con el «Cascanueces» del colombiano José Manuel Ghiso, egresado de Incolballet de Cali, de impecable actuación, líneas limpias, buena técnica en sus “Pirouetées a la seconde”, también generoso en el salto. Y otro colombiano, Felipe Arango, como Fritz, bailó con energía y, sobretodo pudo darle intensidad a su antipático personaje. Finalmente, refinada y con encanto la Clara de Lara Costa.

Impecable vestuario, escenografía y luces. A la altura del prestigio de la compañía.

La orquesta y Tchaikovsky

Como bien se sabe, la música de Tchaikovski es una obra maestra. Sin embargo, dada la situación de la renuncia de Caballé, había tensión y las cosas parecieron en los primeros minutos no estar bajo control, porque la filigrana de la “Obertura miniatura” no transcurrió con precisión y la cuadratura fue, por lo menos, desigual.

Pero, a la final, el foso del teatro es agradecido, los filarmónicos trabajaron con entrega y, salvo la ausencia del coro en la “Escena de las nieves2, la orquesta, y el saliente director, hicieron una buena, y por momentos muy buena, recreación de la partitura.

Aunque, esto hay que observar desde la concepción de las tonalidades, pues los cambios en el orden de las danzas, cosa no imputable ni al director ni a la orquesta, sino al coreógrafo, no fueron un acierto.

Pero, en resumen, un buen final para una gran temporada.