Viaje a la China profunda a través de Cooking Taichi | El Nuevo Siglo
Foto cortesía CFooking Taichi
Lunes, 27 de Agosto de 2018

Hay restaurantes que se visitan, en cualquier ciudad del mundo, porque son trendy. Su diseño de portada de revista, sus cocteles de autor o el sector donde se encuentran ubicados los convierte en lugares exclusivos donde uno va para ser visto. Hay otros donde definitivamente hay un plato o varios que cautivan al comensal de tal manera que lo hace volver una y otra vez. Y hay restaurantes donde lo que uno obtiene es una experiencia única, sin importar cuántas veces lo visite.

Así es Cooking Taichi, en el Parque de la 93 de Bogotá. Este restaurante bien podría ser el set de una película, donde todo está delicadamente pensado y ubicado: las típicas lámparas rojas que prometen prosperidad; biombos originales; piezas fantásticas, como una fuente con una esfera que da vueltas sin detenerse o un trono potente hecho de un árbol, que pertenecieron a diferentes dinastías; y mesas giratorias en pequeños salones privados donde los comensales –chinos, en su mayoría– acuden para comer y pasar un rato agradable cantado en el karoke en su idioma natal. Sin duda, es el único lugar en Bogotá donde podrían hacerlo.

La música en Cooking Taichí es el primer ingrediente para conseguir la experiencia. Cantantes como Faye Wong amenizan la comida. Luego, a la mesa llega un festival de colores y de sabores incomparable.

Sus meseros, todos vestidos con trajes satinados de color negro y rojo, desfilan por el enorme salón, llevando platos como wontons (empanadas) de cerdo o cangrejo, bolitas fritas de camarones y calamares, pescado frito en salsa agridulce, lomito con brócoli, chow fan o la estrella de la casa: el pato Pekín, que aquí es todo un acontecimiento.

Para comerlo –Y hay que hacerlo al menos una vez antes de morir– hay que hacerlo 24 horas antes, debido a su compleja preparación.

Cooking Taichi tiene varios secretos guardados en su carta, porque algunos de los platos solo aparecen en el menú en mandarín porque son tremendamente apetecidos por la comunidad oriental en Colombia. Por ejemplo, la exquisita sopa de nido de golondrina.

El bar es también digno de excursión. Si bien su barra no es gigantesca, hay un rincón reservado para vinos que dejarían con la boca abierta a cualquier experto, pero sobre todo a cervezas y licores chinos con botellas majestuosas y sabores fuertes y envolventes.

Después de una cena que será excesiva -es imposible dejar de pedir y probar los recomendados que le sugieren los meseros-, vale la pena terminar con un té -aquí por supuesto que saben de eso- y un postre, los cuales suelen ser sobrios, frutales y poco dulces. Pero se agradece. Es simplemente un bocado sencillo para que las papilas gustativas no olviden ninguno de los sabores (picantes, agridulces, salados) con los que la cultura milenaria de la China se hizo presente con toda su autoridad y su magia en aquella cena.