Antes de elevarse a ras de suelo, una sonrisa amplia y palmas a una tribuna que le devuelve el gesto en un cerrado aplauso. La colombiana Caterine Ibargüen, la mejor atleta del mundo en 2018, dio este año un salto a la posteridad con una marca personal.
Con 34 años, la saltadora colombiana ya es leyenda y su palmarés podría aumentar antes de su anunciado retiro tras los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Conquistó el oro olímpico en Rio de Janeiro-2016 en salto triple con una marca de 15,17 metros, cuatro años después de haber alcanzado la medalla de plata en Londres.
Además fue campeona de la liga de Diamante en su especialidad en 2013, 2014 y 2015 y ganó los títulos mundiales de Moscú en 2013 y Pekín en 2015. El 8 de julio de 2014 alcanzó su récord personal de 15,31 metros.
El 2018 fue el año de los títulos al triunfar en las pruebas de salto triple y salto largo de la Copa Continental de la IAAF, la liga de Diamante y los Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Sin embargo, tal vez la hazaña que le mereció el reconocimiento a la mejor atleta del año por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) fue el haberse coronado campeona en la Liga de Diamante tanto en triple como en longitud en dos ciudades diferentes con sólo 24 horas de diferencia.
Por eso su discurso, al recibir el galardón, conmovió a los espectadores: "No puedo con mis piernas, me están temblando ahora mismo".
Nada de "pobrecita"
Ibargüen nació en el municipio de Apartadó, en la convulsionada y empobrecida región del Urabá, tristemente célebre por las masacres y los desplazamientos forzados originados por un conflicto armado de más de 50 años.
Aunque no reniega de sus orígenes, en reiteradas ocasiones ha mostrado su malestar con que se le llame la "pobrecita" que venció a la precariedad y la violencia.
"Yo he marcado la vida de otros por mis resultados deportivos. Entonces todo el mundo quiere desviar esa parte. Y no", dijo en una entrevista a la revista Bocas en 2014.
Probablemente solo cuando habla sobre ese tema esconde su amplia sonrisa.
Es bien visible que, antes de saltar, levanta sus brazos y juguetea con el público, para ponerlo de su lado y llenarse de fuerza.
Más íntimo es el ritual que realiza en los bastidores, cuando escucha el vallenato "Mi propia historia", de Silvestre Dangond, que le dedicó su madre, Francisca Mena.
"Ay, cada quien tiene en la vida su cuarto de hora, que lo motiva, que lo entusiasma a ser triunfante. Es un momento de buena suerte que uno lo adora. Es mi momento, esa es mi estrella y voy pa'lante", reza la canción.
Del volei a las pistas
La carrera deportiva de Ibargüen, graduada en enfermería en Puerto Rico, empezó en el voleibol y luego incluso practicó lanzamiento de bala, pero un profesor de su colegio la llevó a las pistas, donde se quedó para siempre.
En plena adolescencia, Ibargüen se probó en el salto alto. Llegó a los 1,76 metros, pero se quedó sin cupo a Pekín-2008 y pensó incluso en abandonar el deporte.
Un ángel apareció entonces en su vida: el entrenador cubano Ubaldo Duany, quien la convenció de dedicarse al triple salto, una disciplina que le impuso un sinfín de sacrificios en extensas jornadas de entrenamiento para adquirir la técnica, pero le permitió dejar atrás las vicisitudes de la infancia.
Su dedicación puso los focos del mundo sobre sus altos vuelos, especialmente cuando ganó la presea de plata en Londres-2012 y cuando acumuló 34 victorias consecutivas en la Liga de Diamante.
Tras el premio a la mejor atleta del año seguirá luchando para cumplir su único sueño deportivo pendiente: "llegar a ser la mujer que más ha saltado en la historia". Para ello afirma haber visto decenas de veces el video en el que la ucraniana Inessa Kravets estableció el récord de salto triple de 15,50 metros en los juegos mundiales de Gotemburgo (Suecia), en 1995.
Seguro que para esa labor volverá a acudir a la canción de Silvestre Dangond, que en otra estrofa dice: "Si Dios me puso como un ejemplo para triunfar, esa es mi estrella, qué buen camino para llegar".