Valeria Cabezas Caracas nació en Cali, Valle del Cauca, en la clínica Confenalco, el 16 de enero de 2001. Hija de Efrén Cabezas y Elda Lucy Caracas, fue criada en el seno de una familia trabajadora, digna, su padre maestro de construcción, su madre dedicada al trabajo más difícil del mundo, cuidar el hogar.
Esa es Valeria Cabezas, la niña que se graduó en junio del año pasado del Colegio Técnico Comercial Santa María Goretty en donde sus materias favoritas eran arte y danza, tiene una habilidad especial para dibujar, ni hablar cuando baila, experimenta con diferentes ritmos, se divierte, goza. Quiere ser profesional del deporte, estudiar en Cali, la de sonrisa picaresca, la que está en todo momento para sus compañeros y amigos, la misma que en octubre del año anterior le regaló al país una medalla histórica de oro en las Olimpiadas de la Juventud en Buenos Aires, Argentina, la de los 400 Metros Vallas.
Valeria, la espigada campeona, mide 1.70, bastante alta para el promedio colombiano, sonríe mientras prepara lo que será la carrera más importante de su vida hasta el momento, estamos en Buenos Aires en la final de los 400 Metros Vallas y así se prepara ella, sonriendo, grita para sacar la adrenalina, para descargar la presión, algo muy parecido a lo que hace su ídolo Catherine Ibarguen, está a 58 segundos de entrar en el libro dorado de la historia del deporte colombiano, ella todavía no lo sabe, eso sí, se lo imagina, porque el trabajo, el entrenamiento y la pista se lo han dicho. Comienza la carrera y utilizaremos esos 400 metros para conocer a Valeria.
100 metros
Cabezas Caracas solo tiene en su mente una cosa cuando corre: ¡Ganar! No se detiene a pensar en el clima, el ambiente o las rivales, está totalmente enfocada en lo que será la carrera, no hay espacio para pensamientos negativos, todo es positivo, esta será su victoria más especial aunque ella aún no lo sabe, prefiere no pensar en lo que hay después de la línea de meta, pues como dice ella: “Cabeza cansada es igual a cuerpo cansado” y no es el día para estar cansada, quiere llegar de primera, como lo hace cada que compite.
Comienza la carrera y Valeria se adelanta por centímetros, en las gradas sus compañeros de delegación la alientan sin parar, hay gritos, hay nervios, pero ella se ve calmada, enfocada, al fin y al cabo apenas entra se vuelve una con la pista, es su lugar en el mundo, donde se siente con confianza, segura, algo que no sabe explicar. A los 12 años la llevaron por primera vez a una pista de atletismo, apenas la toco sintió algo especial, inexplicable, es como si ella no hubiera escogido ser atleta, sino que el atletismo la hubiera elegido a ella para que fuera parte de la monarquía de este deporte.
200 metros
Para quienes estamos en la grada 58 segundos se hacen eternos, toda una vida, para Valeria en la pista van tan rápido como ella, no tiene tiempo de pensar en lo que gritan desde afuera, no hay chance de ver a las rivales, solo su carril y las vallas, una por una las va saltando con un único objetivo que se trazó cuando empezó a practicar los 400 Metros Vallas, ganar un oro olímpico, desde entonces soñaba con eso, lo anhelaba, un sueño que le costaría lágrimas, sudor y esfuerzo, “los sueños se cumplen pero hay que trabajar para que pasen” afirma Cabezas.
El camino a la cima es muy largo y es mejor estar bien preparados, el trabajo no ha sido fácil, siempre hay obstáculos pero Valeria los ha sabido saltar como salta las vallas mientras se va ubicando primera en la carrera, superando a sus rivales con cada zancada que da, de cerca la sigue una competidora brasileña, ella sabe que está ahí, que la sigue, pero no se puede detener a ver a cuantos pasos está, al fin y al cabo Valeria corre por sus sueños, en su subconsciente retumba la letra de su canción favorita, la misma que escucha justo antes de entrar a la pista: “Ve por tu sueño, no tengas miedo, no te detengas aunque te enfrente un león, hazte el sordo, ponte los guantes y ve adelante”.
300 metros
Valeria ya ve la meta, está cada vez más cerca, toma ventaja sobre las demás competidoras, la brasileña sigue cerca, es el último esfuerzo, en casa su mamá espera noticias, ora por su hija, porque no se lesione, que no se caiga, que llegue bien a la meta, que regrese a casa.
Elda Lucy, la mamá de Valeria, se convirtió en parte del equipo de su hija, la cuida, la acompaña, le prepara el uniforme, los zapatos, las moñas que se pone en el pelo cuando corre, le prepara sus comidas favoritas, el pescado, los mariscos y el arroz con pollo, hace más fuerza que nadie para que su hija gane, al final del día son las madres las más grandes fans de sus hijos.
Quedan 50 metros, es el momento de apretar, de no parar, de no bajar la guardia, las piernas ya empiezan a sentir el cansancio, pero la meta está cerca, entonces, la brasileña se cae y Valeria siente un impulso, un poco más de energía para llegar al final, quizá sea esa energía que desde su casa manda su mamá, su papá, su hermano, o la misma energía que siente desde que era una niña y su mamá la hacía comer pescado y mariscos para que creciera fuerte, una energía que la lleva a acelerar aún más, a correr por sus sueños, a llegar a la meta primera, a ganar, apenas cruza la línea final tiene tiempo de pensar, porque 400 metros son muy cortos para pensar en algo específico, sabe que pudo haber sido algo más rápida, sabe que saltó bien, pero lo más importante es que ganó, cumplió uno de sus sueños, la meta del año, ser campeona olímpica.
Después de los 400
Vienen las lágrimas, la emoción, el abrazo eterno que le dio a sus compañeros de delegación que la esperaban al final de la pista con los brazos abiertos y que quedará en su corazón para siempre, la llamada a su mamá a decirle que ganó, que sintió la fuerza que le mandaron, el mensaje de Catherine Ibarguen felicitándola, la prensa rendida a sus pies, vendrá el himno y las lágrimas cuando en los altoparlantes suene el “Oh gloria inmarcesible, Oh júbilo inmortal”, la bandera en lo más alto, el abrazo con su entrenadora, la felicidad efímera, porque en su cabeza ganadora ya no está la medalla de oro juvenil, sino el siguiente reto, la siguiente meta, llegar a Tokio 2020, adquirir experiencia para en 2024 ganar una medalla y así cumplir otro sueño.
Hay un cuento que dice: para ser reina primero tienes que ser princesa. Valeria sueña con las olimpiadas de mayores, con una medalla en ellas, anhela seguir los pasos de la reina Catherine Ibarguen, en Buenos Aires, Argentina se convirtió en la princesa del atletismo colombiano, va por buen camino.
PIE DE FOTO
El camino a la cima es muy largo y es mejor estar bien preparados, el trabajo no ha sido fácil /Cortesía