'El Gran Alfredo', el hombre que prefirió capotear la vida en las calles | El Nuevo Siglo
Foto archivo ENS
Miércoles, 23 de Diciembre de 2020
Gustavo Veloza

Cuando a las 5 y media de la madrugada comienza a despuntar el alba en el occidente de la gran urbe, el hombre curtido por el sol y con la carga a sus espaldas de 75 años caminando las calles, se remueve en su camarote del garaje donde vive, y abre sus ojos ante otro día. Casi medio dormido, Guillermo Alfredo Ortiz Figueroa, 'el Gran Alfredo' como lo llaman sus amigos de las avenidas, se alza para comenzar una jornada igual a la de hace muchos años: levantarse y salir a los barrios vecinos del Minuto de Dios, a ver qué amigo lo invita a desayunar.

Ya no puede elevar la cabeza con altivez como lo hacía en sus años mozos, todo por culpa de los roces de sus vértebras con la columna que le producen un dolor intenso como si una aguja le pinchara la piel. Ya a estas alturas de la vida, a Alfredo todo le parece soportable, hasta el mismo dolor de su infinita soledad.

Desde hace una cantidad de años que no recuerda, hace el mismo ritual antes de las seis de la mañana: deja la cama temprano, se lava el rostro para desesperezarse con el agua gélida del amanecer, se viste con el mismo saco de paño marrón mareado por el sol que utiliza cada semana, se pone un pantalón caqui de dril y sale a buscar otro pedazo de vida en las calles.

Cuando tiene suerte y en sus bolsillos han quedado unas monedas, puede ajustarse de desayuno un pan con tinto. Sin embargo, a media mañana, siempre aparece el dueño de la ferretería de los 20 barrios que recorre cada día y lo invita a desayunar.

Sin limosna

'El Gran Alfredo' no es un ciudadano de la calle sino que vive de la calle misma sin pedir limosna. Prefiere recoger los elementos que los residentes ya no utilizan, recicla los que tienen algún uso, y los otros van a parar a la basura. De eso vive desde hace 53 años cuando dejó su Palmira natal y el calor de su hogar para ponerse a recorrer el país. En el fondo guardaba la esperanza que pudiera ser torero, pero sabía que ese anhelo era casi imposible sobre todo para un hombre de su raza.

"Hace muchos años que dejé a mi familia, no me comunico con ellos. Yo no tengo familia, ni me gusta la marihuana, ni el bazuco ni nada de eso" precisa con vehemencia para advertir que estar en la calle no es sinónimo de drogadicción.

Con voz débil y pausada dice “me ha costado mucho la tauromaquia, quiero ponerles teorías buenas para que el arte de los toros no se muera o que sea más civilizado, que no sea tan salvaje como a la gente no le gusta esa vaina, yo soy taurino a morir, vine acá a Bogotá con ganas de ser torero pero no pude”.

Desde ese momento, desde que abandonó el calor de su familia, supo que la soledad era su permanente compañera hasta hoy, cuando los vecinos lo ven pasar por las calles de esos barrios residenciales del occidente bogotano. En ese trasegar, este hombre curtido por el sol y el viento sabanero, clava sus ojos en los depósitos o en las basuras que dejan los residentes, para rescatar lo que se puede salvar y aprovechar de la descomposición.

En esta pandemia, Alfredo anda con su tapabocas, pero a veces no puede lavarse las manos.

"Eso es preocupante" dice con rabia. "Hay mucha gente que vive en condiciones peores que yo o igual que yo y nunca tienen donde irse a lavar las manos y entonces cuando llueve acumulan agua en una caneca y se lavan, pero lo importante es que la gente aquí, cada cual tiene esa discriminación, pero me doy por bien servido porque tengo salud".

El duro trasegar

El trabajo y supervivencia de este hombre proviene de los productos que ya no usan los demás, de lo que desecha la sociedad.  A veces, en esa trasegar de una calle a  otra, rebuscándose el alimento, se recuerda de esa familia que dejó y dice: “hace años que no me comunico con mi familia, yo tengo familia regada como en unas seis partes de Colombia, pero a mi familia la abandoné hace muchos años. Yo quiero ahora que me organice volver a Buenaventura. Regresaré a Palmira, así me demore otro año más, pero quiero organizarme, llegar allá organizado y en buenas condiciones económicas”.

Esa es la esperanza de 'el Gran Alfredo', quien nunca se ha detenido a pensar cuántos kilómetros recorre a diario cuando está tras su presa favorita: un computador desechado, una mesa inservible, los cables de la luz o una butaca que ya nadie quiere. Para él, estos son una pequeña mina de oro, si los vende puede tener para comer varios días…

"Yo recojo esas cosas, las cambio si sirve para alguna cosa y si esta nueva o si sirve para repuesto, se lo llevó a los dueños de ferretería, algún mecánico o algún ingeniero electricista me la compra, pero para mí es una mina", sostiene este hombre de tez morena con la cabeza ya despejada que da paso a un ramillete blanco de sapiencia.

Esa sapiencia es la que lo mantiene en contacto con sus vecinos o quienes lo ayudan para sobrevivir…

"Estudié hasta tercero de primaria, gané para cuarto de primaria y no volví a la escuela", sostiene con tono de sabiondo.

"Yo he sido muy lector también, me gustan toda clase de novelas, me gustan las biografías de los grandes personajes del mundo. Yo soy muy seguidor de Julio Verne y Víctor Hugo, me gusta mucho Agatha Christie y Alfred Hitchcock, el maestro de películas de suspenso, todo eso me ha gustado mucho".

En ese ir y venir por la selva de cemento de la urbe, 'el Gran Alfredo' no tiene cuentakilómetros en su cabeza, pero sí una enorme capacidad para recordar a los políticos del país.

Cuando supo que este reportaje era para EL NUEVO SIGLO, inmediatamente dijo:

"Pero si es el Siglo del gran Álvaro Gómez, a él lo recuerdo bien, un gran político pero ya ve, la chusma lo mató, y ahora estamos como estamos", indica este personaje de las calles, denotando su conocimiento de la política y de la situación del país, pero reviviendo ese perverso eufemismo partidista de la época de la violencia cuando a los revoltosos o guerrilleros los llamaban “chusma”.

La política

Hablando de política, 'el Gran Alfredo' es vehemente al comparar los partidos de hoy con los de antes: "Acá en Colombia no respetan casi nada. Acá en Colombia el liberalismo y el conservatismo que eran los que arrastraban con público y llenaban las tribunas, hoy en día va usted a hablar y hay más de 15 o 20 partidos políticos y cada año sale uno".

¿Pero usted alguna vez ha votado?

"No, yo a la edad que tengo nunca he votado yo digo lo que el pueblo habla y dice va y viene".

¿Y qué político le ha gustado?

"A mí me gustó mucho Gaitán (Jorge Eliecer) pero lo mataron y me cayó muy bien lo que hizo Carlos Lleras Restrepo una noche cuando dijo que faltan tanto minutos y se declara el país en toque de queda, eso me gustó mucho de Carlos Lleras; se amarró los pantalones".

¿Y de los conservadores?

"De los conservadores aquí han tenido presidentes malos como Belisario Betancur que fue un desastre", señala pero a la vez lanza un dardo para que no se salve nadie: “Petro (Gustavo) como alcalde fue un desastre, no pudo arreglar el problema de las basuras acá en Bogotá y ahora quiere ser presidente, entonces yo digo, si no pudo con los problemas de Bogotá mucho menos con los problemas de Colombia”.