El despotismo de Ortega | El Nuevo Siglo
Viernes, 31 de Enero de 2014

* Regocijo expansionista

* Un peligro regional

No ha recibido la debida atención en Colombia la noticia que ocupó los primeros planos de la prensa y los noticieros de Nicaragua, sobre la trascendental decisión de la Asamblea Nacional de ese país de aprobar una reforma  antidemocrática, por medio de la cual el presidente Daniel Ortega se favorece para ser reelegido cuantas veces le parezca como gobernante. Ortega logró reelegirse, en 2011, después de participar en la elección año  y violar  la Constitución, que establecía que no podía ser Presidente quien ocupara la Primera Magistratura. Lo que se busca ahora con esa reforma constitucional es eternizar al mandatario en el poder. No ha tomado la noticia a nadie por sorpresa en Managua. Los políticos informados han estado al tanto de las maniobras para avanzar hacia un partido único y convertir a la oposición en un apéndice del gobierno, a la que incluso en ocasiones se la financia. Son pocas las oportunidades que tienen los que no  comulgan con los sandinistas de hacer política con posibilidades de llegar al poder. El socialismo de Nicaragua consiste en repartir entre los del régimen el ponqué presupuestal y favorecer a los amigos en la contratación. Así, el gobernante procede a otorgar multimillonarios contratos a dedo. Las acusaciones de corrupción por parte de la oposición no prosperan, puesto que la “justicia” se imparte bajo la mirada vigilante del régimen. En ese estado de cosas, políticos y contratistas adictos al gobierno son intocables, constituyendo una nueva clase dirigente.

Entre las causas que han apuntalado a Ortega en el poder se destaca lo que considera como el más importante triunfo personal de su gobierno: el fallo de la Corte Internacional de Justicia de la Haya  que despoja a Colombia de gran parte de su mar,  desconoce la vigencia del meridiano 82 y convierte los cayos Roncador, Quitasueño y  Serrana, enclaves que siendo nuestros por todos los títulos, la tradición y posesión,  en zonas bajo dominio del vecino expansionista. Lo mismo que se desconoció el tenor del Tratado Esguerra-Bárcenas que consagró el meridiano 82, que habían acordado libre y solemnemente Colombia y Nicaragua para delimitar sus fronteras marítimas y  que fueron fijadas y reconocidas antes de la existencia de la Corte de Justicia

En Nicaragua se esgrimen los éxitos diplomáticos del gobierno contra Colombia como razones para atrincherar a Ortega en el poder, permitir que legalmente el jefe sandinista pueda usar todos los resortes del Estado para perpetuarse y favorecer la consolidación de partido único. Entre tanto no hay un contrapeso político real, pues la oposición es tildada de corrupta y se ponen como ejemplos los casos del expresidente Arnoldo Alemán, quien fue condenado por defraudar el Tesoro Público o de otros elementos de esa catadura moral.

Tal como lo hemos sostenido en conjunción con valiosos internacionalistas, a nuestro juicio el Tratado Esguerra-Bárcenas sigue vigente, puesto que la Corte Internacional de Justicia no podía anularlo y  reconoce su vigencia en el fallo, pese a que al tiempo que nos despoja a Colombia de una parte de lo que ambos países habían pactado. Y se desconocen los derechos de los isleños al mar, que les pertenece de siglos, y que es vital para su propia existencia. No así para Nicaragua, que ni en la Colonia tuvo salida al Atlántico y que en mala hora se la otorga a cambio de nada en el Tratado de 1928. Esas aguas que aumentan en el fallo inicuo de la Corte de la Haya, son las mismas en las que Ortega, en un acto abusivo, cede a una compañía extranjera para construir un Canal Interoceánico, violando no sólo la Constitución de su país sino las normas internacionales, tal como lo han denunciado, entre otros, Nohemí Sanín y Miguel Cevallos.

Así, tenemos una demanda a todas luces ilegal, que desconoce el principio de pacta sunt servanda a Colombia en la Haya, la que jamás debió ser atendida por sus magistrados y lleva a la conjura internacional de la entrega de lo nuestro a una empresa que dice que va hacer un Canal entre los dos mares, sin importar que son nuestras aguas ni el rechazo del gobierno de Juan Manuel Santos. Y esa política hostil contra Colombia, que viola los derechos de los isleños que necesitan del mar para sobrevivir, presenta como su héroe expansionista al comandante Ortega, quien de seguir en el poder promete continuar el despejo y avanzar hasta cerca de Cartagena,  con la ominosa intención de despojarnos, sistemáticamente, de lo nuestro.