Férrea libertad de prensa | El Nuevo Siglo
Jueves, 8 de Junio de 2023

Los áulicos del populismo petrista

El mareo del abismo autoritario

Por supuesto que la libertad de prensa es uno de los componentes esenciales de la democracia liberal. Y que, como tal, es uno de los elementos democráticos que más incómoda e irrita a los populistas, que la utilizan a plenitud cuando son oposición, pero la desprecian y demonizan cuando se vuelven gobierno.

Es lo que generalmente ocurre, puesto que nada más contrario a la propaganda y sensibilidad del populismo, al tocarle gobernar, que la libertad y, específicamente, la libertad de prensa. De hecho y por descontado se sienten profundamente afectados en su lógica inventada de líder-pueblo cuando, en efecto, ven diluir esos propósitos (que llaman proyecto político) y miran como se quiebra esa supuesta relación indisoluble por su propia ineficiencia gubernamental, echando culpas a los demás, en vez de ver su propio ombligo.

Entonces, asumen el papel de damnificados, buscando ‘enemigos internos’ o inventándose ‘golpes blandos’, o cualquier seudo-relato de la índole que sea, para suplir su propio descalabro. Todavía más, podría decirse que resulta una conducta que muchas veces obedece a la simple paranoia de quienes siempre han vislumbrado la política como una mera y lesiva conspiración por el poder. En efecto, ya muchos en Colombia han detectado ese tipo de manías en el actual gobierno que desde el principio sacó de la manga ese relato del ‘enemigo interno’, incluso contra sus propios ministros, y que ahora reedita con ‘el golpe blando’, que es harina del mismo costal casi desde que se posesionó.

Esa fue, justamente, la conducta que en principio y a fin de cuentas llevó al primer mandatario colombiano a sacar, por ejemplo, a un sinnúmero de generales de la Policía y las Fuerzas Militares. Una actitud que se repitió con sus ministros a los que había invitado a dar sus opiniones sobre la reforma a la salud y apenas las dieron, diferentes al pensamiento presidencial, los acusó de desleales y filtradores. Bastaría recordar, al respecto, que fue la paranoia con las filtraciones lo que llevó a Nixon a permitir la creación de los llamados ‘plomeros’ (para subsanar las ‘permeabilidades’ del gobierno), recurrir a las interceptaciones telefónicas ilegales del comando político demócrata, en el edificio Watergate, y finalmente descubrirse que en su despacho se grababa a todos sus interlocutores, hasta tener que renunciar, so pena del juicio que se le venía encima, incluso después de destituir a los fiscales (aquí no son subordinados, como hace poco pretendía Petro).

El punto, más allá de esto, es que el propósito de esa doble faceta de gobierno y oposición consiste en mantener el viento de cola polarizante con que se logró el poder: sostener la combustión, no dejar acabar la hoguera. O sea, crear un “estado de opinión” que no se salga del propio marco hegemónico del populismo, por cualquiera de los flancos, sin ningún estorbo como el de la libertad de prensa. Por eso los populistas, como aquí, detestan particularmente los cuerpos intermedios de la democracia, como la prensa, la academia, los partidos políticos, los tecnócratas, y todo aquello que suponga apertura y debate democrático. Mucho menos toleran que ese debate pueda llegar romper lo que ellos se creen a rajatabla en torno a que existe el binomio líder-pueblo, bajo cualquier falso mesías que caiga en esa variable ficticia. Y es por eso que siempre andan al borde de un ataque de nervios frente a la libertad de expresión, mecanismo por medio del cual es posible no comer cuento y aguzar los sentidos ante la manipulación.

Para constatar el nerviosismo basta con ver las opiniones de ayer del esperpento, es decir, de esa figurita que funge de máximo derrotado del también esperpéntico Podemos, en España, dizque nuevo defensor de oficio internacional del petrismo que, pese a su gigantesco fracaso político de todos conocido (que lo llevó a cortarse la coleta), se burla de la libertad de prensa en Colombia, que tanto lo aflige y de la que lagrimea como nenecito desorientado. Acompañado, de su parte, por el oligarca de los oligarcas de la satrapía venezolana, aquel chafarote madurista líder del cartel de los soles y emblema mundial de la dictadura, dedicado a robarse los medios de comunicación y a sumir a nuestro pueblo hermano en la hambruna, el éxodo y la desolación.

Pero, desde luego, semejantes estafetas del petrismo no desmedran un ápice la libertad de expresión garantizada en la Constitución colombiana. Como de igual manera corre por un filo peligroso el gobierno de Gustavo Petro si no entiende que el problema de sus reformas no obedece, sino al contenido estatizante y regresivo, y a la pésima articulación que han tenido en el Congreso. Ni que tampoco su declive palmario se deba a nada diferente que a la implosión gubernamental surgida del propio corazón de su régimen. Y eso ni el más desembozado populismo pueden esconderlo, salvo que del mareo se quiera dar el salto definitivo al abismo autoritario.