Finanzas y violencia | El Nuevo Siglo
Miércoles, 4 de Diciembre de 2013

*La enseñanza del pasado

*Mientras opinan los foráneos

 

En  estos días que se cumplen dos décadas de la derrota por parte de las autoridades policiales del más peligroso capo del crimen organizado que ha dado el país, que se daba el lujo de poner precio por la cabeza de cada policía asesinado, en los que cayeron cientos de servidores públicos y elementos del común en especial jueces y magistrados; el famoso delincuente libró la más sangrienta guerra terrorista contra el Estado, incluso desde la prisión de La Catedral que era un búnker hecho a su medida para seguir delinquiendo, es de recordar que el factor decisivo que hizo posible esa era de terror fueron los jugosos recursos que manejaba el capo del narcotráfico. Las montañas de dinero acumulado le permitieron al belicoso criminal darse los lujos más estrafalarios y mantener un zoológico privado en la Hacienda Nápoles, sin que las autoridades se preguntaran de dónde salían esos billetes ensangrentados, ni cómo entraban al país los animales salvajes como hipopótamos y otras bestias feroces. Se recuerda que el capo llegó a tener una flota aérea de aviones privados de distinta índole y capacidad de desplazamiento que tenían permisos oficiales, burlando las más elementales nociones de seguridad de que disponen los países civilizados para que el hampa no tenga semejantes instrumentos de poder, que demostraban la capacidad de soborno del delincuente.

Por lo que en esa siniestra prisión a las afueras de Medellín se montó un  mini Estado criminal en las entrañas mismas del Estado colombiano, que movilizaba sus tentáculos con hordas de sicarios desde La Catedral donde anillos de seguridad de distintas unidades oficiales que debían vigilar al peligroso elemento, en realidad eran utilizadas por este siniestro personaje para protegerlo, mientras que desde ese lujoso club social que él mismo había construido seguía su guerra despiadada y mantenía el control de los negocios ilícitos, mientras desde afuera poderosos e inescrupulosos políticos seguían sus proditorias instrucciones. Y no vaciló en financiar el atroz asalto al Palacio de Justicia, el horrendo crimen contra el Director de El Espectador, Guillermo Cano, y muchos más como los atentados de todo tipo, que dejaron una estela de destrucción y muertos en todo el país. Sin duda, como sostienen los psicólogos que estudian la mentalidad criminal, en ese funesto capo se unieron las experiencias de la violencia local y regional, como la capacidad administrativa de convertir en una multinacional del delito lo que apenas hasta llegar él era un contrabando de menor cuantía de drogas ilícitas, que le permitió financiar un ejército privado que mantuvo en jaque por largo tiempo a distintos gobiernos.

¿Acaso hemos sacado alguna experiencia del modelo terrorista que montó el capo para extender sus negocios? ¿Se ha medido el influjo del estiércol del diablo en el aumento progresivo de la corrupción que le garantizó por largo tiempo la impunidad? En cualquier caso, mientras llegan los especialistas extranjeros que suelen venir a explicarnos lo que se debe hacer en el trato con la delincuencia, los violentos y en materia de paz, es una verdad de a puño que sin las alforjas repletas de billetes y su capacidad de soborno, como de financiar la violencia el siniestro capo muy posiblemente no habría pasado de ser un desfachatado criminal del común, que de pronto habría encontrado su destino fatal en cualquier esquina como otros tantos pandilleros locales. Por lo tanto mientras los intérpretes extranjeros nos dan lecciones sin conocer el trasfondo de nuestra evolución social es incontrovertible que sin los dólares de la exportación ilícita de estupefacientes no habría podido financiar su empresa criminal. Y eso mismo se aplica a las bandas armadas de todo tipo que a su muerte siguieron asolando nuestra curtida tierra. Y nadie en sus cabales duda que una guerra que se libra en todo el país, particularmente en las zonas de la periferia por cuenta de las milicias armadas de las Farc se pudiera haber dado sin esos mismos recursos que forjaron el imperio del mal que capitaneó el extinto mafioso.

Siendo lo anterior así, y que no admite prueba en contrario, es un hecho que 40 millones de colombianos pueden corroborar, lo lógico y elemental que no siempre es lo que proponen los teóricos nefelibatas, que la guerra de las Farc se ha financiado y se financia gracias a los multimillonarios recursos que le dejan los cultivos ilícitos. En conclusión, mientras no se extirpe de raíz hasta la última mata de coca seguiremos en la trampa secular de la violencia homicida a cargo de quienes pueden comprar armas a discreción y desafiar el Estado. Es un axioma que no habrá paz, ni un día de paz, hasta que desaparezcan los cultivos ilícitos de Colombia.