La democracia como deber | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Octubre de 2019
  • El modelo de las ciudades en juego
  • Lo importante es el voto limpio y consciente

COLOMBIA sigue teniendo elementos tensionantes en la manifestación de su democracia local. Si bien hace ya tiempo se adoptó, enhorabuena, la elección popular de alcaldes -bajo la égida de Álvaro Gómez Hurtado- y luego se dio paso al mismo procedimiento con los gobernadores, en la Constitución de 1991, no ha sido fácil enraizar una democracia que no se preste al vaivén de las amenazas, el clientelismo y la cooptación de los presupuestos. En ese sentido, hay que generar las condiciones para que paulatinamente pueda producirse el recambio y la derrota de las malas costumbres, con el fin de elevar el tono moral de la administración pública.

Al mismo tiempo, las ciudades se han venido desarrollando, sin embargo, de manera espectacular en algunas regiones. Nadie dudaría de que en los últimos 20 años el vuelco, en esa materia, ha sido prácticamente total y el país hoy goza de una gran cantidad de capitales mucho más modernas, adecuadas a la sostenibilidad y con amplia oferta de servicios. De hecho, la gran expansión de la clase media en los lustros recientes se ha dado en el ámbito urbano. Y es en esa vía en donde se han incrementado los niveles de la educación, el consumo y  mejorado la calidad de vida.

Algunas urbes como Barranquilla han adoptado un modelo citadino con ánimo de permanencia. Es por ello que las últimas alcaldías han recibido prácticamente un plebiscito favorable a sus mandatarios, siguiendo una misma línea en las políticas públicas. De la misma manera, al día de hoy, cuando se cumple la jornada electoral, está prácticamente elegido su nuevo alcalde, sin mayor competencia.

La visión de ciudad tiene algunas otras expresiones de importancia, como suele ocurrir en Medellín. Allí existe una sinergia de propósitos entre el sector público y el privado, atendiendo las necesidades más apremiantes de la urbe. Es por ello que, en buena medida, se mantiene una sola línea de acción que permite el desarrollo económico y el progreso social.

En Bogotá, así mismo, se determinará hoy el modelo de ciudad a seguir, con base en los mojones dejados por la administración de Enrique Peñalosa. La campaña ha sido rica en alternativas. En la capital resulta hoy evidente que en vez de política los ciudadanos quieren más administración, parafraseando el viejo adagio de Rafael Reyes. Bajo ese horizonte lo que se pretende son las soluciones para la metrópoli y no la retórica. Manteniendo esa línea de conducta resulta asimismo claro, con el trámite de la contienda proselitista, que la ciudad está más por la vía de la serenidad y las acciones concretas, que por la de la polémica y el debate gaseoso.

Hay, igualmente, una señal que se percibe en el ambiente en cuanto a que los bogotanos prefieren como mandatario a una persona independiente, despojada de cualquier tipo de partidismo y de compromisos a la vieja usanza. No quiere decir, desde luego, que no se dé trámite a las políticas públicas con base en el consenso con el Concejo Distrital. Pero es imperativo que ello deberá responder a las necesidades administrativas y no a las contumelias burocráticas o a la ideologización de las políticas públicas.

En esa vía, pues, en las diferentes partes del país se juega básicamente lo que los ciudadanos pretenden como modelo citadino. En una nación de ciudades, como Colombia, muchos son ciertamente los problemas urbanos a resolver. Pero existe prácticamente un concepto generalizado de que la inseguridad es, de lejos, el punto que más preocupa a los habitantes. Como es un clamor tan extendido, emergido de los diferentes territorios urbanos, tendrá al corto plazo que darse algún tipo de acuerdo entre la Nación y las ciudades para resolver este tema apremiante, de forma conjunta.

De otra parte, estos comicios han estado de nuevo signados, desgraciadamente, por la violencia rural y por los fraudes y trampas de tipo proselitista, advertidos de antemano por el procurador general de la Nación, Fernando Carrillo. Inclusive el Consejo Nacional Electoral hubo de anular por presunta trashumancia la inscripción de casi un millón de cédulas. Del mismo modo en varios sitios, bajo la exacerbación de las redes sociales, se ha llegado a pugnas temerarias, desdibujando el contenido del libre debate democrático. En otros lugares, al contrario, los escándalos de politiquería han estado a la orden del día. Pero todos estos vicios se derrotan, precisamente, con el voto libre y a conciencia que es, justamente, el motor de la democracia fidedigna. En los últimos años Colombia ha venido votando decididamente, cambiando los rubros de abstención y sin necesidad de recurrir al voto obligatorio. Lo importante es que tras las denuncias de fraudes o similares, las autoridades electorales puedan actuar en tiempo real. Y una reforma en ese sentido está haciendo falta.

No solo debe hacer el Estado, en sus diferentes estamentos, presencia efectiva en todo el territorio, sino que también corresponde al ciudadano, con la fuerza de su voto limpio, cambiar el escenario. Y ese es el deber de hoy, a partir de las 8 de la mañana: ¡fortalecer la democracia!