La reserva Van der Hammen | El Nuevo Siglo
Jueves, 25 de Febrero de 2016

Pedir concepto al Instituto Von Humboldt

¿Es conciliable conservación y desarrollo sostenible?

 

No pocas son las reacciones que viene suscitando la propuesta del alcalde Enrique Peñalosa sobre la modificación del uso del suelo en las 1.400 hectáreas de la reserva Thomas Van der Hammen en la esquina norte del Distrito Capital. Para algunos mantenerla exactamente en los mismos términos de hace 16 años es cosa juzgada, por cuanto así lo determinaron autoridades ambientales y judiciales en su momento, mientras otros piensan que es válido abrir el debate dentro de las circunstancias de tiempo, modo y lugar de la actualidad.

 

En principio, como suele ocurrir en cualquier discusión ambiental, se da la tensión casi insalvable entre quienes privilegian la conservación a ultranza frente a quienes todo lo responden con el desarrollo sostenible. En todo caso ambos conceptos están insertos y son equiparables en el bloque de constitucionalidad ecológico a partir de los artículos 79 y 80 de la Carta. Siendo así, la propia Constitución parecería obligar al consenso y particularmente a la participación de la comunidad en las decisiones que puedan afectarla. Sea lo que sea, no es en modo alguno inconstitucional abrir la discusión y tomar determinaciones siempre, claro está, dentro del principio de legalidad.

 

Cuando se creó la reserva, hace más de una década y media, el sistema ambiental no tenía los mecanismos de audiencias públicas que hoy se tienen y las consultas populares eran apenas un enunciado sin mayor desarrollo. De entonces a hoy el Distrito ha hecho uso de lo último para algunas resoluciones tomadas en estos temas. Es un instrumento que, aún en su última instancia, siempre estará vigente para dirimir conflictos como los que actualmente se presentan y no pueden descartarse, estando por lo demás debidamente reglamentados. No es, por lo pronto, el momento de pensar en ello, pero tampoco es dable suprimir la eventualidad.

 

Como se sabe la reserva no ha tenido un desarrollo acorde con lo ordenado desde su creación y solo hace un año se expidió el plan de manejo ambiental. De manera que está alinderada, tiene su juridicidad en orden, pero no ha sido mayor el trabajo hecho para la preservación de la zona en los términos pensados. De suyo, la reserva no está activa como fue determinada por algunos expertos. La riqueza básica consiste en ser un espacio silvestre de amplio tamaño, con conectividad de flora y fauna, especialmente con ciertas especies migratorias y algunas aves endémicas de Cundinamarca. Hay también remanentes de bosque nativo y tres humedales de algún tamaño, entre ellos los de la Conejera y Guaymaral, lo mismo que acuíferos. Permanecen allí desarrollos industriales, colegios, viviendas y fundos agropecuarios. La idea con la reserva fue generar un corredor ambiental entre los cerros y el rio Bogotá.

 

Aunque en principio el alcalde Peñalosa utilizó términos peyorativos para referirse a la reserva, tildándola de potreros con algunas vacas, últimamente ha depurado su discurso y ha venido haciendo presentaciones sobre la necesidad de buscar mecanismos ordenados en dirección a que Bogotá no siga creciendo de manera caótica, siempre bajo las condiciones ambientales exigidas en los nuevos planes de ordenamiento territorial. La discusión se circunscribe, de algún modo, al dilema entre redensificación y ampliación periférica. Pero no debería haber disyuntiva puesto que ambos criterios son aceptables. La redensificación, sí, pero no en el marco generado por el alcalde anterior en la que dedicó 9.000 hectáreas del denominado centro ampliado, distorsionando todos los criterios urbanísticos de la ciudad. En buena hora el nuevo alcalde derogó recientemente los decretos correspondientes, que pretendían hacer de Bogotá una colmena con edificios de 30 y 40 pisos en los lugares de mayor tráfico y demanda al tope de agua. Y ampliación periférica, también, pero dentro de claros criterios ambientales y siempre con el consenso de los municipios circunvecinos puesto que es un caso típico de ciudad-región.

 

El caso de la reserva en el norte capitalino tiene hondas repercusiones científicas y técnicas. Hoy la tensión prevalente está entre los recursos hídricos, la construcción de vivienda y la movilidad. En la actualidad existe un instrumento acreditado y valiosísimo en el Instituto Von Humboldt, encargado de la biodiversidad en el país, al que podría pedírsele un concepto, con todo el rigor, sobre si hoy es dable algún tipo de modificación del suelo de la reserva, sin desmedrar su vocación ambiental. Tanto el alcalde Peñalosa como los ciudadanos del común podrían encontrar en ello una ruta a seguir. No para diezmar en lo absoluto el lugar, pero sí para saber si es posible concordar la conservación con el desarrollo sostenible a que obliga la Constitución.