Los siete estados bisagra | El Nuevo Siglo
/AFP
Sábado, 26 de Octubre de 2024

No estaría mal decir, aunque parezca una simpleza, que las actuales elecciones en Estados Unidos representan un punto de inflexión en la historia de ese país. Podría sonar, en efecto, el típico lugar común al que tanto se recurre para salir del paso. Pero, ciertamente, de lo que suceda el próximo 5 de noviembre se podrá saber si gana el continuismo, con toda la carga de incertidumbre nacional e internacional hacia el futuro, o se impone un viraje sobre lo que viene aconteciendo en los últimos cuatro años (lo que también indica otro tipo de elementos inciertos).

En principio, es un hecho indiscutible el malestar existente con el gobierno de Joe Biden. Desconocerlo sería de ciegos. Basta confirmar que la desaprobación de su gestión registra un promedio del 57%. De hecho, alrededor del 65% de encuestados considera que la dirección del país es errónea. Mientras solo el 27% cree que permanece en la ruta correcta. En ese orden, pulula el clima de insatisfacción que incide en el ánimo cotidiano de los estadounidenses. Y que es efecto crucial a la hora de votar.

Bajo esa perspectiva, pues, es casi un milagro que la carta del continuismo, Kamala Harris, vicepresidenta de Biden, pudiera salir avante. En todo caso, de triunfar, que para nada es descartable en la situación de empate que muestran las encuestas dentro del margen de error, la señalaría como un fenómeno político sin precedentes. Por tanto, pasaría a liderar un Estados Unidos determinado por la agenda woke tan sensible al Partido Demócrata, asimismo, semillero del autoproclamado progresismo mundial y motor de la radicalización de las identidades.

No obstante, lo que demuestra la trayectoria de la campaña presidencial hasta hoy, cuando incluso ya se han abierto las urnas para el voto anticipado, es un cambio en lo que al principio podía categorizarse de verdad revelada. Efectivamente, ya no es claro que por ser afrodescendiente o de origen latino era prácticamente obligación ser Demócrata ni que ser de élite, en los términos del combate identitario, significaba patrimonio exclusivo del Partido Republicano. De hecho, a medida que la campaña se salió del radicalismo por vía de la raza, el género, la religión, la educación, las tendencias sexuales y el largo etcétera del identitarismo, para pasarse a los grandes temas que son motivo de interés para cualquier ciudadano norteamericano, sin distingo, Donald Trump empezó a marcar una ruta ascendente mientras que su oponente una curva descendente.

Esto, aparte de los resultados de las encuestas, siempre tan ambiguas en sus índices aleatorios y soportadas en el truculento margen de error, pero que sí permiten señalar una tendencia. Que fue precisamente la que comenzamos a advertir desde ya hace un tiempo, en estos editoriales, inclusive cuando Trump no solo perdía a distancias el registro nacional, sino más importante y definitivo en la mayoría de estados bisagra.

Desde luego, esto no pueden decirlo sino las urnas, territorio por territorio. Sin embargo, es evidente que, en los puntos esenciales, es decir, la economía, la inmigración y el crimen, Trump logró un posicionamiento bastante por encima que el de Harris, tal cual lo señalan los sondeos. Y lo mismo sobre quién tiene las capacidades de enfrentar, como líder de la máxima potencia militar, política y económica, a un mundo en llamas.

Por descontado, en un ambiente como el así descrito, las encuestas juegan su papel, tanto al intentar descifrar (en cierta medida con algunas bases científicas) la ruta de la campaña como en cuanto a la emocionalidad y el tenso divertimento que supone cualquier competencia electoral. Mucho más tratándose de una jornada democrática de semejante calibre. Ya por anticipado, sin embargo, podían verse las entrañas de lo que estaba sucediendo, en particular en las últimas tres semanas, cuando los asesores de Harris incrementaron la campaña negativa contra Trump (ejercicio típico de quien se siente rezagado), mientras éste en cambio se pasó a hacer de aprendiz en la fritura de papas a la francesa con miras a reflejar una imagen más benevolente.

En todo caso no deja de sorprender ni era de imaginar que Trump, tan polémico y no pocas veces antipático y desbordado, pudiera remontar al final su imagen desfavorable hasta volverla positiva. Mientras que una figura siempre risueña, como Harris, en el mismo término bajó de favorabilidad.

De tener en cuenta, ante todo, que la lucha en los siete estados bisagra sigue al rojo vivo. Ese es el punto. La tendencia de Trump es a subir en la mayoría de ellos, pero tampoco Harris se descuelga. En esa dirección, un solo estado que incline la balanza en el colegio electoral y permita superar el umbral de los 270 delegados habrá determinado, no solo la suerte de Estados Unidos, sino, en buena parte, del mundo.