* La economía al servicio del hombre
* No al materialismo disolvente
La noticia le ha dado la vuelta al globo: el Papa Benedicto XVI podría venir a Colombia y México, dentro del periplo que ya parece incluir las jornadas de la Juventud en el Brasil, programadas para 2013. El presidente del CELAM, obispo Carlos Aguiar Retes, así lo manifestó a los medios de comunicación. La invitación al Papa la hicieron las nuevas directivas del Celam, en atención a la crisis que afronta la juventud católica, dada la preocupación de éste por motivarla y ayudar espiritualmente en estos tiempos turbulentos, de inseguridad, malestar económico y desafíos de toda índole. Ese vivo interés del Pontífice por la situación de los jóvenes y la voluntad de contribuir al rescate moral de las nuevas generaciones, es como una obsesión que anima la actividad de la Iglesia en esta etapa crucial de la humanidad. En la juventud está el futuro, si se pierde el contacto con ella y se la deja como barco al garete, la crisis se agudizaría y vendrían tiempos peores que los actuales. La juventud debe ser eje del cambio y motor de la sociedad.
Como se recuerda, en la apoteósica visita a España de Benedicto XVI, se congregaron más de un millón de jóvenes de 193 países para oír a su guía espiritual en Madrid. Es de resaltar que la intervención papal conmovió no sólo a la juventud, se trató de una contundente respuesta a quienes han manejado la economía de Occidente sin tener en cuanta al hombre, guiados por el egoísmo individualista, que promueven la lucha despiadada de la humanidad por los mercados y el lucro a como dé lugar. Frente a la quiebra dolosa de la banca, las maniobras oscuras de la alta finanza, la corrupción de los gobiernos y la desatención de los sectores más olvidados de la sociedad, en esa oportunidad expresó: “El hombre debe estar en el centro de la economía, y esta no debe medirse únicamente por la maximización de beneficios, sino por el bien común”. Entre los colombianos que recuerdan la inconmovible postura del nacional-conservatismo en tiempos de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, cuando se consagró en la Carta de 1886 la obligación del Estado de atender el bien común, las palabras del eminente sacerdote resonaron con la fuerza de darnos la razón en cuanto al sentimiento religioso y a nuestros principios doctrinarios y razón de ser en política social. Y en medio de la crisis económica que sacude a Europa por cuenta de los excesos que desató la desregulación de la economía, que facilitó la especulación financiera e inmobiliaria, que ahora tiene de cabeza a la banca y a los gobiernos en jaque, agregó: “Se dice que la economía no funciona debido a las reglas de mercado, pero la economía necesita una razón ética para funcionar”. Esos postulados los compartimos plenamente, la economía debe estar al servicio de la sociedad y no de unos cuantos especuladores, menos de la alta finanza.
Y es la religión, la creencia en Dios, en la ética cristiana, la que nos puede salvar. Si dejamos de lado la moral en cuanto al quehacer político y gubernamental, volvemos a los tiempos primitivos de sálvese quien pueda, en donde frías estadísticas pueden decidir si viven los niños en el seno materno o se elimina a los de la tercera edad, los enfermos y los lisiados, como propugnan los partidarios de la eutanasia y el materialismo sin Dios ni ley. No olvidemos que tras todo problema político de envergadura se encuentra un problema moral. Es de reseñar que entre los proyectos del Papa para nuestra región está presidir el próximo 12 de diciembre una misa solemne en la basílica de San Pedro, en el Vaticano, con motivo del bicentenario de la independencia de los países de América Latina. Se anticipa que a esa misa solemne asistirán representativas personalidades y católicos de estos países, que conformamos la mayoría del catolicismo en el mundo.
Entre las preocupaciones que más mortifican a Benedicto XVI se cuenta la dolorosa impresión que le causan las noticias sobre el incremento despiadado de la violencia en México y Colombia, en donde los más elementales principios de la moral y el respeto a la vida son pisoteados a diario por minorías armadas que no tienen otro culto que el estiércol del diablo y no vacilan en amenazar, torturar, asesinar a mansalva a la población civil e incinerar vivas a gentes del común para amedrentar a todos.