Es de anotar que Álvaro Gómez, al encarar el tema de la relación entre los europeos y los nativos del Nuevo Mundo, afirma: “El arribo del hombre blanco no fue considerado por los indios como un suceso histórico, sino como un fenómeno apocalíptico, catastrófico. La aterradora presencia de los conquistadores, con sus barbas, sus caballos y sus armas de fuego, representó para ellos algo más que una invasión. Muy lejos estuvieron de considerar la Conquista española como el choque de dos pueblos, de dos razas o de dos civilizaciones.
Desde un principio, y este es un fenómeno casi general, los indígenas estimaron el suceso como de origen divino o, por lo menos, sobrehumano, y lo aceptaron como el cumplimiento de profecías pesimistas que los adivinos habían propalado, con rara uniformidad, a lo largo de todo el continente. La cronología precolombina de la mayor parte de las sociedades estaba destinada, por su carencia de documentos escritos, a convertirse en una prehistoria muda, tan misteriosa y desconocida como las culturas que precedieron en América a los imperios azteca e inca”. (1) (Álvaro Gómez. La Revolución en América. Editorial Plaza & Janes. Bogotá. 1976. p. 17).
Al abdicar el Emperador Carlos V al Imperio Alemán a favor de su hermano, en 1556, los dominios de los Habsburgo en Austria, Felipe II asume el gobierno del resto del vastísimo Imperio Español, que integran los reinos y territorios de Castilla, Aragón, Navarra, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, América y Filipinas. A tan extensos territorios más adelante se suma en 1580 Portugal y su imperio afroasiático. Es impresionante, no han trascurrido aún cien años del descubrimiento del Nuevo Mundo, cuando Castilla y Aragón consolidan la unidad política española en un territorio reducido, en gran parte recién liberado del domino mozárabe y España se convierte al poco tiempo en la más grande potencia mundial de la historia. Por entonces impera allí un Renacimiento tardío que no se desprende del todo de la mentalidad de la Edad Media. Al asumir la corona Felipe II, Santa Fe de Bogotá, en la Nueva Granada, fundada por Gonzalo Jiménez de Quesada en 1536 en un territorio en donde los indígenas vivían en hostilidad casi permanente, apenas tiene 20 años de existencia, es una de las esquinas más lejanas del Imperio. Así que a Felipe II le corresponde la tarea de orientar a distancia el gobierno de esta región, que será inicialmente un reino similar a los que conforman a España en Europa.
Ya en tiempos de Carlos V, la Nueva Granada había sido víctima de los asaltos de “ciertos corsarios franceses, en 1544, mandados por Roberto Baal, se apoderaron sin resistencia de la ciudad de Santa Marta, que se hallaba indefensa, salvándose al monte los vecinos que pudieron con el gobernador Luís Manjarrés”. (2) (Joaquín Acosta. Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada. Imprenta de Beau. París 1848, p. 311).
A partir de entonces y durante todo el reinado de Felipe II y de algunos de sus sucesores, los corsarios de potencias como Francia, Inglaterra y otros países le disputarán a España con diversa fortuna las posesiones y el comercio de Hispanoamérica.
Son múltiples los esfuerzos de la corona, desde Isabel la Católica y sus sucesores, por contener las iniquidades e impedir el desbordamiento de la fuerza, para imponer el orden y aclimatar la civilización cristiana en América, que había tardado siglos y siglos para constituirse en Europa. Lo más asombroso es que en estos mismos cien años en el vasto continente hispanoamericano brotan las ciudades en las que con los cabildos, los colegios y seminarios, se conforman nuevos y dinámicos centros sociales de cultura y desarrollo.
La Audiencia y Cancillería Real de Santa Fe es el máximo tribunal de la Corona española sobre el territorio del Nuevo Reino de Granada.
“Por real cédula despachada en Valladolid el 17 de julio de 1549. Se mandó que se hiciera en Santa Fe de Bogotá al real sello de la Audiencia el mismo recibimiento que al emperador, llevándolo en procesión bajo palio, en caballo enjaezado ricamente, como se verificó, o saliéndole a recibir a la entrada por la parte de San Diego el cabildo y los oidores, teniendo los regidores las varas del palio y acompañado por los dos oidores de uno y otro lado” (3) (Joaquín Acosta. Compendio Histórico del Descubrimiento y Colonización de la Nueva Granada. París. Imprenta de Beau.1848, p. 331).
Dicha fecha, a juicio de Alfonso López Michelsen, es la más importante de nuestra nacionalidad y no el 20 de julio de 1810. La Audiencia gobernó hasta 1563, fecha en la cual, por real cédula dirigida a Andrés Venero de Leiva, se designó al frente del organismo un presidente.
No es casual que el sello real sea expuesto bajo palio en Santa Fe, es la manifestación externa de la relación entre la Iglesia y el Estado en el Imperio Español en América, que no se entiende sin valorar como es debido los esfuerzos, la dedicación y el empeño desde los Reyes Católicos a favor del regalismo, que consolida su poder en estas regiones. Desde la primera y decisiva Bula del papa Alejandro VI Inter Caetera, 1493, se establece el compromiso misional español y la unión del cáliz y la espada bajo el dominio real para los efectos del gobierno en esta zona del Imperio. La diplomacia secreta de los Austrias alcanza notables logros diplomáticos con el papa Clemente VII y su bula Intra Arcana. La misma firme y fina política castellana prosigue con el papa Julio II, quien mediante la bula Universales ecclesiate, 1508, concede a la Corona de Castilla, a perpetuidad, la organización de la Iglesia en Indias, que favorece la consolidación del modelo estatal español en las Indias.
Defensa de Occidente
Por la genealogía de notables antepasados que se destacan en la guerra, se esperaba que Felipe II siguiera los pasos de su padre, enfrentando con la espada a los enemigos de España o intentando nuevas conquistas. No faltan historiadores respetabilísimos que esperan que tuviese otro carácter, ni los que rechazan instintivamente su enigmático proceder y tendencia a ejercer el poder para favorecer a la Iglesia, pese a que en lo interno es celoso de mantener el regalismo y el dominio sobre el clero. Se olvida con frecuencia que en Castilla no hubo Inquisición, mientras que en Aragón operó desde el papado de Gregorio X en 1232 con la finalidad de combatir la herejía albigense.
Felipe II tiene especial predilección por el sacerdote-soldado Ignacio de Loyola, que trabaja por la expansión del sentido misional español y del catolicismo. Notables guerreros como el Duque de Alba y su hermano el príncipe Juan de Austria se cubren de gloria o de ignominia según la suerte en la batalla. El Duque de Alba hace lo imposible por mantener sometidos los Países Bajos. Al príncipe de Austria le corresponde en el mar enfrentar a la flota de guerra de los otomanos, que parecía invencible en su propósito de someter Europa. Es famosa la arenga de Juan de Austria a sus seguidores minutos antes del combate en la Batalla de Lepanto: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad". En la Universidad de Valladolid tuve la oportunidad de ver en valiosísima biblioteca de incunables como la Biblia Políglota de Felipe, en varios tomos e idiomas, como hebreo, griego, arameo y latín, el croquis detallado del informe de la memorable batalla que el príncipe de Austria le envía a su hermano Felipe II y que salva a España y sus vecinos del asalto otomano.
Sutiles historiadores, como Ranke, habrían preferido un príncipe más abierto, acaso más cálido. Spengler va más lejos, invita a que “imaginemos a Colón apoyado por Francia, en lugar de por España.
Durante algún tiempo fue esto incluso lo más verosímil. Francisco I, dueño de América, hubiera obtenido, sin duda, la corona imperial, en lugar del español Carlos V. La época primera del barroco, desde el saqueo de Roma hasta la paz de Westfalia, que es en religión, espíritu, arte, política, costumbres el Siglo Español –que sirvió en todo de base y premisa al siglo de Luis XIV-, no hubiera recibido su forma en Madrid sino en París. En lugar de los nombres de Felipe, Alba, Cervantes, Calderón, Velásquez, citaríamos actualmente a ciertos grandes franceses que, hoy por hoy, han quedado nonatos, que así puede expresarse esta concepción difícil. El estilo eclesiástico fijado ya entonces por el español Ignacio de Loyola y por el Concilio Tridentino, imbuido del espíritu loyolista; el estilo político definido por la estrategia española, por la diplomacia de los cardenales españoles, por el estilo cortesano del Escorial hasta el congreso de Viena y, en sus rasgos esenciales, más allá de Bismarck, la arquitectura barroca, la gran pintura, la etiqueta, la sociedad distinguida de las grandes urbes, todo eso lo hubieran representado otros ingenios en la nobleza y en el clero, otras guerras que las de Felipe II”. (4) (Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente. Espasa Calpe. Madrid. 1966, p. 19).
La cita de Spengler es pertinente en cuanto muestra que en pleno siglo XX los europeos aún se ofenden con la grandeza española, que algunos atribuyen simplemente al azar del viaje de Colón. Lo cierto es que los Reyes Católicos hacían una pareja política imbatible; su nieto Carlos V cumple a cabalidad su papel de valeroso general que intenta reordenar Europa y el Mediterráneo, más es Felipe II el gran ordenador del Imperio. Felipe II es el gran estadista moderno europeo. Con Felipe II los españoles siguen el modelo institucional de la Península. En la cúspide está el virrey, el capitán general, el gobernador. El Ayuntamiento, como en España, representa la autonomía municipal. Los tribunales se ocupan de ejecutar la ley y sancionar a los infractores. La Inquisición se hace temer y evita mayores crímenes, tiene prohibido, desde Carlos V y el cónclave de Valladolid, perseguir a los indígenas. Sin el concurso providencial de Felipe II difícilmente habría sobrevivido el Imperio Español, puesto que durante su reinado se consolida el Imperio en Hispanoamérica, mediante la sabia administración se crea el Estado más avanzado de esos tiempos. Al no existir la separación entre la Iglesia y el Estado, el monarca se vale del clero para adoctrinar a los aborígenes, educar a la elite de los criollos y acrecentar el poder de la Iglesia entre la población. Felipe II traslada la capital a Madrid, centraliza los negocios públicos más importantes sin dejar que decaigan las instituciones, dado que les permiten a sus agentes burocráticos atender los asuntos públicos dentro de cierto grado de descentralización, particularmente en Hispanoamérica, siempre bajo su estricta vigilancia. Es capaz de trabajar todos los días horas y horas, de ocuparse de los detalles administrativos de todo orden, de la estrategia y la diplomacia con las potencias, así delegue después asuntos delicados en validos como Antonio Pérez, arribista ambicioso y talentoso hijo natural de un cura libertino. Por dos veces intenta Felipe adueñarse de Inglaterra, mediante el matrimonio con María Tudor y por la vía de las armas con la Armada Invencible; en ambos casos la suerte le es adversa. María muere prematuramente, los elementos y la mala conducción de sus oficiales de la Flota, así como el retraso tecnológico de sus barcos más pesados y lentos, sumados a los problemas con la artillería, las pésimas comunicaciones y la furia de los vientos que le son adversos a España, conducen a los marinos españoles a la catástrofe. Inglaterra pasa a dominar el mar, que después de la Batalla de Lepanto había estado bajo custodia española.