El ganar tiempo de las dictaduras | El Nuevo Siglo
ARROPADO por una falsa bandera de democracia, por un lado, y un régimen de terror por el otro, la dictadura venezolana lleva 25 años operando y ganando tiempo. /Archivo AFP
Viernes, 31 de Enero de 2025
Miguel Henrique Otero

Coinciden los estudiosos de la historia militar en que existen tres familias de estrategias en los conflictos. La primera, es la más evidente y común: el uso instrumental de la fuerza, que una parte inicia sobre otra (como hizo el ruso Putin al lanzar sus numerosas caravanas de tanques sobre territorio ucraniano). El esfuerzo estratégico de la violencia mantiene en todas partes un mismo propósito: obtener las mayores ventajas militares con el menor costo posible en vidas, infraestructuras y otros bienes, y tiempo. Es inherente al pensamiento militar buscar resultados rápidos y eficaces.

La segunda gran familia estratégica la constituyen las alianzas: se alían los que tienen un enemigo común; establecen acuerdos los pequeños para hacer frente a una fuerza mucho más grande; pactan los peores monstruos, como ocurrió entre Hitler y Stalin la noche del 23 de agosto de 1939, cuando sus cancilleres firmaron un pacto de no agresión, que incluía repartirse, como pedazos de una tarta, Polonia, Lituania, Finlandia, Estonia y Letonia; incluso, se unen fuerzas muy distintas entre sí para producir un efecto disuasorio en el contrincante: no es lo mismo iniciar un conflicto contra un enemigo, que contra una agrupación de dos, tres o más, de forma simultánea.

Pero lograr alianzas militares no ha sido nunca fácil ni inmediato, ni siquiera en los momentos en que los peores peligros se abalanzaban sobre los países. El desentrañamiento de los vaivenes diplomáticos ocurridos en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, que ahora conocemos gracias al minucioso trabajo de decenas de historiadores, arroja aproximaciones a realidades inquietantes: las más de las veces, para los políticos y para las instituciones militares, aliarse con otros representa una dificultad simbólica, moral, logística y operativa de complejas magnitudes, porque adaptarse a los posibles aliados, compartir o ceder el mando o las decisiones tácticas, confiar en que el socio sabrá cumplir con su parte del acuerdo establecido, son situaciones muy desafiantes y cargadas de tensiones, de muy delicados equilibrios, que en cualquier momento pueden resquebrajarse, romperse y acabar en un enfrentamiento entre las partes.

El tercer grupo de estrategias, quizá el que se practica de forma más asidua, es el que se describe bajo la categoría de ‘engaños’. Desde las máscaras que usaban los guerreros espartanos -los hoplitas- para causar terror entre los enemigos antes de la batalla, hasta los simulacros de retirada que han hecho los ejércitos a lo largo de la historia, retiradas que, en realidad, ocultaban y ocultan letales emboscadas, la paleta de las modalidades o, si se prefiere, los métodos del engaño en el espacio público y en la dimensión de lo geopolítico, tiende a lo inagotable.

No se limitan a lo militar, como podrían sugerir los ejemplos que he consignado hasta aquí. Se refieren primordialmente a las prácticas políticas, a gestos y discursos, a declaraciones y mensajes, a movimientos tácticos y tantísimos otros, escenificados solo para comunicar lo que no es cierto. Para intentar generar una evidencia de lo que no existe y, así, confundir al enemigo y conducirlo al error.

Más actos políticos que militares

Simular que se tiene más fuerza -más apoyos, más militantes, más votos, más recursos, más popularidad-, que la real; ocultar las debilidades, minimizarlas, mentir sobre el alcance de los hechos o la naturaleza del problema; anunciar que está todo bajo control o en camino de solución; mostrar disposición al entendimiento, de forma evidente, con gestos o suaves palabras, a través de mensajeros de buenos oficios o de terceros actores, cuando lo cierto es que el siguiente movimiento será un peligroso ataque que busca encontrar al enemigo distraído o con las defensas bajas: el catálogo de patrañas, falsedades y embustes parece no tener fin.

Pero en política y en las guerras por el poder, no basta que alguien quiera engañar: hace falta también un interlocutor que se comporta como si quisiera ser engañado, o que tiene una predisposición a tomar como cierto lo que no es sino falsedad o, lo que es muy común en nuestro tiempo, acepta el engaño de buena gana, sabiendo que se trata de un timo, como un modo de evitar la confrontación, como una recurrente forma de evitar la toma de decisiones controvertidas, de no asumir la responsabilidad de plantar cara a cuestiones que son inaceptables. Inaceptables como las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Si se examina el recorrido de la dictadura castro-comunista, desde el 1 de enero de 1959 hasta hoy, puede verificarse la rutina de los ciclos: a los períodos de intensificación de los enfrentamientos internos y externos, le siguen períodos de aparente apaciguamiento de la virulencia revolucionaria, de supuesta recapacitación, de demostraciones tácitas o manifiestas de interés en aliviar las tensiones y hasta alcanzar algunos mínimos acuerdos de convivencia con los países democráticos.

Todas estas, incluyendo en ello las declaraciones sobre la precariedad de los bienes básicos disponibles, con el objetivo de recibir donaciones y ayuda financiera, son métodos de comprobada eficacia para ganar tiempo: la dictadura cubana gana tiempo cada vez que emite algún gesto de apertura; cada vez que envía al exilio a un preso político; cuando acepta sentarse en una mesa a dialogar con algún ente multilateral o con el representante de una nación democrática. En su historia que supera los 66 años de impunidad, en el desarrollo de formas de ‘ganar tiempo’, Cuba ha mostrado una especial destreza.

Y es esa destreza la que la dictadura de Nicolás Maduro ha puesto en operación, en forma de diálogos, programas combinados de secuestros de inocentes y liberación de los mismos, encuentros con empresarios donde se formulan promesas que jamás llegan a cumplirse, realización de procesos electorales cuyo desenlace es siempre el fraude masivo.

Para cumplir con el propósito de ganar tiempo se sirven de los sempiternos promotores de diálogos que no conducen a ninguna parte; de diplomacias que confían en que la próxima oportunidad si se producirán resultados; se sirven de alacranes políticos y mediáticos; de iniciativas apaciguadoras; de silencios en relación a los secuestros, las torturas y las detenciones ilegales.

Así es como, en combinación con la otra estrategia, la de imponerse con las técnicas del terror y el uso de armas, ya llevan 25 años ejerciendo un poder ilegal, ilegítimo, fraudulento y violador de los Derechos Humanos.

*Fundador y Director del periódico El Nacional