Todos sabemos que, especialmente en política, los triunfos impresionantes no están exentos de polémica. Para ello, los criterios suelen tomar en cuenta varias aristas: lo legalísimamente legal, los procedimientos y los derechos humanos –un señalamiento reiterativo a Bukele–. Algunas veces, en posiciones más extremas, se hacen presentes las banderas –frecuentemente suicidas– del hipernacionalismo.
El caso es que esos señalamientos, más allá de lo fundados o no que se encuentren, recurrentemente se mencionan ante la victoria aplastante que ha conseguido el presidente Nayib Bukele (1981). El punto esencial a remarcar aquí consiste en que Bukele ha ganado por generar algo que es muy extraño en los políticos tradicionales y en los politiqueros de siempre: ha entregado resultados.
Han sido resultados cuestionables por varios grupos y tendencias, pero son evidentes. Esto nos recuerda, de nuevo, que los políticos tradicionales no entregan resultados, pero que, en contraste, sí viven del erario, de los recursos públicos. Por lo general ofrecen discursos que no se traducen siempre, ni mucho menos, en logros que la población perciba.
Los indicadores son claros en cuanto a los resultados que ha dado Bukele, en función de la seguridad para la República de El Salvador. En 2015 el índice de homicidios en este país, por cada 100.000 habitantes, era de 87. El indicador fue bajando consistentemente en particular luego de 2019, cuando tomó el poder el actual presidente. Hoy en día se reporta 2.9. El mejor de América Latina y el Caribe. En todo el hemisferio occidental, sólo es superado por el indicador de Canadá: 2.2. Quién lo hubiese predicho.
Esto brinda credibilidad a Bukele y de allí los resultados electorales. Los números varían, pero se menciona que su victoria fue de 83% o bien 87% o 93%. Aunque no ha sido corroborado ni respaldado por fuentes oficiales del país centroamericano, al momento de escribir esta nota se menciona que el partido de Bukele, Nuevas Ideas, se habría hecho de 58 de los 60 escaños que tiene el Congreso salvadoreño. Esto le da un auténtico cheque en blanco para gobernar. Con todas las ventajas y riesgos que tal condición implica.
El estilo de Bukele ha sido contrastante con los políticos de siempre. Estos últimos, como es normal, tratan de manera sostenida de “cubrirse” con planteamientos autocomplacientes que han terminado por ser históricamente trágicos en cuanto a no abrir más oportunidades para los diferentes grupos sociales. No sólo han limitado las oportunidades –educación y empleo–, sino que han hipotecado el futuro mediante aumentos de deuda. Véanse al respecto los números en negativo de presupuestos públicos y obligaciones internacionales.
Bukele ha mostrado resultados también aprovechando la cooperación, especialmente china. Fue mediante esa ayuda que se construyó una imponente Biblioteca Nacional. Tiene de superficie unos 24.000 metros cuadrados, un edificio de siete pisos. El gobierno desde San Salvador reitera que “se trata de la primera biblioteca nacional del mundo que se mantendrá abierta las 24 horas”.
Mientras esos logros avanzan, los políticos tradicionales se mantienen buscando agitadas discusiones y fuertes desencuentros. Todo un entretenido deporte. Pero es algo improductivo y así –esa es la evidencia– lo percibe la población de manera mayoritaria. De nuevo, sin resultados no puede haber credibilidad. En lugar de lograr metas, la politiquería trata de sobrevivir en medio de planteamientos profusos, difusos y contradictorios.
No todo, desde luego, es miel sobre hojuelas. Los cuestionamientos, por ejemplo, en términos de seguridad nacional incluyen los realizados por el Observatorio Universitario de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana de El Salvador. Esta entidad ha cuestionado reiteradamente las cifras del gobierno. Puntualiza que “no hay certeza de que los datos incluyan las muertes de presuntos pandilleros en enfrentamientos con la policía o las ocurridas bajo custodia estatal”.
En el caso de la reelección en El Salvador, de todas maneras, se insiste en cuestionar qué tan legal ha sido todo este evento electoral, reconociéndose que la Constitución Política del país lo prohibía. Esto abre la perspectiva potencial de que no operen pesos y contrapesos y que un gobierno popular pueda devenir en dictadura. Esos vapores ya los ha tenido que respirar Centroamérica, durante largos y aciagos años.
Desde que Bukele se lanzó a la política –como es normal para cualquier persona que aspire a desarrollar liderazgo en este ámbito–, sabía que se sumergía en aguas infestadas de pirañas. La polarización era más que evidente en un país como El Salvador. Allí estaban las intransigencias, los políticos tradicionales. Por la izquierda el FMLN, por la derecha, Arena.
Como ha ocurrido en otros países latinoamericanos –entre ellos Colombia, por ejemplo–, nuevos liderazgos dejan atrás bipartidismos añejos.
En conclusión, sí hay temores de que la dinámica política en este país centroamericano de 21.000 kms cuadrados devenga en autoritarismo dictatorial. Es cierto. Pero por ahora predomina el optimismo de la esperanza. Nunca está de más.
Bukele lo proclama: “El Salvador está renaciendo”, insiste; para agregar que “debemos creer en nuestras capacidades como desde ya lo está haciendo gente de otras naciones. Hemos logrado avances en poco tiempo”.