Guayaquil se viste de vinotinto entre la estigmatización y la hermandad | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Domingo, 15 de Septiembre de 2019
Gilberto Rojas

Un padre llorando abrazó a su hijo de no más de tres años pasando por encima de la barda que los dividía, el pequeño sin comprender lo que ocurría solo decía: “Papá te amo ¿no te vayas si?”

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Enviado Especial de EL NUEVO SIGLO. De migrante a turista

La migración venezolana por todo el continente no se detiene y Colombia, además de ser el mayor país receptor, es el primer paso para millones de estos desafortunados latinoamericanos que huyen de su tierra, entre otras, por la grave crisis económica y alimentaria que los azota, por ello ciudades de toda Suramérica hoy por hoy ostentan camisas vinotinto en sus calles, una de estas y, a la que fue EL NUEVO SIGLO, es Guayaquil, Ecuador.

El país de la mitad del mundo es, gracias a su cercanía con Venezuela, la cuarta nación con mayor recepción en todo el continente (263 mil, solo superada por Colombia, Argentina y Chile) de caraqueños, gochos, maracuchos, guaros, llaneros… y Guayaquil, la segunda ciudad -solo superada por Quito- con más chamos residenciados. Y es que por su clima cálido, al igual que su gente, su cercanía con la playa, la atención y subsidios otorgados por el Gobierno de Lenín Moreno, y por supuesto, tener la economía dolarizada, llama a los panas a verla como un buen lugar para empezar de nuevo.

Igual a ‘la polarcita negra’

“Yo vengo de Cumaná y aquí me siento como en casa, claro, mi esposa es de aquí y eso me ayudó a decidir entre Bogotá y Guayaquil, la cerveza es grande y fría, muy parecida a la ‘polarcita negra’, la gente es bastante agradable y antes de que impusieran lo de la visa y los cierres de frontera, era la ciudad perfecta para quedarse, había trabajo seguro, además cobro en dólares, así que puedo mandarle a mi mamá sin peo”, nos comentó Carlos Montoya, un venezolano que volvía de la capital colombiana mientras esperábamos que los agentes de Migración Ecuador nos atendieran en el Aeropuerto Internacional José Joaquín de Olmedo.

Los nervios y la ansiedad se palpaban en todos los venezolanos que esperaban en la larga fila de extranjeros ante los cubículos de Migración. Era 24 de agosto y la Visa que desde el 26 de ese mismo mes a las 00:01 de la mañana comenzaría a ser exigida a todo venezolano para poder ingresar a Ecuador, fueran de visita, turismo o por migración, comenzaba a hacerse notar en carteles al rojo vivo en gran parte del interior del aeropuerto.

Al ser su turno y siendo venezolano, quien escribe estas letras sentía los mismos nervios que el resto, ya que incluso siendo periodista podría ser devuelto sin miramientos si algo no le gustaba a la agente de migración. Al entregar pasaporte y pasaje de llegada, un bufido despectivo se dejó notar al otro lado de la ventanilla. Segundos después preguntó: “¿Venezolano?”, tras la respuesta afirmativa volvió y dijo, “no me mienta, ¿se piensa quedar verdad?”.

Son cientos los casos de acciones xenófobas en contra de venezolanos migrantes en Ecuador, no obstante Guayaquil no se caracteriza por este tipo de conductas ya que en teoría su gente está acostumbrada a tratar con turistas de todo el mundo, gracias a su excelente oferta para los extranjeros y su cercanía con verdaderos paraísos playeros como Montañita o Salinas.

Posterior a la explicación del arribo de ‘otro venezolanos más’ y que varios días después volveríamos a Colombia el pasaporte fue sellado, y sin palabras de por medio, entregado a su dueño.

Ya calor hacía y las banderas de Venezuela o de la Vinotinto se podían ver en camisas y gorras de al menos dos decenas de personas que llegaban desde diferentes destinos a visitar o quedarse. Pero lo importante fue ver lo emotivo de abrazos y lágrimas de bienvenida de familiares y amigos que meses o años atrás se habían separado tras vivir y huir de la tragedia que representa el régimen chavista.

Un padre llorando abrazó a su hijo de no más de tres años pasando por encima de la barda que los dividía, el pequeño sin comprender lo que ocurría solo decía: “Papá te amo, ¿no te vayas si?”. Metros más allá una familia de seis personas no soltaba a un chico que llegó vistiendo la camiseta de la Selección de Voleibol de Venezuela, una abuela en silla de ruedas junto a su hija recibían a dos nietos, hijos de una segunda hermana, entre besos y jolgorio… y así al menos cinco escenas más.

Entre oportunidades y esperanza

Guayaquil está muy lejos de ser Bogotá cuando hablamos de economía y oportunidades laborales, no obstante no pareciera para gran parte de los venezolanos con los que tuvimos la oportunidad de conversar. “Aquí tú puedes comenzar vendiendo caramelos, después helados, café y reuniendo puedes montar un ‘carrito de perros’ (puesto de comida rápida) en dos o tres meses, trabajar con el dólar es mucho más fácil, las vainas no suben de precio nunca”, aseguró Alexander Villa, quien además de ser barbero tiene dos puesto de comida rápida en una de las avenidas más concurridas de la ciudad.

“Es cuestión de proponérselo, saber que no estás en tu país y respetar, aquí ha venido mucha gente a hacer lo malo (cometer delitos) pero si vas por lo legal te da para vivir tranquilo”, apuntó este joven guaro (oriundo del estado Lara) de 29 años de edad que lleva un año y algo más en Guayaquil junto a su novia y hermano.

Por su parte, Stephany Macías, quien siendo periodista trabaja en una agencia inmobiliaria, espera con ojos llorosos que “Maduro caiga”. “No se me ha hecho fácil pero sí se puede vivir aquí, claro, en lo que caiga Maduro me voy para mi país, quiero que mi hijo crezca en su país y no como migrante en otro”, sostuvo.

La madre de esta venezolana es ecuatoriana, una de tantas que partieron a Caracas hace más de 30 años: “Me enamoré del Ávila y de mi esposo (…) fui a conocer y me quedé, ahora tuve que volver porque vivir allá ya no era lo mismo, pero acá estamos bien, al menos podemos vivir tranquilos”. Esta señora se llevó de Venezuela a su esposo, dos de sus hijas y tres de sus nietos, todos viven en una casa bastante humilde, donde también les da cobijo a tres amigos de su marido. No obstante, con el silencio que se hace mientras todos ven sus teléfonos para hablar con familiares dejados atrás y la matrona hace una sopa de costilla a todo vapor se puede respirar el calor de hogar.

Estigmatización vs hermandad

Con subsidios que llegan a los 25 dólares mensuales por persona, casas hogar y -hasta el 26 de agosto- facilidad para conseguir empleo informal sin papeles la cantidad de hermanos venezolanos vistos en las calles es mínimo al compararlo con Bogotá, lo mismo se puede decir de vendedores ambulantes y rogadores en autobuses.

Asimismo, la noticia más comentada por todos, ecuatorianos y venezolanos, fue la de los desesperados migrantes en la frontera con Colombia suplicando entrar, por su parte los noticieros de los canales abiertos destacan por información migratoria y de venezolanos cometiendo actos delictivos o siendo víctimas de estos, algo que contrasta con la hermandad que se respira en la calle.

Al volver y haber visto la realidad venezolana en esa maravillosa y calurosa ciudad se pudo concluir que aunque hay una reciente intensión institucional y mediática de estigmatizar y desprestigiar al migrante venezolano, la gente de a pie ve al hermano latinoamericano como igual e incluso, muchos ecuatorianos comentaron a este Diario que no quisieran “que los venezolanos de bien” se fueran de su país.