Perspectiva. La Arqueóloga de los moáis, monolitos enigmáticos | El Nuevo Siglo
Cortesía Gabriela Atallah
Sábado, 22 de Octubre de 2022
Redacción internacional

A 5.181 kilómetros de distancia de la capital colombiana, en una de las zonas más aisladas e inhóspitas del mundo, se encuentra una remota isla volcánica de la Polinesia, que de hecho es el pedacito de tierra habitado más aislado en el mar que tiene la Tierra.

Se trata de la Isla de Pascua, como la bautizó Jacob Roggeveen el 5 de abril de 1722, o Rapa Nui, ‘Isla Grande’, nombre nativo que le dieron sus primeros habitantes, los rapanuis, y quienes le dejaron a la humanidad una enigmática herencia arqueológica: la de alrededor de mil estatuas moáis que, desde hace siete años, protege la arqueóloga Gabriela Atallah. 

“En la isla necesitaban arqueólogos y necesitaban una catalogación y registro de todos los vestigios, porque hay mucha investigación y poca metodología. Dije que sí y han sido siete años fantásticos”, cuenta con la voz más amable y optimista Gabriela, quien hace varios años se trazó el objetivo de conocer un país cada año y lo ha cumplido.

Arqueóloga apasionada por la aventura y la historia, su camino por la vida la llevó a este rincón del mundo para que resguardara la historia y la integridad física de un patrimonio de la humanidad en el que se inscribe la historia de un pueblo indígena que, pese a su aislamiento, no logró escapar del sometimiento de los denominados “viajantes” (los de afuera), como los peruanos que, en un oscuro capítulo de la historia chilena, cazaron, embarcaron y se llevaron como animales a integrantes de este pueblo, del que hoy quedan alrededor de 2 mil personas.  

"Los peruanos se los llevaron en varios barcos y en varios viajes para que trabajaran en las guaneras, pero cuando Chile asumió la soberanía de la isla, los peruanos devolvieron a los pocos que sobrevivieron para no pagar las multas que entonces les impuso el país. De hecho, como por la cantidad de esclavos devueltos se estipulaba la multa, el gobierno de Lima dejó algunos acá en la isla, pero se llevaron a muchos otros a Tahití. Muchos de ellos se devolvieron a su tierra original pero hoy encontrarás en la isla más grande de la Polinesia Francesa a muchos descendientes de los Rapanui que se quedaron allá". En ese sentido la deuda peruana con Chile es enorme, comenta la arqueóloga.

La fantástica era de los moái

Sus ancestros, no obstante, le regalaron a la humanidad alrededor de mil estatuas (algunas de ellas están sobre enormes plataformas denominadas Ahu) que, en muchos aspectos, siguen siendo un misterio. 

“La isla plantea muchas preguntas que siguen sin respuesta. ¿Cómo movieron los moáis? Ese es uno de los grandes enigmas que no están resueltos. También el idioma y las tabletas Rongo rongo que nadie sabe leer. Hay varias propuestas científicas de cómo lo hicieron. Algunos dicen que fueron transportados a través de troncos tirando con cuerdas del cuello”, explica, añadiendo que las estatuas más chicas son de un metro, pero las más grandes son de 21 metros de alto.

Lo que sí sabemos, y así lo relatan las huellas de la isla, son los caminos que se trazaron los rapanuis para su traslado, fuera como fuera. Son cinco caminos, denominados los caminos del moái, senderos que tenían ciertas condiciones de ángulo y en los que aún hoy se pueden ver moáis caídos que no lograron llegar a su destino.  

"Su traslado era una maniobra muy compleja, de alta coordinación y que requería de una muy buena jefatura. Algunos caminos tienen 15 moáis derribados en diferentes posiciones y otros, ninguno. La isla está llena de volcanes dormidos, así que la escogencia de esos caminos debió ser una ciencia”. 

Explicando que con el paso de los años los rapanuis hicieron esculturas cada vez más grandes (derrumbaban las existentes y las reemplazaban por estatuas de mayores dimensiones), la más grande de todas ellas todavía está en la cantera de donde extrajeron el material para su fabricación, ceniza compacta (una roca blanda que se llama lapilli. El 98 % de los moáis están hechos de ese material). "No alcanzaron a trasladarla", añade Gabriela, quien se enamoró de la arqueología desde que era muy niña, gracias a los relatos fantásticos que le contaba su padre.  

“Mi familia es árabe y llegó a Chile después de la Segunda Guerra Mundial. Yo siempre quise hacer algo diferente, pues toda mi familia es ingeniera, y recordé todas estas historias que me contaba mi padre, sobre todo de las aventuras de mi abuelo durante la guerra, en específico sobre todas las cosas arqueológicas que vio en Egipto y en el Sahara, y me inserté en un mundo que me permitió conocer cosas diferentes todo el tiempo. Fui muy feliz cuando me di cuenta de que por la arqueología iba a ser mi destino”, precisa Gabriela mientras avanza en su explicación de una cultura milenaria.



El cambio de credo al hombre pájaro 

Pero la era de los moáis llegó a su fin, y lo hizo incluso antes de que arribaran los primeros viajantes. Lo que la tradición oral dice es que hubo una crisis de recursos que generó la conocida, "Gran Guerra", cuando todos los clanes se pelearon unos con otros, y en donde se deshicieron de los moáis, de estos gigantes que antes eran concebidos como protectores de la isla y de ahí a que todos ellos estén de espaldas al mar y miren hacia dentro, hacia los rapanuis, hacia el pueblo que resguardaron durante tantos siglos.  

Estas representaciones de los ancestros o de los jefes de tribus a quienes querían rendir culto, fueron todos esculpidos mirando al interior de la isla y no hacia el mar, porque la intención era que ellos, con su gran energía protectora guerrera, protegieran las aldeas. Pero hubo un cambio de paradigma y las creencias fueron reemplazadas por otras.

“Esto es lo que dice la tradición oral: que hubo un colapso en varios sentidos y ahí hubo un cambio de ideología en donde dejaron de creer en los moáis como grandes representantes que cuidaban a la población, y la creencia fue entonces la del liderazgo del hombre pájaro”.

Y en esta, digamos nueva era, se escogía al jefe en una competencia que era a muerte entre sus competidores después de hacer una trayectoria enorme de escalar por abismos, nadar por el mar hasta un islote que hay relativamente cerca, buscar un huevo y regresar a la isla con el huevo intacto. “Esa era la competencia a muerte y las familias entrenaban a algo así como un candidato. Era brutal”. 

No obstante, y en esto hay que ser claros, cuando hubo un cambio de credo, en todo caso durante muchos años se mantuvieron ambas creencias y así lo evidencia el moái que está en el British Museum, el Hoa Hakananai'a.

Esta estatua se la “llevaron” los ingleses a comienzos del siglo pasado, en 1869, para regalarla a la Reina Victoria, quien posteriormente la regaló al museo, y en ella están ambos credos. Es un moái de basalto, que es una roca mucho más dura y que perdura más en el tiempo, pero en su espalda está consignada la nueva creencia del hombre pájaro. 

Ahora, es cierto que algunos de los moáis fueron destruidos por un incendio que se produjo a comienzos de este mes, y razón por la cual este enclave perdido en medio de las poco apacibles aguas del océano Pacífico Sur fue noticia mundial, pero esa no es la mayor amenaza para estos colosos e incluso para la isla: lo son el cambio climático y la reducción del agua dulce.

Continúa Gabriela explicando que esta isla, a diferencia de sus hermanas polinesias, tiene mucho viento, lo que ha hecho que la humedad no se mantenga en la tierra y que por consiguiente no sea una isla selvática. “Las lluvias y los vientos han desgastado las pátinas de las piezas y la humedad ha hecho que el níquel y los hongos se vayan apropiando de estos monolitos, pero les hemos hecho un tratamiento de conservación periódica, aunque son alrededor de mil, así que es una inversión cuantiosa”.

Y aunque la sequía sigue siendo problemática, el factor de riesgo más grande que tiene la isla hoy es el agua. “En la isla de Pascua no hay ríos y hay muy pocas fuentes de agua dulce, pues de los tres humedales que tiene este enclave, con el incendio uno de ellos se secó definitivamente y realmente solo queda uno. Los otros dos están en un proceso de secado muy avanzado, a consecuencia del cambio climático”, concluyó Gabriela, con el acento dulce de los chilenos que esta escritora aprendió a amar.