El gran pensador español José Ortega y Gasset escribió su famosa “Rebelión” en el año 1929, pensando en Europa, pero como es un ciudadano universal, obviamente sus tesis siempre son universales. Lo dijo con claridad meridiana: “Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales pretensiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos”; y escribió también: “Los pueblos masa han resuelto dar por caducado aquel sistema de normas que es la civilización europea, pero como son incapaces de crear otro, no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la cabriola”.
Pero el hombre no lo decía despectivamente, con el prurito de exhibir algún arresto de ciudadano aristócrata. Como buen científico social, estaba simplemente registrando una realidad: el fenómeno del lleno, del conglomerado, de las masas actuantes y definitorias que fueron llenando los espacios que les fueron abriendo. Y al repasar en la primera edición de su obra el Prólogo para los Franceses, no podemos evitar poner en el espejo las imágenes de estos días en París -antes “ciudad luz”, hoy “ciudad ardiente”- incendiada y acorralada por los llamados “chalecos amarillos”, protestando por el aumento en los precios de los carburantes, transmutados en turbas furibundas, que han contabilizado a la fecha cuatro muertos, 260 heridos y 400 detenidos, dejando en calles y edificaciones un reguero de daños y desolación, y ahora tienen arrinconado al presidente Macron, quien ha debido frenar y poner reversa en su inicial derrotero por manejar en debida forma esa burda tractomula de la economía. Como diría el dicho paisa, puede que los manifestantes franceses “no sean machos, pero sí son muchos” y si Macron no recula, lo sacan de la carretera. Así de sencillo.
Pero no solo ocurre en Francia: en Centroamérica los más pobres de entre los pobres empacaron sus bártulos y se fueron en fila india de miles, soportando por travesía una verdadera pesadilla sin fin, dizque para buscar el “sueño americano”, saltando barricadas, traspasando fronteras, derribando mallas, muros, alambradas, ignorando cualquier tipo de control migratorio, simplemente porque decidieron, por capricho, irse a vivir a otra parte, en desarrollo de una peligrosa operación que tiene por nombre invasión. Y nadie los detiene, porque son potencia bruta y hervidero puro, como los volcanes de la briosa tierra guatemalteca.
¿Y qué decir de Venezuela? Allí la masa desvalida ha debido huir de la dictadura, antes de que los maten a bala o de hambre y en Colombia ya vinieron a desplazar a cientos de miles de parroquianos que a su vez se habían apoderado -a la brava- de todos los semáforos empotrados en todas nuestras calles y avenidas.
En nuestra Patria los estudiantes, maestros, trabajadores, hasta los pilotos- todos en masa- irrumpen en las calles para exigir de manera vehemente sus derechos, ciertos unos, inciertos otros, justos unos, otros de puros “aviones” y en cada marcha de protesta no faltan los terroristas o simples desadaptados quienes, herméticamente encapuchados, se infiltran para matar, herir, dañar, robar y/o en todo caso para provocar a las autoridades de policía, siguiendo su muy estudiado libreto de rebelión en masa, “a la cabriola”.