Los olvidados, figuras de la literatura sobre el Bogotazo | El Nuevo Siglo
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Miércoles, 5 de Abril de 2017
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Los escritores han enfocado su atención en los ciudadanos olvidados por la historia que también vivieron en carne propia los acontecimientos del 9 de abril de 1948.

De esta manera, protagonistas del hito histórico como Jorge Eliécer Gaitán pasan casi a un segundo plano, explica Jhon Erick Cabra Hernández, magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.).

Por ejemplo, la tendencia descrita por el magíster se ve reflejada en la novela El día del odio, publicada en 1952 por José Antonio Osorio Lizarazo. Esta cuenta la historia de Tránsito, una campesina que llega a Bogotá para trabajar como empleada del servicio en una casa en la que de manera injusta es acusada de robo.

Al ser expulsada, la joven se enfrenta a los peligros de la ciudad  -es explotada sexualmente- hasta que se enamora de un delincuente conocido como “El Alacrán”. Una vez con su pareja en el centro de la capital, un 9 de abril de 1948 los sorprende una ola de violencia que deja a la ciudad devastada, saqueada y en llamas, pero en la que intentarán sobrevivir.

Para este relato, Osorio Lizarazo, un reconocido periodista de la época, acude al realismo literario -en oposición al modernismo, donde prima un fuerte componente estético- y usa diferentes recursos de este género como la tipificación de personajes pertenecientes a los estratos bajos de la sociedad como el carterista, el campesino que recién llega a la ciudad, la empleada del servicio y la prostituta.

Otra novela en la que se manifiesta dicha tendencia es El incendio de abril, publicada en 2012 por Miguel Torres como parte de una trilogía que comenzó con El crimen del siglo en 2006 y terminó con La invención del pasado en 2016.

En la primera parte de la obra del escritor, se recoge el testimonio de varios personajes que vivieron en carne propia los acontecimientos: un taxista, un operador de tranvía, un pintor de brocha gorda y un agente de policía, entre otros.

En la segunda, se presenta la historia de una escritora que pierde a su esposo, un pintor que justo había salido al centro de la ciudad a entregar un retrato de Gaitán, y que sale a buscarlo de manera desesperada mientras la capital arde.

Por último, el escritor ilustra el testimonio de una familia adinerada que, por temor a los ataques de “una muchedumbre que andaba cazando ricos”, se esconde en una mansión abandonada de Teusaquillo. Una vez encerrados, todos empiezan a hacerse reproches y a sacar lo peor de ellos, algo similar a lo que sucede en la película El ángel exterminador de Luis Buñuel.

En ese contexto, el magíster explica que el autor acude a las técnicas de la novela testimonial, en la cual predomina el uso de la primera persona -a diferencia de la corriente realista, en la cual se suele narrar en tercera persona-, y que no necesariamente se centra en los bajos fondos de la sociedad.

Según el investigador Cabra, “en dos épocas opuestas, dos autores usan diferentes técnicas literarias, pero tienen algo en común: le dan la voz principal a los olvidados por la historia. Osorio Lizarazo buscaba crear consciencia social en sus lectores. Ahora, Miguel Torres pretende generar memoria histórica sobre una herida que sigue abierta y que necesitamos repensarla desde diferentes aspectos como el literario”.

Para llegar a estas conclusiones, el magíster Cabra analizó las dos obras mencionadas y, del mismo modo, leyó la mayoría de las casi 30 novelas que se han publicado sobre el Bogotazo.