A los pies del páramo de Chingaza, uno de los más importantes de Colombia, las comunidades a las que por años ha abrigado este ecosistema se han unido bajo una premisa: proteger y conservar.
El Parque Nacional Natural Chingaza es un entorno fundamental para Colombia, puesto que es la zona núcleo de un corredor clave entre la cordillera oriental y el piedemonte andino-orinocense, pero también para el corredor de ecosistemas de páramo que son claves para la producción de agua, la generación de servicios para comunidades locales y por supuesto la sostenibilidad para grandes ciudades como Bogotá.
Los páramos son ecosistemas estratégicos en los que nace el agua dulce que millones de personas beben en la región de los Andes, además de ser un repositorio natural que apoya el control del dióxido de carbono ya que lo retiene en su subsuelo, ayudando a evitar el calentamiento global. En el caso de colombiano, Chingaza proporciona el 70% del agua a Bogotá y otros municipios cercanos.
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Por eso, se hizo evidente que Chingaza tenía que ser núcleo de uno de los paisajes priorizados del programa Herencia Colombia, que con la ayuda de socios estratégicos como Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNNC) y WWF Colombia, quiere no solo aumentar el capital natural protegido del país, sino también mejorar la gestión de las áreas protegidas y garantizar los medios de vida de las comunidades que habitan estos corredores biológicos.
Además, otra de las particularidades de Chingaza es que hace parte de la zona de implementación del proyecto Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés), por lo tanto es una zona fundamental para maximizar los beneficios de la naturaleza y aumentar la resiliencia climática territorial. Todos estos factores se fusionaron en un cóctel perfecto de articulación entre comunidades, instituciones y organizaciones para poner el foco sobre este páramo.
En esta emblemática área, se hizo entonces evidente la necesidad de trabajar con las comunidades, que son las que habitan las zonas de influencia del parque, por lo que se propició su unión bajo la premisa de conservar la que por décadas ha sido su casa, entendiendo además que la conservación de este ecosistema les permitirá beneficiarse a través de la generación de capacidades a sus esquemas de gobernanza. Y, más allá de eso, sus territorios tendrán una mejor conectividad y se propiciarán procesos para el fortalecimiento de sus sistemas productivos sostenibles.
Una de las actividades que ha liderado el Grupo Conserva está enfocada en la educación ambiental, proporcionando los insumos necesarios para que un colegio de la zona haya desarrollado un invernadero donde los estudiantes están aprendiendo sobre los árboles de la zona y la importancia del lugar en el que viven.
Herencia para Colombia
El trabajo en Chingaza y sus áreas aledañas busca “garantizar el mantenimiento de la base natural de los beneficios de la naturaleza, promover la participación de comunidades rurales en la conservación y fortalecer las alianzas con diferentes tipos de interesados para mejorar la adaptación y resiliencia climática en las zonas priorizadas”, explica el director de Conservación y Gobernanza de WWF-Colombia, Carlos Mauricio Herrera.
Esto se materializa en los acuerdos de conservación que han firmado 25 familias en un área aproximada de 1.000 hectáreas de bosque andino con una misión: convertir algunas de las tierras de las familias en lo que los lugareños llaman “la parte alta” en áreas de conservación privada, como una especie de barrera protectora para el páramo.
Pero como bien dice Germán, de conservar no se vive, por lo que Herencia Colombia, WWF-Colombia y Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNNC), ha fortalecido tres ejes para las comunidades: los sistemas productivos, el ecoturismo y el rescate de las actividades tradicionales, porque la conservación y lo ancestral se dan la mano en los alrededores del páramo de Chingaza.
Anaís y su hijo Óscar hacen parte de una de las familias que dio un paso adelante y decidió adoptar este compromiso de conservación. Una familia que, como sus vecinos, siempre se dedicó a los trabajos y labores del campo y que ahora, gracias a los incentivos recibidos tras poner su firma en este acuerdo, han podido construir un galpón para gallinas. Además, sueñan con poner paneles solares en la finca para trabajar y vivir con energía limpia, reflejo de un cambio de mentalidad que ellos mismos han constatado en la comunidad: los lugareños ya no están interesados en talar, tienen toda su voluntad puesta en salvaguardar el parque y su zona de influencia.
Para Herrera, estos acuerdos de conservación “van a permanecer en el tiempo y se van ampliar” porque “son la ruta más clara para articular el trabajo entre la institucionalidad y las comunidades, quienes son usuarios de algunos de los recursos que se generan en el parque, pero adicionalmente quienes más conocen el territorio, tienen arraigo y pueden establecer medidas para proteger su naturaleza con conocimiento y participación local”.