El cauce del río Cauca, que se desbordó en las riberas aledañas a la represa Hidroituango, al noroccidente de Colombia, no solo arrastró a su paso puentes y casas. También se llevó la fuente de trabajo para cientos de barequeros (mineros artesanales) que habían aprendido desde niños el oficio de lavar el oro a lo largo de las playas del río.
Cientos de familias ahora se están albergando en los parques de municipios como Sabanalarga, Valdivia, Ituango y muchos otros, con lo poco que se pudieron llevar, esperando que el Gobierno y EPM (Empresas Públicas de Medellín) les ayuden a reparar el daño por la pérdida de sus ranchos y su fuente de trabajo.
La Agencia Anadolu recorrió algunos de los municipios donde se albergan los damnificados por el desborde del río Cauca para conocer de cerca su situación, mientras los trabajos en la represa Hidroituango continúan para lograr mitigar el taponamiento de un túnel de desviación del cauce del río que reclama su territorio y amenaza con hacer colapsar una de las más grandes obras de infraestructura en Colombia.
Sabanalarga: el primer desplazamiento
El 10 de mayo, cientos de familias que vivían y trabajaban aguas arriba en las playas del río tuvieron que huir de sus ranchos hacia el municipio de Sabanalarga. Allá se congregaron en el parque del pueblo y en las oficinas de EPM para pedir ayuda humanitaria.
Más de doscientas personas se albergan en una bodega que hace las veces de sala de reuniones de EPM, donde las familias duermen en colchonetas, mientras los niños se distraen jugando parqués y cartas.
A otros los reubicaron en una casa abandonada, en un pasillo, con nada más que unos muebles plásticos y un lavadero. En ellos tratan de armar camas y lavar la ropa que pudieron llevarse.
Allí están albergados María Olivia Herrera y Jaime Alberto Torres, quienes sufrieron un primer desplazamiento por la violencia hace 20 años.
“Yo he sido barequera toda la vida, uno barequero anda río arriba, río abajo. Vivía en el Arenal. El jueves pasado (10 de mayo), el agua se nos metió, todo quedó entre el agua. A mí lo que más me duele, doñita, es que si uno tuviera a dónde llegar, pero mirá dónde estoy porque no tengo un rancho donde vivir, no tengo casa, porque si yo tuviera un ranchito, ahora, ¿qué esperanza tenemos?”, cuenta Herrera a la Agencia Anadolu.
A su edad, Jaime Alberto Torres sabe que en ninguna empresa le darán trabajo. “Tengo 48 años, casi 35 siendo barequero. El patrón de nosotros es el ‘Mono’ (el río Cauca), como le decimos. A la persona que llegue allá, el río le da trabajo. Si me voy a buscar trabajo en una empresa, como yo no sé leer, ¿a mí qué trabajo me van a dar?”.
Uno de los líderes mineros, Richard Zapata, le explica a la Agencia Anadolu que en la empresa “muchas veces nos dijeron que esto era natural, pero no es natural ver correr un río hacia arriba”.
“En la historia que teníamos, ahí en el cañón, nunca habíamos visto correr el río hacia arriba como hasta ahora”, coincide Natalio Holguín, otro de los líderes mineros.
El río se desbordó, llevándose a su paso ranchos, herramientas de trabajo para extraer el oro y fincas como la de Martín, un campesino indígena:
“En el río tenía perros, la atarraya, el molino, la batea, las máquinas, las barras, las palas, el azadón, los bananos, la yuca, los plátanos, los mangos y había yuca, maíz, piña, el garbanzo, la naranjita, todos se ahogaron”, lamenta el campesino.
Por esta razón, cuenta Zapata, se vieron obligados a desplazarse de las playas Arenal, Brazuelo, Boquerón, El Paso, Boca de Tená y Guzmán (entre otras), hacia la cabecera municipal.
“Este problema es tan grande que ni siquiera el mismo municipio puede dar la mínima ayuda. Esta era nuestra única fuente de trabajo y la verdad todos somos desplazados por el río Cauca”.
A pesar de estar refugiados, el temor entre ellos no desaparece, confiesa Leonardo Arenas: “Aguas abajo, es un riesgo súper miedoso, imagínese un desbordamiento de eso, borraría varios municipios. ¿Por qué no nos explican lo que viene encima?”.
“Nos dejaron botados en Ituango”
Aguas abajo del embalse, decenas de damnificados se desplazaron hasta Ituango, el municipio más cercano a la hidroeléctrica, hacia donde el paso está restringido a tres horas por día, debido a la emergencia: 9 de la mañana, 12 del mediodía y 6 de la tarde.
A esas horas, funcionarios del consorcio CCC Ituango, a cargo de la obra, reparten protectores de oídos que se deben usar durante el recorrido, que pasa justo por el frente de las obras a toda marcha en la megaestructura.
En el Coliseo de Ituango, a cuatro cuadras del parque principal, se encuentran carpas dispuestas para los damnificados, sin colchonetas, donde duermen sobre el duro piso de concreto. Allí tienen un servicio de baño muy precario y con una manguera, que traen desde la sede de bomberos, recogen agua para lavar la ropa y tenderla en una cuerda. Los alimentos se cocinan en fogatas, al frente de las instalaciones deportivas.
Allí están algunos damnificados como Luz Marina Díaz, Miguel Ángel Correa, Eugenia Gómez, Oliva Gómez, Estela Posada Mazo, quienes al igual que los de Sabanalarga, huyeron de las playas donde trabajaban como barequeros.
“Nos sacó la represa porque se inundó, se nos llevó todo, las cositas, el ranchito. Quedamos a la deriva. Lo único que pude traer fue mi bolso de mano con los papeles. Cuando nosotros despertamos, el agua estaba bajo la cama, ya no nos dio tiempo de sacar nada”, cuenta Luz Marina a la Agencia Anadolu.
De la vereda Mote, donde ella vivía, la Cruz Roja los trasladó a ella y sus compañeros barequeros hacia un lugar llamado el Alto de las Brujas. Después unos vehículos de EPM, señala Luz Marina, “nos llevaron almuerzo, nos trajeron para acá y ya nos dejaron acá botados”.
“Estamos aquí desde el 3 de mayo en este coliseo. En el río perdimos todo el trabajo de nuestra vida, lo que nosotros sabemos hacer y estamos esperando que el proyecto hidroeléctrico Ituango vea a ver qué va a hacer con nosotros, los barequeros”, relata Miguel Ángel.
En su visita a Ituango, la Agencia Anadolu acompañó a los damnificados a una entrega de kits de ayuda humanitaria por parte de organismos como la Defensa Civil, la Gobernación de Antioquia y el Departamento Administrativo del Sistema de Prevención, Atención y Recuperación de Desastres (DAPARD).
“Apenas hoy nos vinieron a dar la ayuda humanitaria, que es un mercadito ahí que no dura ni la semana, un engaño lo que nos dieron de todas maneras”, comenta Eugenia Gómez.
“No enviaron ni colchonetas, las cobijitas, vea, son como el grosor de aquellas banderas que hay ahí, y esto aquí bien frío”, dice Oliva Gómez, señalando las banderas de la estación de policía de Ituango.
Sobre las ayudas provenientes de otras fuentes, Oliva dice: “Entre nosotros mismos se dio una cuenta donde las personas voluntarias ahí nos van dando pequeñas donaciones, entonces se van repartiendo entre los municipios que estamos afectados”.
Steven Zapata, promotor del Secretariado Nacional de Pastoral Social, le explica a la Agencia Anadolu que se están gestionando unas ayudas desde la Iglesia Católica.
“En Ituango estamos aquí con la caracterización inicial de cuántas personas son, personas que habitaban las playas de Guayacán, Mote, Sardinas, analizando sus pérdidas y cómo va a ser el tema del contacto con EPM, porque muchas de estas familias indican no estar reconocidas desde su labor como mineros y habitantes de estas playas, y esto les genera una violación a sus derechos”, afirma Zapata.
Todos en Ituango coinciden en que el riesgo no ha terminado para los damnificados y no saben lo que pueda pasar con ellos.
“Uno los ve (a los damnificados) como sin rumbo, como está el proyecto en este momento, que está sin rumbo”, manifiesta un comerciante, que pidió mantener su nombre en anonimato.