La familia Ospina, desplazada por el conflicto, tiene un proyecto productivo por $27 millones. Sin embargo, no ha podido conseguir la paz plena por la presencia de grupos armados
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"En un brazo llevaba a mi hija mayor, en el otro al menor y encima mío llovía plomo". Con esas palabras Francisco Ospina, un campesino de 57 años, recuerda cómo eran sus días en el campo cuando los paramilitares del Bloque Calima tenían control sobre su tierra y generaban temor en la comunidad del Valle, el cual sigue presente luego de 23 años y debido al fortalecimiento de los grupos armados.
En 1995 este campesino llegó con su esposa Blanca, quien es menor que él, a la vereda La Morena en el municipio de Bugalagrande (ubicado a tres horas de Cali, Valle del Cauca). Escondido entre las montañas se encuentra el predio 'La Cristalina', nombre que escogió Francisco por el nacimiento de agua que está a unos metros de la finca. Fue allí donde cultivó el amor de su esposa que les dio cuatro hijos.
La casa
Sembró una familia en una casa de tres hectáreas construida en ladrillo y tejas, con tres habitaciones, un baño y una cocina hecha en piedra.
Sin embargo, durante cuatro años, el grupo de paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) invadieron el predio de Francisco y se apropiaron de sus cultivos.
En esos días de oscuridad, como los describe este campesino vallecaucano, su familia tenía que cumplir distintas órdenes de los paramilitares. Una de ellas era que a las 6 de la tarde todos debían entrar a sus casas por el ‘toque de queda’. Esto no permitía que llegara la paz ya que su esposa junto con sus hijos, que en ese entonces no tenían más de nueve años, tenían miedo de que la violencia acabara con sus vidas.
Justo a menos de 20 metros donde su familia dormía, las AUC realizaban operaciones militares y tenían sus ‘oficinas’ para delinquir.
La casa de la familia Ospina era punto estratégico cuando se enfrentaba el Ejército con los paramilitares, convirtiéndose en el centro de un fuego cruzado.
“Uno se acostaba a las 8 de la noche pero sin poder dormir porque en cualquier momento tenía que coger a sus hijos y llevárselos monte abajo para poder protegerlos”, dice Francisco al describir cómo eran sus noches tensas hace 23 años.
Todos los días este campesino y su esposa, casados hace 37 años, vivían con el miedo de tener que dejar sus tierras y buscar refugio aislado de la violencia que tanto los agobiaba.
Mientras observa el inmenso paisaje que adorna su casa, Francisco relata cómo en el año 1999 esa misma violencia que los acorraló durante cuatro años, le quitó la vida a su hijo mayor.
Luego de enterrar a una persona que tanto amaban, Francisco y Blanca decidieron irse a Cali, a buscar otras oportunidades además de tener que aceptar su derrota frente a la violencia. Esta pareja se sumó a miles de desplazados que no tenían dónde refugiarse.
En la capital del Valle trataron de reiniciar sus vidas, encontrar trabajo y buscar estudio para sus hijos, aunque sabían que todo lo tenían en el campo.
De vuelta a sus tierras
Tres años después, en 2003, Francisco conoció la posibilidad de recuperar su tierra y además tener un proyecto productivo.
La Unidad de Restitución de Tierras le permitió a este campesino regresar a la vereda La Morena, y aunque ya solo volvería con tres hijos y su esposa, la felicidad de poder estar en el campo era algo que no creía que iba a suceder.
“Solo tengo palabras de agradecimiento con este programa, el cual me permitió volver a tener un hogar. Ahora mi vida es elegante”, dice Francisco mientras baña a uno de sus cuatro cerdos, que hacen parte de su proyecto de producción.
Luego de un proceso que les exigió el Gobierno para poder ser restituidos, Francisco y Blanca tienen un proyecto para desarrollar en sus tierras de $27 millones, el cual incluye plantas de café, yuca y árboles de plátano.
Esta familia vive principalmente de la venta de café. Anualmente sacan 48 kilos avaluados en $700 mil pesos.
Según cifras de la Unidad de Restitución de Tierras, el Gobierno ha invertido más de $6 mil millones en proyectos productivos para las comunidades del Valle del Cauca. Además han sido restituidas más de 8 mil hectáreas de tierra, lo que ha beneficiado a 1.227 familias.
De regreso
Francisco y Blanca corrieron con la suerte de que pudieran volver justo a la casa donde comenzó a formarse una familia, ya que cumplieron con el método de escogencia del predio, el cual tiene tres puntos clave que evalúa la entidad.
De acuerdo con la Unidad de Restitución de Tierras, para poder restituir a una persona en determinado departamento primero debe haber un número significativo de solicitudes por parte de los campesinos; garantizar que no se repita la violencia y además que haya proyectos productivos para que las familias puedan trabajar en la tierra.
Ahora la vida de este campesino ya no es la misma que hace más de 20 años, ya no convive con la violencia, sus hijos pudieron ir a una escuela cerca de la vereda y su familia puede dedicarse a conservar el campo.
Sin embargo, el temor no se ha ido de esta familia. Francisco cuenta que “hay un rumor sobre la llegada otra vez de la violencia a la vereda”, ya que los grupos armados se están reorganizando y las disidencias de las Farc se fortalecen cada vez más en esta zona, según la comunidad.
Mientras recoge algunas frutas de sus numerosos árboles, Blanca dice que “nuestra familia sigue teniendo miedo pero vamos a estar en paz y seguir trabajando en el campo hasta que los grupos armados nos lo permitan. Si no, ya sabemos que otra vez tenemos que buscar un refugio”.
Aunque Francisco seguirá cuidando su tierra y sus cultivos, no quiso dejar pasar la oportunidad para pedirle al Gobierno que no olvide a los campesinos. “Me gusta el campo porque la ciudad, a pesar de que no ha vivido la violencia como nosotros, tiene muchos males e inseguridad, y esa urbe no sería nada sin los campesinos que día a día trabajamos. Así que no nos olviden”, finaliza Francisco.