Gente. Núñez y la demagogia criolla | El Nuevo Siglo
Rafael Núñez advirtió que “aparentemente, ofrecemos hoy el triste espectáculo de un pueblo que entra a la decrepitud sin haber llegado a la virilidad”. / Foto histórica
Jueves, 22 de Febrero de 2024
Alberto Abello

Rafael Núñez en ningún momento firma la famosa ley de “bienes de manos muertas” del gobierno del general Tomás Cipriano de Mosquera, así hubiese hablado con él del asunto, como equivocadamente algunos biógrafos del estadista sostienen y otros repiten de manera malintencionada.  

Es interesante recordar que Joaquín Tamayo insiste en sostener que cuando Núñez desempeñaba la Secretaría de Hacienda, en el gobierno de Manuel María Mallarino, todos sus mensajes de ese tiempo guardan el sello del formulismo y que políticamente no se la juega a fondo, refugiado en un estilo nebuloso e impropio de un político en un cargo tan importante. 

A la inversa, al repasar un mismo párrafo de un mensaje de Núñez de esos tiempos, que cita Tamayo, se deduce lo contrario. Veamos, dirigiéndose al Congreso, dice Núñez: “Vosotros conocéis el estado del Tesoro, que no puede ser más lamentable. Sabéis que las rentas ordinarias están estrechamente comprometidas al pago de la deuda nacional de todas épocas y clases; y que si en el año que cursa el déficit del presupuesto alcanza casi a tres millones de pesos, en el año venidero la situación del tesoro y los obstáculos consiguientes a ella serán capaces de producir en el país toda suerte de calamidades”.

 

Núñez en ese momento no tenía el apoyo del Congreso para lograr cambiar la situación de penuria del Tesoro, así que deja una constancia histórica de la situación. Mucho menos se puede deducir, como lo hace Tamayo, que el dirigente no da la batalla por estar hechizado y “cautivo” por la señora Gregoria de Haro. En realidad, lo uno no tiene que ver con lo otro.

Lo mismo ocurre más adelante cuando comenta los excesos de la Carta de Rionegro, que debilitan el Estado en grado sumo, lo que de momento no puede cambiar, por lo cual deja constancia de su insatisfacción: “En el funesto anhelo de desorganización que se apoderó de nuestros espíritus avanzamos hasta dividir lo que necesariamente es indivisible; y además de la frontera interior, creamos nueve fronteras internas, con nueve códigos especiales, nueve costosas jerarquías burocráticas, nueve ejércitos, nueve agitaciones de todos género casi remitentes. En Suiza y en los Estados Unidos se ha marchado continuamente de la dispersión a la unidad. En Colombia hemos hecho a la inversa, marchando de la unidad a la dispersión. Aquellos pueblos completamente civilizados y vigorosos, han buscado fuerzas y luz adicionales en la federación. Los conductores políticos de un pueblo adolescente apenas, lo compelieron a seguir dirección opuesta”.

Con el consiguiente fracaso político, dado que en vez de conseguir que el país se convirtiese en una potencia como los Estados Unidos, se debilitó aún más y se sucedieron numerosas guerras civiles. Es decir, que el estadista no pudo evitar que en Rionegro se avanzara a un sistema que anarquizaría el país en grado sumo, mas se retira y deja su constancia histórica. A partir de entonces viene la crítica de Núñez al sistema, tanto en lo político y administrativo, como en lo económico. Y frente al inevitable derrumbe de Colombia, desde el exterior lanza en sus escritos las famosas tesis que una y otra vez le dan la razón.

“Nosce Teipsum”

Núñez, en famoso escrito titulado “Nosce Teipsum”, vislumbra las fallas atávicas de algunos de nuestros políticos, imitadores de modelos extranjeros que no consultan del todo nuestra realidad nacional.

“Nos parece fuera de toda duda que hay en el fondo del país una constante zozobra respecto de lo que podría traer el día de mañana, es decir, una especie de susceptibilidad nerviosa muy semejante a la que experimentan las personas atacadas de histerismo. No hay en verdad confianza en la marcha regular de las cosas; se teme siempre un trastorno, un conflicto cualquiera; la llegada del correo es causa de vaga ansiedad, y nadie se sorprende ya demasiado de sucesos que en tiempos normales habrían producido la más honda y duradera sensación”, precisa. Ese párrafo de Núñez, guardadas las proporciones, tiene una vigencia y actualidad sorprendente en Colombia, donde los ciudadanos tiemblan cada amanecer sin saber qué nueva ocurrencia tendrán los demagogos del gobierno.

Núñez invitaba a los colombianos a conocerse a sí mismos. Y en otro párrafo parece recordar apenas hace unos meses, los días antes de que llegara el actual gobierno al poder: “Esa época en que vivíamos un tanto columpiados en el soplo de risueñas ilusiones. Se sufría también, desde luego, pero una acción restauradora no tardaba en aparecer, como sucede con todos los cuerpos que conservan en buen estado sus reservas vitales”. Y la siguiente frase es tan descriptiva de las penurias que vivimos actualmente, que vale la pena reproducirla: “Aparentemente, ofrecemos hoy el triste espectáculo de un pueblo que entra a la decrepitud sin haber llegado a la virilidad”. Y se podría agregar, no solamente en la decrepitud sino en la barbarie. Además, insiste en señalar que “sufrimos una verdadera avalancha de utopías”.

Y los párrafos siguientes de Núñez parecen reflejar de manera premonitoria lo que pasa hoy en Colombia aplicado al gobernante de turno: “La vanidad y la soberbia son pésimos consejeros. Un hombre que se cree perfecto está condenado a la desgracia, parece que no se da cuenta ni de sus errores y debilidades, de que nadie está exento, y sus errores y debilidades, tarde o temprano lo conducen a una ruina cierta. El pesimismo absoluto es infecundo, pero el optimismo absoluto es con frecuencia desastroso”.

Ilusión y soberbia

Siguió Núñez en la referenciada misiva describiendo los pecados de la ilusión y la soberbia de nuestros demagogos cuando se creen grandes estadistas: “Nosotros desde temprano adquirimos la personalidad de los que estamos predestinados a fundar las mejores instituciones del mundo; instituciones que serían un modelo para los demás pueblos, comenzando por los del mismo origen. Esta persuasión aumentó allá por los años de 1849 y 1850, hasta el punto de convertirse en una especie de idiosincrasia nacional. Esta frase poco modesta: ‘Estamos a la vanguardia de las repúblicas hispano-americanas’, era en esa época el verbo cotidiano de nuestros artículos de periódicos y de nuestros discursos”.

En tanto al analizar  el discurso demagógico oficial de hoy, vemos cómo Núñez tenía la razón sobre la sinrazón de algunos de nuestros demagogos de turno; así como el optimismo y la exageración política de entonces hicieron tanto daño, hoy la diatriba oficial conduce a la ruina económica al sector salud, la pérdida de ingresos petroleros, la quiebra de la democracia, la indebida asonada contra la Corte Suprema, el incremento de la violencia, la inseguridad y la anarquía; el aumento de las contradicciones sociales y la miseria, la presión contra los empresarios y la violencia en todas las formas en las grandes ciudades y en los campos. Y lo que es peor, Núñez comenta como lo que él denomina el “optimismo político” se hizo dogma y al que no lo padecía se le persiguió a sangre y fuego.  

Recuerda Núñez como “tuvimos aquí una verdadera avalancha de utopías y paradojas francesas. Así como se importan de Francia con el nombre de vino, ciertas composiciones químicas y alquímicas que allí nadie prueba, así se exportaron en aquella época, con destino a nuestro país, gran volumen de elucubraciones de que ninguna persona sensata haría caso en el lugar de la procedencia. El virus se infiltró en nuestros cerebros y en nuestros corazones, como un cólera morbo moral, y entramos en desordenada, por no decir vertiginosa pendiente de reformas”. Algo parecido, guardadas las proporciones, padece el actual gobierno colombiano, que imita algunas de las instituciones y reformas de la revolución cubana fracasada que condujo ese país a la ruina.