Gente. La grandeza del Regenerador | El Nuevo Siglo
El 5 de agosto de 1886, hace 138 años, se firmó la Constitución Política de Colombia, la cual rigió nuestro escenario constitucional desde finales del siglo XIX hasta la última década del siglo XX. / Imagen del Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Jueves, 15 de Febrero de 2024
Alberto Abello

Quienes leen hoy a Rafael Núñez, en sus escritos sobre la Reforma Política, lo mismo que aquellos que repasan su estrategia y discursos, se sorprenden de que un líder colombiano, nacido en Cartagena frente al mar y viviendo en pleno siglo XIX, cuando nuestro país con frecuencia sufría sangrientas guerras civiles y los dirigentes solían resolver sus disputas a tiros, se exprese en política tan sereno y frío, como un tratadista nórdico.

El llamado “Regenerador” es el mago de la persuasión y de la síntesis conceptual. No se debe olvidar, para aquellos que llaman traidor al personaje, que siempre defendió sus ideas con franqueza. Es así como en artículo del 8 de marzo de 1883, en el cual se refiere al Manifiesto Conservador a su favor, atiende la solidaridad con la que apoyan su candidatura y señala los puntos de convergencia cruciales en política para el futuro de Colombia. Todo lo cual llevaría inexorablemente al país a elegirlo presidente en el 84, hasta adelantar al cambio institucional y pacífico de 1886.

 

 

 

Algunos se sorprenden de que ese mismo personaje, frío como el mármol, en los momentos de tensión política o en medio de la guerra, cuando todos parecen contagiarse de locura, conserve la calma, siempre alerta y lúcido. En esas ocasiones no faltan los que se pregunten si corre sangre por sus venas. Y se confunden más cuando se enteran de su vida romántica y de  su apasionada adoración al mal llamado sexo débil. Lo mismo que sorprende que sus biógrafos les dediquen tan poco espacio a dos de sus musas más interesantes: la hermosa esposa panameña y sobrina de Obaldía, que le abre las puertas a la política, para llegar como diputado panameño a Bogotá. Así como con Gregoria de Haro, con la que comparte 14 intensos años. Además, es verdad que desde los días juveniles se sintió atraído por los encantos de la que sería su última esposa, Soledad Román.

Ese mismo estadista, frío como un témpano en el quehacer político, se derrite en sus versos románticos que muchos colombianos se sabían de memoria, lo que denota un ardiente temperamento. Núñez parece tener una mente con varios compartimentos que le permiten convivir con las emociones románticas y la fría dedicación a los problemas públicos, políticos, económicos y sociales.

Federalismo disolvente

En cuanto al esfuerzo por derrocar el sistema utópico del federalismo extremo y disolvente que desató y agravó la Constitución de Rionegro, no puede ser más diáfano y profundo, por lo que podemos deducir: Núñez en política no traiciona, evoluciona.

El modelo económico del libre cambio y la debilidad del Estado nos hacían descender al abismo de la anarquía permanente. El gran estadista es fiel a sus ideas de orden que defiende con ardor, puesto que se trata de llevar a Colombia a un papel estelar en el mundo, como el soñado por el Libertador Simón Bolívar, así estemos reducidos en lo geopolítico a los antiguos límites de la Nueva Granada, incluida Panamá. Situación que nos obliga a manejar con suma habilidad las relaciones con los vecinos y las potencias de la época.

El federalismo trajo la división de los colombianos que, al montar poderosas burocracias en cada feudo, so pretexto de manejar sus propios recursos, termina por desfalcarse y demostrar la inconveniencia del federalismo entre nosotros, cuando la sabiduría indica que la perecuación es la salvación para las finanzas de la nación.

En un momento dado algunos Estados eran más fuertes que el Estado nacional, como ocurría con el Cauca, Antioquia o Santander. En cierta forma, en 1884, Núñez semeja un prisionero en el palacio de San Carlos que podría en cualquier momento sufrir un golpe de Estado por cuenta del asalto de tropas de otros estados nativos, incluso de batallones acantonados en Bogotá que, controlados por los radicales, le eran hostiles.

Núñez se juega la vida ante el odio desaforado que le tienen algunos de los dirigentes radicales que lo consideran un traidor. Fue un estadista siempre fiel a la conveniencia política del país, a favor de su desarrollo industrial, comercial y agrario. Firme promotor de la educación masiva y de elevar la situación social de las gentes. Entendía que la alta política era esencial para edificar una gran nación. Así que, en un país cercado por cordilleras imponentes y caudalosos ríos, era menester comunicarlo fluvialmente y cruzarlo de ferrocarriles.

Entendía que con los cuantiosos dineros que gastan en armas los Estados y la autodestrucción nativa, un pueblo más civilizado e industrioso habría avanzado al proceloso desarrollo. Mientras que, con tanta riqueza sin explotar, por las guerras civiles y la autodestrucción del terruño, nosotros parecíamos condenados a descender a la barbarie primitiva. No otra cosa era el ‘corte de franela’ que se practicaba con sangrienta frecuencia en el combate incivil.

El mal radica en cuanto los radicales seguían un modelo político que en Estados Unidos o Inglaterra había dado resultados al avanzar en la revolución industrial. Pero no se percataban de que teníamos territorios y climas distintos, elementos raciales, religión y manera de ser diferente, con otros grados de desarrollo en lo material y espiritual. El que sigue un modelo económico foráneo desconociendo la propia realidad, está perdido.

Lo conservador se defendía con ardor religioso en las guerras civiles, puesto que, arma al brazo, el partido estaba ligado a la causa de la religión y la defensa de la propiedad. Núñez, en tanto, ve la religión como instrumento de unidad nacional y de elevar la condición moral de la población. Lo radical, por el contrario, sigue el modelo librecambista con pasión, convencidos de buena fe de que allí está el futuro, sin percatarse de que las ruinosas reglas de juego las escriben los más poderosos No advierten lo que Núñez observa desde el primer momento, cuando se enfrenta a Florentino González, férreo defensor del libre cambio: la ruina que éste va a provocar en ciertos sectores productivos del país, en especial entre los artesanos y algunos sectores manufactureros.

Los conservadores en Bogotá, que siguen los escritos críticos de Núñez, sacan pancartas callejeras, identificándose con sus propuestas. Piden Regeneración, que es la consigna del momento, lo que los va identificando con los postulados del gran estadista. Núñez, en memorable ensayo, analiza el manifiesto conservador que coincide con las consignas del visionario dirigente Carlos Holguín y sus amigos, quienes llevan más de veinte años fuera del poder. Así que nadie fue más franco y desafiante en su política que El Regenerador.