Este año el mundo trabaja por un planeta sin contaminación por plásticos, iniciativa que apoya el Humboldt a través de recorridos guiados por senderos peatonales de los cerros de Bogotá, “pulmón verde” que aporta calidad de aire a una ciudad poblada por millares de personas que viven entre la industrialización, la congestión vehicular y la polución asociada a estos factores.
De hecho, en marzo pasado, la Secretaría de Salud emitió una alerta amarilla por altos niveles de contaminación registrados en la ciudad. El índice de calidad de aire 2,5 MP (un polvillo microscópico producto de la contaminación que al entrar a las vías respiratorias causa enfermedades considerables) alcanzó los 55 microgramos por metro cúbicos en 24 horas, cuando no puede superar los 25 µg/m³.
Los recorridos guiados del Humboldt están diseñados para interactuar con la naturaleza, desde los sentidos, transformando el espacio en un aula viva reveladora. Con algo de suerte, ojos y oídos agudos, el visitante puede toparse con alguna de las 67 especies de aves que habitan la zona, entre ellas búhos, trepatroncos, colibríes, sinsontes y águilas, o maravillarse con especies de nogales de 20 metros de alto, curubas, encenillos, papayuelas, orquídeas, uchuvas, quiches, uva camarona, eucaliptos, acacias y pinos.
Al inicio del recorrido, basta con avanzar unos metros para observar los cerros Monserrate y Guadalupe, también parte del cañón que los divide. Es justo ahí donde se derivan los llanos orientales colombianos y comienzan los relatos del pasado cuando estas colinas, abundantes en vegetación nativa, eran para los muiscas el centro del mundo y del cosmos, residencia de divinidades, cercanía al cielo, motivo de adoración y despensa de alimento y medicinas.
Las casi 14 mil hectáreas que bordean la ciudad de norte (Humedal Torca) a sur (Boquerón de Chipaque) y alturas que alcanzan los 3.575 metros sobre el nivel del mar fueron, además, insumo en la fabricación de viviendas y edificaciones de la naciente Santa Fe de Bogotá, e incluso escondite de fugitivos amantes que huyeron a las profundidades del bosque y por azar tropezaron con el oro de tribus indígenas milenarias que aún permanece oculto, como cuenta la leyenda.
Y es, precisamente, el desconocimiento de esta historia lo que inspira la propuesta de los recorridos: “a la gente se le olvidó que aquí había orquídeas y normalmente las asocia con tierras bajas; la gente olvidó que aquí había robles y cedros que eran sagrados para los indígenas y desaparecieron de nuestra historia cultural”, afirma Wilson Ramírez -coordinador del Programa Gestión Territorial de la Biodiversidad- que busca y recolecta material nativo de los cerros que, tras fortalecerse en viveros, es sembrado en lugares estratégicos para su dispersión y atracción de especies de polinizadores.
Al continuar el trayecto aparecen, como cicatrices, vestigios de una incontrolada deforestación de especies nativas que sumada a construcciones civiles, prácticas agrícolas y ganaderas no sostenibles acarrearon un desequilibrio ecológico que intentó resolverse con un plan de reforestación con especies foráneas de pino, eucaliptos, retamo o acacia negra. Lejos de solucionar los inconvenientes ecológicos, estas especies -conocidas también como invasoras por su rápido crecimiento, dispersión y producción de semillas- dejaron los suelos llenos de hojarasca y semillas de sus árboles, también áridos al drenarles el agua necesaria para su crecimiento.
Finalmente, y en contraste con las abundantes plantaciones de especies invasoras, los visitantes se enteran del proceso de restauración ecológica que le ha devuelto vegetación nativa a los cerros: bejuco lechoso, anturio bogotano, piñuela, angelito blanco, botoncillo y té de Bogotá. También se encuentran otros árboles olvidados del antiguo bosque maduro de estas colinas como el amarillo, el pino hayuelo, el nogal, el ruache y otros géneros más veloces de hierbas, trepadoras y arbustos que a lo largo de un año florecen y producen semillas que terminarán dispersas por el terreno.
En una de las ciudades más pobladas de América Latina, y a escasos kilómetros del centro y sur urbanos se imponen los Cerros Orientales, postales vivas en el paisaje capitalino que hospedan fuentes hídricas y bosques altos andinos que garantizan calidad y disposición de servicios ambientales para casi ocho millones de capitalinos, 20 especies de mamíferos, 121 de aves y 479 de plantas; tres familias de reptiles y cuatro de anfibios; además, son la conexión ecológica regional de municipios vecinos. Conservar y aumentar estos registros depende de iniciativas como las implementadas por el predio Venado de Oro, que apuestan por la revitalización de la historia natural de estos gigantes vitales que, más que brújulas de ubicación geográfica en la ciudad, cobijan vida en múltiples formas.