Al escuchar las diferentes ponencias ante la Corte Constitucional sobre el uso o no de glifosato para erradicar las siembras de coca, queda la sensación de que nuestros dirigentes de ahora y de los últimos años están más perdidos que nunca. Habla el presidente de la República, sus antecesores, habla el fiscal, opinan los dirigentes de las regiones, disertan los que se supone saben de salud, también los científicos y al final lo que más resalta es que se contradicen unos a otros como si se tratara de una convención de orates. Al ciudadano de a pie, no solo en este asunto, sino en muchos otros, le va creciendo la sensación de que quienes dirigen nuestra sociedad están muy confundidos, o son muy sesgados en sus puntos de vista o, lo peor, tienen agendas ocultas. O simplemente no saben cómo solucionar los problemas más grandes de la nación.
¿Quién ha formado los líderes del país? ¿Qué estructuración profunda tienen? ¿Qué proyecto proponen sobre el ser humano que van a gobernar? ¿Los rige como criterio algún ideal importante o solo miran el aplauso de la tribuna? ¿Además de enriquecerse y a sus familias, en verdad algo más los apasiona? Son tantos los palos de ciego que dan que no se atina a pensar que lo único que los desvela es su gloria personal. Pero, por lo demás, los grandes retos de la nación se les van de las manos como si fueran agua. La coca nos inundó, el aire está envenenado en las ciudades, los pueblos siguen en condiciones infelices, el campo ni se diga, no acaban un túnel ni por equivocación, los policías se duermen vigilando sus propias instalaciones. ¿Para qué nos sirven nuestros dirigentes?
Si fueran una casta que vive encerrada en un castillo, pues el tema sería intrascendente. Pero es que su confusión, su falta de valor civil, su miedo a plantarse y defender grandes ideales, terminan siendo una carga insoportable para los ciudadanos. Y si a todo esto se añade el desdén con que los colombianos miramos la ley, pues la combinación resulta explosiva y caldo de cultivo para las mafias, la pobreza, la violencia.
A toda esta confusión hay que sumar el hecho de que en buena medida la gran cantidad de problemas sin resolver están así porque nuestros dirigentes tienen pavor ante los grupos de presión y poco a poco les han entregado, como ofrenda sacrificial, la suerte de la gente: los campesinos, los estudiantes, las víctimas, la mujer, los usuarios del transporte público y privado, los consumidores de los servicios públicos. Tal vez valdría la pena estudiar el caso de Bélgica, sucedido hace no mucho, que no tuvo gobierno por un tiempo amplio y todo funcionó muy bien. Pero por lo pronto lo que se constata es que nuestra dirigencia está muy perdida en la mayoría de los asuntos importantes de la vida nacional. Desde hace años.