Hace unos días, Gustavo Petro aseguró que la última vez que visitó Venezuela fue en el 2006. Pero una entrada de la página web de la Alcaldía de Bogotá, titulada “No venimos a un entierro, venimos a una siembra”, dice lo siguiente: “En entrevista concedida a la cadena de televisión Telesur, desde Caracas, Venezuela, el alcalde Mayor de Bogotá, Gustavo Petro Urrego, contó anécdotas sobre su primer encuentro con el fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez Frías.” La publicación es del 8 de marzo del 2013.
¿A qué se debe la inconsistencia? ¿Olvidó Petro su asistencia al funeral de Chávez, a quien en ese entonces elogió como “un gran líder latinoamericano”, o es que, por obvias razones, ya no quiere que lo asocien con su otrora ídolo y aliado?
Sí hay una clara diferencia entre ambos. Mientras que Chávez ocultaba sus intenciones reales durante su primera campaña a la presidencia de Venezuela, cuando, encorbatado, aseguraba que respetaría la propiedad y la inversión privada, que entregaría el poder después de cinco años -“o incluso antes”-, que no nacionalizaría nada -ni siquiera un medio de comunicación- ni tomaría medidas inflacionarias, Petro no se toma la molestia de disimular sus recetas chavistas.
En el 2018, Petro nombró específicamente a una empresa azucarera que, de llegar al poder, pretendía “comprar a precio justo” para repartir su propiedad entre “gente sin tierra”. Según él, esto no sería una expropiación, porque obligar a un propietario a entregarle su propiedad al Estado en contra de su voluntad y a cambio de una suma arbitraria “se llama paz amigos” (sic). Ahora, Petro dice que los bancos colombianos tendrán que hacer “lo que nosotros consideremos”, pero que no los expropiará. En términos prácticos, sin embargo, la diferencia es mínima.
Aunque no usa el término, sí piensa expropiar 13 billones de pesos anuales al entregárselos a Colpensiones y prohibir que vayan a cuentas individuales de ahorro pensional. Además, propone la misma fórmula que usó el régimen chavista -financiar el gasto gubernamental con la impresión de dinero- para terminar de destruir el valor de una moneda sin demanda más allá del territorio nacional.
Contrario al candidato Chávez, el candidato Petro asegura que un período presidencial no sería de ninguna manera suficiente para completar su “proyecto”. En el 2018 dijo que necesitaba como mínimo 10 años en el poder, cifra que incrementó a 12 en sus últimas intervenciones. Supuestamente contempla la alternancia de poder dentro de una coalición. ¿Olvidará esto como olvidó su turismo revolucionario en Caracas?
El discurso de Petro cala porque los oligopolios que ataca sí son problemáticos, mientras que el uribismo y sus demás contrincantes políticos los sostienen y son parte del problema. Ni el oligopolio bancario, que domina el sistema de pensiones, ni el azucarero, experto en impulsar proteccionismo y aranceles, enfrentan competencia real en el mercado, lo cual se da a costa de la mayoría y en especial de los más pobres.
Pero el petrismo es una manera segura de reemplazar lo malo con algo infinitamente peor.