Las trincheras que construye y que le han valido ser reconocido como “el arquitecto de la tierra” no protegen al armadillo, cachicamo, tatú o mulita grande de los cazadores furtivos y, por ende, de terminar servidos en un plato de un restaurante costoso.
Es más, ni siquiera cambiar continuamente de guarida le ayuda a escapar de sus depredadores a este mamífero, uno de los más antiguos del planeta, que durante años fue desconocido para una gran mayoría y por ello solo hasta ahora se estableció un plan de manejo para su conservación.
Sus ‘majestuosas’ construcciones, aparte de oxigenar la tierra, son heredadas por las serpientes u otras especies para resguardarse.
De acuerdo con Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, muy pocas personas saben que existen 21 especies de armadillos, desde el pichiciego (Chlamyphorus truncatus) de apenas 100 gramos, al ocarro o armadillo gigante (Priodontes maximus) de hasta 50 kilogramos.
“¿Cuántos conocerán que poseen distribuciones muy dispares, desde el quirquincho peludo (Dasypus pilosus) que habita la selva amazónica de Perú, hasta el armadillo nueve bandas (Dasypus novemcinctus) que se puede encontrar desde Argentina y Uruguay hasta el sur de los Estados Unidos?”, se pregunta.
De todos estos, solo el ocarro está catalogado bajo estado de amenaza (EN) en Colombia. Sin embargo, la transformación acelerada del paisaje, los grandes cultivos agrícolas fumigados con químicos que eliminan buena parte de los invertebrados que sirven de alimento a estas especies, las quemas de grandes extensiones de sabanas y bosques y la presión de caza han contribuido a que los armadillos vayan desapareciendo aceleradamente de algunas regiones, muchas veces sin que nadie lo note.
“A todo esto se suma que existen muy pocas evaluaciones biológicas y ecológicas de estas especies, a pesar de ser mencionadas con frecuencia en listados de fauna de evaluaciones ambientales y en estudios sobre cacería. En muchos de estos trabajos la identificación taxonómica se basa en rastros y madrigueras, lo que contribuye igualmente a no tener claro cuáles especies realmente están en las zonas que se evalúan. Esto parece ser particularmente recurrente con el género Dasypus, el grupo al que pertenece el armadillo de nueve bandas, sin lugar a dudas la especie de armadillo mejor conocida y que ha recibido la mayor atención de la comunidad científica”, señala Trujillo.
Recuerda que “es el único mamífero -además del ser humano- que es naturalmente susceptible a la lepra, por lo cual está prestando invalorables servicios como animal de laboratorio en la investigación biomédica”.
Plato costoso
En restaurantes, especialmente de los Llanos Orientales, así como en Bogotá o Cartagena, los platos de los llamados animales silvestres o de selva, son ofrecidos a muy alto costo (entre 15 y 20 dólares) y resultan muy apetecidos por los comensales, generalmente extranjeros.
“Ese es uno de los factores que aumentan la caza de armadillos, a pesar de que su comercialización está prohibida por ley”, recuerda Trujillo y añade que “para el consumo de los nativos, para su supervivencia, está autorizada, pero no para venderla en restaurantes”.
Además señala que “no hay que olvidar que estos animales transmiten enfermedades a los humanos. Nada más el coronavirus, se dice, pasó de un animal al hombre; por ello hay que tener cuidado”.
Otro aspecto para tener en cuenta es que este cachicamo no es tenido como mascota en los hogares, aunque sí los cazan pequeños, los crían y luego “se los comen”.
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En otros países, como en México o Estados Unidos, el consumo de carne de armadillo es mínimo o nulo.
Indica que “el armadillo es originario de América del Sur pero hace presencia en La Florida, Estados Unidos, en donde se ha convertido en un problema porque hace sus madrigueras en los campos de golf”.
Protección
Las razones para protegerlo y evitar que termine como menú de alto valor en un restaurante, son muchas.
Entre ellas está que es utilizado para estudios científicos porque al no ser tradicionales, ayudan a resolver problemas difíciles.
Se tienen en consideración por poseer una vida de larga duración que permite realizar estudios de enfermedades crónicas; ser susceptibles a infecciones y otras manipulaciones experimentales para las que no se poseía un animal adecuado, y ser reservorio de enfermedades endémicas de interés nacional.
Pero pasaron muchos años antes de que se empezara a valorar esta especie en Colombia. Hoy ya se cuenta con un plan de manejo para su protección, para salvarlo de los cazadores furtivos y de que sean un costoso plato.
La compañía Oleoducto de los Llanos Orientales, que opera en los departamentos del Meta y Casanare, encendió una luz de esperanza para los armadillos en la región que lleva su mismo nombre y en cuyo logo resalta la figura de un tatú.
Recientemente, en 2012, decidió crear un programa voluntario de conservación de estas especies en su área de influencia como un aporte de responsabilidad ambiental. Para implementar el programa se hizo una alianza muy importante con Corporinoquia y Cormacarena y algunas entidades territoriales, a la que se sumó la Fundación Omacha como implementador, así como Corpometa y el Bioparque Los Ocarros como entidades claves para promover la conservación ex situ de los armadillos.
“A pesar de su adaptabilidad y de ser unos verdaderos sobrevivientes del mundo, hoy se encuentran entre las especies más amenazadas en nuestro país, principalmente por acciones como la caza para el consumo de su carne, la destrucción de bosques y sabanas para actividades ganaderas y de construcción, y el uso de pesticidas”, reitera Trujillo.
El trabajo de este plan está encaminado a mostrar la importancia del armadillo para los ecosistemas. Por ello se han hecho videos, charlas y campañas educativas, entre otros recursos, con las comunidades de las zonas en donde hace presencia la especie.
El Plan de Conservación y Manejo de los Armadillos de la Fundación Omacha involucró, desde 2012, a la población campesina en temas de educación, monitoreo y conservación en las fincas y restaurantes de la región, en donde cazaban y vendían carne de armadillo.
“Desarrollamos una red que se llama ‘Amigos de los armadillos’, es decir, campesinos y locales que viven en fincas, reservas de la sociedad civil o empresas dueñas de plantaciones de palma que están comprometidas con la conservación de los armadillos”, dice Trujillo.
Hoy ya se cuenta con 70 mil hectáreas en las que los armadillos son protegidos por los mismos propietarios de estos predios.
También se ha impulsado la creación del certificado Restaurantes Libres de Carne de Monte, que se entrega a los locales comerciales que garantizan que no venden carne de fauna silvestre. Al principio se vincularon 27 restaurantes; sin embargo, algunos cerraron debido a la pandemia. Hoy hay 19 restaurantes que portan este sello.