La crisis del 29 y Pío XI | El Nuevo Siglo
Lunes, 29 de Abril de 2019

“Solo espíritus superficiales hablan de un Dios nacional”

1929 fue un año de grave crisis para el capitalismo por la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York el 24 de octubre de ese año; ante esas circunstancias, el Papa Pío XI publica para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la Rerum Novarum, su encíclica Quadragesimo anno el 15 de mayo de 1931, destacando el Papa la responsabilidad del Estado en la atención de los ciudadanos, al decir que “la gente rica, protegida por sus propios recursos, necesita menos de la tutela pública, la clase humilde, por el contrario, carente de todo recurso, se confía principalmente al patrocinio del Estado”.

Pío XI incluyó la formación del capital en manos de los trabajadores; la necesaria regulación entre el capital y el trabajo y visionariamente plantea el Papa la superación de la lucha de clases; de la necesidad de entendimiento; de la exigencia de que la economía se impregne de justicia y para ello esté sometido a una autoridad cuya ley máxima no sea el egoísmo sino el bienestar común. El Papa denunció las injustas pretensiones del capitalismo, no obstante que sólo deja al trabajador lo necesario para reparar y restituir sus fuerzas, e indicó la forma correcta de fomentar la paz y la justicia, así como el carácter social del trabajo del obrero, quien como padre de familia, debe recibir un sueldo lo suficientemente amplio para atender convenientemente a las necesidades domésticas ordinarias.

“En nuestros tiempos no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos…Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto de la ilimitada libertad de los competidores, de la que han sobre vivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia”.

También habló del socialismo moderado y del socialismo violento o comunismo y, ante la panorámica de la sociedad, proclamó la solución a sus males en una justicia social basada en los valores evangélicos, en una “regeneración social” donde el género humano debería volcarse a las doctrinas del evangelio.

En otras encíclicas: Non abbiamo bisogno (No tenemos necesidad) del 29 de junio de 1931 denunciaba el totalitarismo del régimen de Mussolinni, calificado de “estatolatría pagana, en contradicción no menos con los derechos sobrenaturales de la familia que con los derechos sobrenaturales de la Iglesia”; Mit brennender Sorge (Con viva preocupación…) del 14 de marzo de 1937 que denostaba del nacionalsocialismo y del uso blasfemo de la religión por parte de la ideología nazi y la elevación de la raza a suprema norma, lo cual calificó de auténtico culto idolátrico y de “provocador neopaganismo”; y la Divini Redemptoris, del 19 de marzo de 1937, que condenaba el comunismo ateo como intrínsecamente malo por tener una concepción materialista de la vida y de la historia y expresó que la colaboración con ese sistema es ilícita e inmoral, por socavar los fundamentos de la civilización cristiana.

“Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos”.

A este papa le correspondería solucionar la “cuestión romana” y proceder a la firma de los pactos lateranenses de 1929 entre la Iglesia y el gobierno fascista del Estado italiano, que dieron origen al Estado de la Ciudad del Vaticano.

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