HACE más de 20 años empezaron a tomar fuerza las clasificaciones internacionales de universidades y entre las varias que existen destacan, por su nivel de evaluación y seguimiento, la de Shanghái y la británica QS. En ambas, así como en otros, la calidad de los profesores, su nivel de investigación, la cantidad de reconocimientos recibidos, entre ellos el premio nobel, y el número de publicaciones realizadas o fuentes citadas, son de los indicadores más relevantes. Las mediciones han tenido un efecto en el número de estudiantes, en la firma de convenios, la realización de eventos académicos y, en general, en el nivel reputacional de las universidades mejor ubicadas.
Desde el inicio, las universidades estadounidenses, británicas y australianas comenzaron a liderar las clasificaciones, mientras que regiones como el Medio, Cercano Oriente y América Latina poco destacaban. Sin embargo, en los últimos años comenzaron a ascender las universidades de los países del Golfo, en especial las de Arabia Saudita.
Las mediciones se contradicen con la realidad social del país, donde hay poca investigación, donde el acceso a la educación para las mujeres es reducido, donde la visión ultraconservadora hace que pensar, producir conocimiento e investigar sea muy limitado. En primer momento se pensó que las universidades estaban haciendo la tan necesaria revolución del conocimiento, y que desde los centros educativos estaban liderando las acciones en pro de la ciencia, la tecnología, la innovación, la investigación y la generación de conocimiento.
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El salto de las universidades saudíes fue más que sospechoso, sobre todo en el ranquin QS, donde pasaron de tener una universidad entre las 1000 primeras del mundo, hace dos décadas, a ubicar 15. Mientras en el de Shanghái, de no tener ninguna a siete.
Para los procesos, que requieren contratar planta docente con alto nivel de formación así como publicar e investigar con resultados, el destacado progreso causó inquietud y las sospechas se confirmaron con la denuncia que hizo la investigadora española de origen serbio, Mira Petrovic, quien informó que recibió una oferta económica de 70 mil euros anuales de la universidad King Abdulaziz, que aparece como la mejor del país, por cambiar su dirección de residencia académica de un centro de investigaciones en Cataluña a la ciudad de Ryad.
Es decir, que todo lo que publique e investigue quedaría como producido en la universidad y solo tendría que ir por unos días, tres veces al año, con todo pago.
Por cuestiones éticas, la investigadora que presentó la denuncia ha destapado la cadena de corrupción de falsificación en las investigaciones realizadas por las universidades saudíes.
El portal Web Clarivate, se dio a la tarea de investigar qué profesores e investigadores de alto nivel cambiaron su lugar de residencia a Arabia Saudita en los últimos años y se encontró con 12 investigadores chinos, 11 españoles, 6 italianos, 6 británicos y 5 alemanes, pero que en total las universidades saudíes reportan 112 investigadores de entre los más citados del mundo que, en teoría, trabajan e investigan en el país del Golfo. Esa es una cifra que dobla la que tiene Alemania, una potencia en investigación y generación de conocimiento de alto nivel.
Varias universidades han iniciado procesos de investigación porque cuentan en sus centros de investigación y pagos en Europa, China o Estados Unidos a investigadores que de forma extraña cambiaron su domicilio principal a una universidad saudí.
El caso más sonado y que llevó a una destitución y sanción para trabajar por 13 años, la hizo la universidad de Córdoba al químico Rafael Luque, el investigador con más publicaciones y citas de la universidad, quien a espaldas de la misma firmó un contrato para cambiar el domicilio, cuando seguía trabajando e investigando con recursos españoles. Sólo el cambio de Luque de la universidad de Córdoba a la de Rey Saúd, hizo que la universidad andaluza descendiera más de 150 puestos en la clasificación internacional QS.
Otro caso fue el del químico Damiá Barceló, unos de los investigadores españoles con más publicaciones, quien también cambió de domicilio a la misma universidad saudí y afirma que no recibió dinero por hacerlo pero si, de manos del mismo rey de Arabia, un premio de 120 mil euros por sus investigaciones sobre la contaminación de los ríos. De igual forma, en sus frecuentes viajes a ese país, recibe recursos para participar en investigaciones y lo hospedan en los mejores hoteles, con sumas de viáticos escandalosas.
Afirma Barceló que hizo el cambio para poder viajar sin problema alguno a desarrollar investigaciones de interés en el reino.
Otros investigadores niegan haber recibido esos ingresos, pero es evidente que la trama de corrupción científica dará para hablar en los próximos años y los más de 100 investigadores de alto nivel que en teoría se fueron a vivir e investigar en Arabia Saudita, deberán demostrar por qué el cambio si no vive, ni investigan en dicho país.
Por otra parte, se abre un debate sobre las mediciones internacionales y la forma tan fácil como algunas universidades pueden incrementar su clasificación en una línea que deja de lado los principios éticos que en una universidad no deberían perderse tan fácil. Además, que causa inquietud que otros países del Golfo como Qatar, Emiratos Árabes Unidos o Bahréin, los que también están ascendiendo de forma acelerada en las mediciones internacionales de universidades de calidad.
Un reto para revisar de forma cuidadosa la forma como se miden las universidades y de que lo que producen -realmente- transforme a la sociedad en donde se encuentran asentadas. No se puede perder de vista la responsabilidad social con la calidad del conocimiento que tienen las instituciones educativas en sus países de origen.
*Especialista en Educación