Insurrección Wagner muestra un Putin aislado y sin estrategia | El Nuevo Siglo
Archivo AFP
Martes, 27 de Junio de 2023
Pablo Uribe Ruan

“Lenin y sus espías alemanes deben salir”, decía Lavr Kornílov, en 1918, con la intención de recomponer el viejo régimen, sepultado por los bolcheviques en octubre del año anterior. Para él, un general de alto rango que contaba con el supuesto respaldo de Aleksander Kerenski, “los soviets debían ser erradicados, la disciplina militar restaurada y el gobierno provisional reestructurado”.

Un siglo y unos años después, Vladimir Putin, el domingo brevemente, comparó a Yevgeny Prigozhin con Kornílov. Expresidiario y ayudante de cocina en los años 90, Prigozhin hoy dirige el ejército de mercenario más grande del mundo, el “Grupo Wagner”, y en la noche del 23 de junio se rebeló -lo discutiremos- en contra de Vladimir Putin en la novena ciudad más grande de Rusia, Rostov del Don para intentar, tal vez como Kornílov, recomponer el antiguo régimen o empezar uno nuevo.

Sobre Prigozhin, cinco después de la rebelión, poco se sabe. La prensa occidental asegura que está en Bielorrusia, auspiciado por el dictador Lukashenko, que no parece tan aliado de Putin, como lo fue al comienzo de la invasión de Ucrania. O, quizá, el bielorruso está siendo el puente entre el líder de Wagner y Putin para desescalar las tensiones entre sus tropas irregulares y el ejército ruso.

Lo cierto es que, después de la rebelión, Vladimir Putin ya no es visto como el inquebrantable autócrata al que le temían líderes internacionales como Recep Tayip Erdogan o Bashar Al assad y fuerzas opositoras al interior de Rusia. Un ejército de mercenarios ha puesto en duda su liderazgo y estrategia en Ucrania, así como su capacidad para manejar efectivamente la purga al interior de su régimen.

Rebelión o golpe de Estado

Pasados unos días, aún no es claro si lo que pasó en Rostov fue un golpe de Estado o una rebelión. En un interesante debate entre los académicos Stathis Kalyvas y Kristen Harkness, público en redes sociales, el primero se atañe a la clásica definición de golpe de Estado de Edward Luttwak, teórico de la violencia política, que establece que la intención del golpe no sólo es conseguir el poder central a partir de un grupo de outsiders, sino que se debe ejecutar en la sede o corazón del régimen.

Visto así, por haber empezado a 1,000 kilómetros de Moscú, lo del pasado sábado fue una rebelión de un grupo lejos del poder central y por un autor que, hasta el momento, no era parte de las grandes dirigentes del régimen. Esta tesis tiene varios hechos históricos que la contradicen, como el golpe de Estado de Francisco Franco contra Manuel Hazaña, en 1936, que empezó en Marruecos, o muchos golpes latinoamericanos.



La tesis parece correcta, no obstante, en señalar que Prighozin no necesariamente buscaba tomarse el poder central, sino que su intención fue enviarle un mensaje a Putin de que ha sido capaz de rebelarse contra su régimen por considerarlo corrupto, desorganizado -lo dijo públicamente- y otras cosas más que desconocemos.

Falta de liderazgo

La rebelión de Wagner da cuenta también que Putin ha sido incapaz de impedirla con algunos de sus 200,000 hombres desplegados entre Rusia y Ucrania. Los contingentes ubicados en el sur de Rusia, en la frontera con Crimea, no han opuesto resistencia a los tanques de los mercenarios, sino que también han dado señales de apoyo a éstos, a los que se han unido algunos ciudadanos de regiones alejadas de Moscú o San Petersburgo, en las cuales se han reclutado miles de jóvenes para ir al frente.

Como explica Liann Flix en la revista Foreign Policy: Putin fue demasiado inteligente para dejar que la guerra en Moscú y San Petersburgo afectara negativamente a las poblaciones de élite de estas ciudades. Sin embargo, su misma astucia impuso una guerra de elección a las poblaciones no elitistas del país”. En un sistema oligárquico, que está basado en una clase empresarial que heredó las empresas públicas de la URSS y a la que se unen militares y algunos políticos, esta posición es entendible. Pero deja un lado que, además de una imborrable historia colectivista, el mensaje nacionalista que Putin ha defendido ha sido muy pobre para que la Rusia rural y fronteriza apoye el reclutamiento de sus jóvenes.

Otro desafío que tiene Putin desde ahora son las purgas dentro del régimen. A diferencia de los tiempos del general Kornílov, en las que las tropas del zar Nicolás II ya habían perdido la guerra con Japón, el presidente ruso hoy pelea una guerra allende a sus fronteras y tiene que ser muy cuidadoso en limpiar el régimen de militares y funcionarios desleales. Una mala decisión no sólo puede afectar su estabilidad, sino la capacidad de mando en las tropas que están en Ucrania, golpeadas por la contraofensiva de Kiev en Zaporiya.

Sobre la guerra de Ucrania se abren, también, varios interrogantes. ¿Están atomizadas y divididas las tropas leales a Moscú luego de la rebelión de los mercenarios de Wagner? Es posible. Prigozhin ha abierto un manto de duda sobre la corrupción del ministro de Defensa ruso, al mismo tiempo se puede dar la posibilidad de que algunos militares piensen que puede haber un cambio de régimen en Moscú y eviten contraatacar.

Con incertidumbre y sin una estrategia clara, las tropas rusas se atrincheran en el frente. A diferencia de la unidad dentro de las fuerzas ucranias. Treinta años atrás pasó lo mismo con el organizado ejército croata frente a las fuerzas bosnio-serbias, en la guerra de los Balcanes, como relata el libro “Por qué los hombres pelean”, de Sinisa Malisevic, guerra que terminó ganando la naciente Croacia.