Persistentes desafíos a legitimidad política de Ucrania | El Nuevo Siglo
EL joven mandatario de Ucrania, Volodímir Zelenski, camina sobre el alambre arriba de una inmensa piscina repleta de caimanes
Foto archivo AFP
Domingo, 8 de Agosto de 2021
Giovanni Reyes

Un personaje ajeno al entramado de la política tradicional de Ucrania se hizo con el poder político de ese país -la segunda república exsoviética más poblada-. Su nombre, Volodímir Zelenski (1978 -). Su presencia mediática, dado el hecho de ser un cómico muy popular, le posibilitaron ganar la confianza de la población. 

Su elección tuvo lugar el 21 de abril de 2019.  Fue en la segunda ronda de elecciones donde se hizo con el 72% de los sufragios. Le ganó al otro contendiente, Petro Poroshenko (1965 -) quien ocupaba la presidencia de Ucrania luego del golpe de Estado conocido como del Maiden, en 2014. 

He aquí un rasgo notable del sistema político ucraniano: la búsqueda de la legitimidad concreta, es decir de un gobierno que no sólo gane las elecciones de manera limpia y libre en los procesos de votación -legitimidad formal- sino que encamine las acciones del gobierno en función del bienestar de los grupos mayoritarios de la población. 

Lo que está en juego es fomentar y fortalecer una efectiva red de instituciones incluyentes, es decir que permitan la participación oportuna y activa de la población en los procesos de desarrollo de un país. Se reconoce que se debe avanzar en dotar a las instituciones de procesos, mecanismos y recursos que las hagan, como mínimo, menos excluyentes a medida que se fortalecen las instancias de efectiva representatividad en el Estado.

El reto de la legitimidad concreta es doble: (i) ampliar las capacidades de los grupos sociales, vía la educación y la capacitación; y (ii) aumentar las oportunidades, por medio fundamentalmente, de la creación de empleo y de vitalizar emprendimientos e innovaciones en el sector empresarial.

Eso es lo que en esencia desea lograr la población de Ucrania -algo similar a las aspiraciones de muchos países que tienen democracias de fachada-. Es la esperanza de amplios grupos poblacionales lo que hace prevalecer a alguien que no es un político tradicional.  De allí surgieron, por ejemplo, los liderazgos de Alberto Fujimori en Perú (1990), la fortaleza de la candidatura de Ross Perot en Estados Unidos (1992) y la victoria de Hugo Chávez en Venezuela (diciembre de 1998), entre otros.



Esa búsqueda de esperanza se encamina a que el gobierno algo haga beneficioso por la sociedad, de allí que hubo grupos que apoyaron a Porochenko luego de 2014.  Se trataba de un empresario con una fortuna estimada en 1,700 millones dólares.

Sin embargo, quedó al descubierto la falacia mediante la cual se considera que siempre, si se es buen empresario será buen presidente. Porochenko utilizó las instancias del poder político para gestionar grandes capitales. Un fenómeno que no escapa a otras naciones en el Tercer Mundo -Latinoamérica, el Caribe, África y buena parte de los países asiáticos-. 

De esa cuenta, notables grupos de mayor poder económico ejercen una notable influencia política. Los resultados gravitan en torno a entidades que son excluyentes y no permiten esa ampliación, ni de capacidades ni de oportunidades a que se hacía referencia. Ante la decepción de la gestión del multimillonario que tomó el poder de Ucrania en 2014, las personas optaron por preferir al cómico Zelenski.

Ahora el joven presidente, luego de dos años en el poder, lo que puede exhibir es no haber sido víctima de un golpe de Estado. Algo es algo. El mandatario ciertamente camina sobre el alambre arriba de una inmensa piscina repleta de caimanes. No es para menos. 

Por una parte, está la Rusia de Vladimir Putin, quien ha retomado la importante península de Crimea, en el Mar Negro. Una vía totalmente estratégica que permite el acceso a Turquía, la frontera sur oriental de Europa, y con ello al polvorín de Medio Oriente, Irán e Irak.  Estos accesos contribuyen a que Rusia tenga un papel protagónico en los conflictos recurrentes de la región, además de ingreso al occidente asiático.

Por otra parte, es evidente que Ucrania no desea perder los territorios al oriente del país -Donetsk y Lugansk- y para ello, además de Rusia, debe lidiar con la compleja dinámica y urdimbre de relaciones.  Para hacer frente a estos retos, la administración Zelensky recurre a Estados Unidos y a Europa.

No tuvo más remedio el presidente ucraniano, desde Kiev, la capital, de darle la mano a Trump, cuando era presidente. Eso le valió bastante desprestigio al gobierno ucraniano, debido a que fue partícipe al menos parcialmente, de las no pocas “movidas” mefistofélicas del dueño de casinos que mandó en Washington desde 2017 a 2021. 

Ahora la Administración Biden toma cierta distancia del gobierno de Kiev.  Tiene poderosas razones y en Washington se sabe que la dinámica no es simple.  Se desea imponer castigos a Rusia, pero no se quiere -ni mucho menos- tratar de apagar con gasolina, el incendio de Medio Oriente, las amenazas de Irán e Irak.  Se sabe que en medio de esto está Ucrania, y por supuesto es de considerar los intereses de los aliados europeos.

Esa es la dinámica en la cual Zelensky debe enfrentar los desafíos de la legitimidad concreta. Sabe que además de los problemas internos y con Rusia, también el país debe establecer nexos constructivos con Europa y Estados Unidos, cuidando de no involucrarse erráticamente con la dinámica bélica de la región.

El gobierno de Kiev no puede hipotecar todas las expectativas en Washington o en forma excluyente con las posiciones europeas. Por el momento Zelensky manifiesta el deseo de entrar a la OTAN. Mide sus palabras. Muy en especial, se muestra atento a las reacciones de Moscú. En toda esa caminata por la cornisa, la Administración Zelensky requiere de un plan estratégico tan urgente como oportuno, amortiguando los problemas internos que también están presentes.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario

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