Fueron dos frases muy puntuales del presidente Joe Biden al justificar el retiro de tropas norteamericanas de Afganistán, que en medio del caos generado en Kabul sonaron a retórica, pero que si se analizan con detenimiento pueden implicar un cambio en los conceptos de intervención militar e implementación de la democracia que desde décadas han movido la política exterior norteamericana.
“Nunca se suponía que la misión en Afganistán fuera construir una nación” y “La misión nunca fue crear una democracia unificada y centralizada”, indicó Biden horas después de que el talibán se hiciera con el control territorial de ese país, facilitado sin duda por el acelerado retiro norteamericano.
Y si bien la estrategia intervencionista norteamericana es de vieja data, al igual que su ideal de promover y/o consolidar la democracia en los lugares donde ha participado militarmente, lo ocurrido en Afganistán y también lo próximo a resolverse en Irak, pueden llevar a un cambio radical en estas ‘doctrinas’.
Para visualizar si ello es posible, EL NUEVO SIGLO consultó a cuatro internacionalistas: Andrés Molano (profesor de relaciones internacionales de la U. del Rosario), Giovanni Reyes (Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard y académico de la U. del Rosario), Emerson Forigua (profesor de Política exterior norteamericana de la U. Javeriana) y María Teresa Aya (Coordinadora Maestría en Asuntos internacionales U. Externado).
Todos estos expertos coinciden en señalar que el concepto de intervencionismo se mantendrá incólume porque básicamente es un principio fundamental de la política exterior y que los cambios se darán en la forma en que se implementará por factores que van desde los desarrollos tecnológicos que requieren menor intervención humana en el terreno hasta los costos, tanto económicos como de pérdidas humanas que implica la movilización de contingentes de tropas.
Para Forigua, las palabras de Biden “parecen mostrar un cambio en la estrategia y que con sus matices se ha desarrollado desde 2001, en lugares como Irak, Afganistán, Siria o Libia. La tecnología ha cambiado el concepto de la guerra y se está volviendo mucho más tecnológico, más quirúrgico, de esa forma la intervención no cambia sino la manera de intervenir”.
La académica Aya sostiene, por su parte, que “mandar grandes tropas a grandes guerras” fue un tema en el que nunca estuvo de acuerdo el hoy mandatario demócrata y que así lo hizo evidente tanto cuando debutó como congresista (1974) al pedir presidente Nixon retirar las tropas de Vietnam como al cuestionar siendo su vice la decisión de Barak Obama (2009) de aumentar los contingentes en Afganistán.
En la misma línea el profesor Reyes recuerda que tras la debacle de Vietnam se intentó priorizar la diplomacia y que solo en el caso extremo “de una intervención debía ser rápida y contundente, en lo que Afganistán fue una excepción”. De allí, como resalta Molano, que Biden siga la línea de algunos antecesores de “prometer que renunciará al aventurerismo intervencionista” pero destaca que “resulta interesante el tono realista de su discurso, su énfasis en que la política exterior debe concentrarse en la defensa de los intereses vitales para la seguridad nacional de Estados Unidos”.
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Añade que “la gran pregunta es dónde ubica la administración Biden esos intereses vitales y cómo considera que deben ser defendidos. La forma en que responda esa pregunta definirá, en buena medida, la política internacional durante la próxima década”.
Respecto al concepto de crear democracia donde no las hay o consolidar sus valores donde son incipientes, los consultados por EL NUEVO SIGLO indican que tras lo ocurrido en Afganistán si debe darse un cambio en sus objetivos, estrategias y herramientas. Resaltan que si bien es un modelo político que se ha extendido por el mundo, el concepto occidental sobre éste es -y tiene por qué serlo- muy diferente al de otras latitudes, especialmente en países asiáticos. Y es bajo esta óptica que el argumento de “llevar democracias o rehacer países” con el que tradicionalmente se justifica el intervencionismo está fuera de lugar.
“La idea de que basta democratizar los Estados para lograr un mundo más seguro y estable es un espejismo. Hay suficiente evidencia de ello. Por otro lado, intervenir militarmente para provocar un cambio de régimen, y luego embarcarse en la tarea de construir nación es costoso, ineficaz y sobre todo contraproducente”, sostiene Molano mientras que la analista Aya recuerda que “el partido demócrata siempre ha tenido la idea de que sus intervenciones tienen que crear democracia y fomentarla” y considera que es allí “donde se han equivocado en las intervenciones”.
En tal sentido evoca que “A finales de 1992, Estados Unidos interviene en Somalia para abrir corredores que permitan la llegada de ayuda humanitaria. Sin embargo, cuando llega Clinton a la presidencia aumenta la presencia militar con el objetivo de que los somalíes tengan una democracia, acaben las guerras tribales y puedan construir un Estado, a su imagen y semejanza, como diría la Biblia. De hí viene el incidente de Mogadiscio y todas las catástrofes que pasaron en Somalia”. Es por ello, insiste Aya, que “esa idea de ir a crear Estado y nación si no se tiene muy claro el componente cultural, en dónde estoy interviniendo, qué significa nación para ellos y quiénes son ellos es un fracaso total”.
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Siguiendo esa línea se pronuncia Forigua al sostener que “llevar la democracia a regiones que son ajenas al concepto no es imposible, pero ello debe ser un proyecto a largo plazo y por tanto requiere de grandes recursos e importantes esfuerzos en muy diversas áreas en sociedad extranjera, así como de un gran liderazgo. En contextos como el afgano, la antorcha de la democracia, las libertades y el estado de Derecho, debe contar con brazos que estén dispuestos a llevarla. Eso implica esperar una nueva generación”.
Los analistas Aya y Molano coinciden en que a nada ni a nadie le gusta que le impongan las cosas y mucho menos un modelo político, y que la concepción de la democracia es muy diferente en Occidente, Asia y Medio Oriente. Ambos señalan como ejemplo que “India es la democracia más grande del planeta y electoralmente lo son, con un alto porcentaje de gente que vota”, pero que mantiene un sistema de castas, algo que “para nosotros no es democrático”.
“La viabilidad de la democracia depende de muchos factores: de diseños institucionales congruentes con realidades materiales, de capacidades administrativas y funcionales, de condiciones económicas, de la cohesión social (que no equivale a homogeneidad). Lo que sí es cierto es que la democracia no es un producto espontáneo, ni tiene una talla única, ni es el resultado de una receta universal que pueda simplemente imponerse por la fuerza”, agrega Molano.
Y complementa el concepto el profesor Reyes al manifestar que entre los factores que obstaculizan la perspectiva de llevar o desarrollar democracia en países extranjeros “está la raigambre cultural y en casos como el afgano, la influencia de la religión es un aspecto esencial”, aunque advierte que la esencia del modelo político que se busca es el respeto a los derechos humanos “el que debe prevalecer por encima de cualquier cultura o interpretación religiosa”.