
El resultado de las elecciones en Alemania es, en primer lugar, un acto de reafirmación en los principios conservadores. Que no es cosa de poca monta luego de que llegó a pensarse que Angela Merkel sería irremplazable y que faltarían lustros (inclusive décadas) para que el conservatismo volviera a llegar al poder en el país teutón.
No obstante, transcurrió muy poco tiempo para que sucediera lo contrario y la primera economía de Europa volviera a dar un giro integral hacia las políticas conservadoras precedentes, con sus modificaciones y ajustes.
En efecto, Friederich Merz, precisamente el adversario de Merkel al interior de la centro-derecha alemana y que fue relegado como un diputado de segundo orden a los lugares periféricos de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), logró recomponerse y prácticamente levantarse de las cenizas políticas. Así, a la renuncia de Merkel y en un corto lapso Merz, de 69 años, se convirtió en la figura conservadora estelar que enfrentó al actual y corto gobierno socialdemócrata, encabezado por Olaf Scholz, que sumió a la potencia europea en una de las peores crisis económicas de los últimos tiempos.
En efecto, Merz no solo obtuvo la jefatura del CDU, sino que dejó de lado la tendencia excesivamente centrista de Merkel, tal vez para una época diferente a la de hoy, y se afincó en los estrictos postulados de la centro-derecha alemana. El gran reto consistió, no solo en mantener y fortalecer la coalición entre demócratas-cristianos (CDU) y social-cristianos (CSU), sino en evitar que esa aglutinación, que tantos beneficios ha traído a Alemania en décadas, se deslizara hacia el radicalismo de la extrema derecha. O sea, que se mantuviera la línea en los preceptos de Konrad Adenauer, por supuesto impidiendo la derechización extremista que, haciendo un parangón, fue lo que le permitió a Hitler, a comienzos de los años treinta del siglo pasado, consolidarse en el poder y luego asumir las facultades extraordinarias de las que nunca volvió a desprenderse. Y que, por esa vía autoritaria inverecunda, llevó a la debacle alemana, incluida la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y la escisión territorial del país en medio de la Guerra Fría.
Ciertamente, si los partidos demócratas del centro-católico no se hubieran entregado entonces a Hitler, aceptándole la vicecancillería, podría haber sobrevenido alguna probabilidad, por más leve, de que los sucesos históricos no se hubieran desarrollado en los tenebrosos términos en que ocurrieron. Al fin y al cabo, el centro-católico, que todavía gozaba de un amplio respaldo por parte del pueblo alemán, era la última tabla para el salvamento de la democracia y la República de Weimar, aun con todos los sacrificios que ello significaba. Desde luego era otra época, en que el comunismo era el indeclinable temor de la nación germana.
De modo que la victoria de Merz, casi una centuria después, comporta ante todo la reafirmación de las ideas conservadoras que animan a la coalición centro-derechista alemana. Y que, por decirlo así, guarda ciertas similitudes con el centro-católico de la época (ya traído a cuento), pero con la diferencia y el gran aliciente demoliberal de no haber cedido un ápice a la derechización totalitaria en que naufragaron los poderosos grupos políticos de entonces. Nada más fácil, en la actualidad, que Merz cediera a la tentación de lograr una mayoría parlamentaria automática y holgada, aliando sus 210 curules con la ultraderecha (AfD) que, para sorpresa de muchos, pero que en cierta medida era previsible por el sentimiento antiinmigración existente (especialmente en la antigua Alemania sovietizada), obtuvo el segundo lugar en el Bundestag con 145 escaños. Y que, sin embargo, sería tanto, para Merz, como desdecirse del mandato electoral que salió triunfante en sus manos, precisamente en contra de esa posibilidad y al mismo tiempo reduciendo a los socialdemócratas de Scholz a un 16%, una de las peores derrotas socialistas en su larga trayectoria.
La centro-derecha alemana promulga la familia, la libertad de mercado, la iniciativa privada, la solidaridad, como también se opone a la denominada agenda progresista (woke) y quiere cambios en el modelo de inmigración de Merkel. Uno de sus principales objetivos es resolver el tema de la seguridad (tanto la interna como la europea) y asegurar las fuentes de energía. Desde hace tiempo puede decirse que, como han dicho, es el partido del sentido común.
Por su parte, el gobierno de Merz será medido en si es capaz de sacar a Alemania de la recesión económica y el rezago tecnológico. Y la paradoja es que deberá contar con los socialdemócratas, causantes de la crisis, con el fin de lograr las mayorías tradicionales en el Bundestag. Con una diferencia: en esta ocasión serán los conservadores quienes volverán a estar al mando de la principal potencia europea. Y esa será la garantía de un gobierno fuerte en una Alemania fuerte, sin aspavientos ultraderechistas.