Paradojas en concierto de la Filarmónica en el MamBo | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Domingo, 5 de Septiembre de 2021
Emilio Sanmiguel

Sí un niño tiene la oportunidad de oír buena música, cuando crezca y oiga reguetón, inmediatamente va a notar la diferencia”, dijo hace unos días el padre Vicente Durán Casas SJ que como melómano sabe bien de lo que habla, a propósito del ciclo de conciertos de música contemporánea que en el Museo de Arte moderno realiza, el último domingo de cada mes, la Filarmónica de Bogotá.

Entre esa reflexión y esta imagen, tomada hace ocho días, en la tercera de las jornadas Mambo-Filarmónicas, alcanza uno a dudar en el sentido de cómo analizar la tercera de esas incursiones de la música al interior del museo.

Los de la fotografía son apenas dos de los numerosos niños, llevados por sus padres al Mambo. Han dado ejemplo de sincero interés por lo que ocurre y miran a los músicos con la curiosidad de quien parece estar descubriendo un mundo desconocido: el de la música.

El domingo pasado el público estaba encantado, salvo una de las luminarias de la cultura local que chateó al ritmo del escenario sin descanso.

Desde luego que todo se confabula para que sea así. El salón donde ocurren los conciertos, por una especie de milagro, funciona acústicamente y sirve de contenedor para las piezas inquietantes, irónicas, poéticas, hasta violentas de Luz Lizarazo; tirados en el piso cojines para el público, más atrás algo de silletería, al fondo otros de pie.

Hay muy poco en común con los protocolos de las salas convencionales de conciertos, nada resulta intimidante para estos niños, por eso pueden disfrutar, sin distraerse, y expresarse, así como los ven al aplaudir, nada más hay que mirar la fotografía. A mi derecha, el domingo, una mujer, muy joven, lo oyó con una creatura en los brazos que tampoco chistó, sólo durmió.

Todo este preámbulo para bajarle a la intensidad de lo que aquí interesa, que al fin y al cabo fue el concierto en sí mismo. Que no fue ni muy contemporáneo ni muy moderno que digamos.

Es probable que la presencia del compositor, buen compositor, de absoluta estética contemporánea, Luis Pulido en el público haya puesto en evidencia que el programa no era propiamente el más moderno posible: ¿Para cuándo su música?

Porque pese a que Christian Guerrero, primera flauta de la Filarmónica, sugirió que la primera obra, la Romanza para violín y piano en Re bemol mayor op. 37 de Saint-Saëns tenía visos y giros de modernidad, bien se sabe que Saint-Saëns, extraordinario compositor, uno de los más sorprendentes niños prodigio de todos los tiempos, no fue propiamente un paradigma de modernidad en su tiempo. Ahora, cosa muy diferente es que, tanto él, como el pianista Juan Carlos de la Pava, la recorrieron de manera impecable, sonido, fraseo, buen gusto, todo.

Con la siguiente obra, definitivamente hay que convenir en que sí, de las del programa fue la única contemporánea. Tan contemporánea que el compositor, Luis Eduardo Aguilar, estaba presente en la sala. Ahora bien, caso interesante por cuanto su Suite latinoamericana, que interpretaron Guerrero y de la Pava, es contemporánea, pero en una línea resueltamente nacionalista y musicalmente atada a la tradición: eso es válido, desde luego. Guerrero y de la Pava la tocaron con extroversión, sin eludir el espíritu festivo de sus tres movimientos -Danzón amoroso, Vals tierna infancia y El rey Pelé Choro- y manteniendo una constante fluidez en el recorrido, con un resultado, sin la menor duda grato, pero exento de los conflictos sonoros y de contenido que son una de las grandes preocupaciones de los compositores de nuestro tiempo y también de las obras de Lizarazo que cuelgan de las paredes del Mambo.



La novedad

Enseguida una novedad, absoluta novedad en nuestro medio, pero, ni tan moderna ni tan contemporánea: la transcripción, de mano del compositor, para flauta y piano, de La sonata de César Franck; piedra angular de la forma cíclica, de la cual La Sonata en La mayor es prácticamente su manifiesto, pero, que es de 1886 y como vamos por el 2021, tiene 135 años. Nuevamente, qué bien tocada, con cuanta musicalidad, respeto por el estilo, coherencia, diálogo profundo entre el piano y la flauta, hasta pasajes de sensualidad. Podría argumentarse que, por ser una obra visionaria, punto de inflexión en la historia de la música anterior al impresionismo de Ravel, Debussy y demás, tenía sentido tocar esa maravilla donde la música se nutre de sí misma, como una salamandra, en el marco del Convenio Mambo-Filarmónico. Pero resultaría muy traído de los cabellos.

El complemento, o la parte complementaria al programa, tampoco se atrevió a ir a lo modernamente audaz: transcripciones de obras diversas -Bach, algo de música de cine- para el Cuarteto de 3 trombones -Nestor Slalov, Nelson Rubio y Gloria Ramírez- y tuba -Fredy Romero- de la Filarmónica. Lo mismo: impecable la interpretación, interesantes transcripciones, pero, no tan en el espíritu de lo que se espera del Ciclo contemporáneo.

Al final, pues la paradoja, esa contradicción, porque es verdad que hubo buena música, que lo digan esos dos niños de la fotografía. Lo que no hubo fue una música a tono con la estética que es la razón de ser del museo: contemporánea, moderna, audaz, osada, contestataria, la que raramente se oye en los conciertos, misma por la que Stravinski se jugó la vida cuando le puso punto final a La consagración de la primavera.

Dado que lo moderno empiece en La consagración. Esa es otra discusión.