Me escribe la periodista Claudia Palacios lo siguiente: “Buenas noches padre De Brigard. Me llega su artículo del Nuevo Siglo donde, según usted, yo he dicho que las mujeres no sirven sino para abortar. Me calumnia. Que usted no esté de acuerdo con mi postura respecto al derecho al aborto, no le da razón para poner sus interpretaciones como frases mías. Le agradezco que haga la respectiva aclaración. Me llama la atención que un miembro de la Iglesia Católica, y además decente, use la mentira como argumento. Que tenga una feliz noche”.
Tiene razón la señora Palacios al pedir exactitud en la transcripción de su pensamiento que consiste en estar de acuerdo con el derecho al aborto y no en haber afirmado que las mujeres solo sirven para abortar. Esto último es una deducción mía luego de leer varias de sus columnas y viene siendo un tomar la parte por el todo. El tema de fondo, sin embargo, sigue siendo el mismo y que nos tiene en orillas separadas a una multitud de otra: la una cree que se puede abortar en ciertas circunstancias o en cualquiera circunstancia; la otra, allí me sitúo yo, piensa que no ha existido ni puede existir el derecho a acabar con la vida de nadie, mucho menos con la vida más frágil e indefensa que es la que se está gestando en el vientre materno (¡y que a uno lo mate la mamá, me parece tenaz!).
Claudia Palacios medio me salva en su reclamo al calificarme de decente y me quedo pensando qué significa ser decente. Desde luego no mentir ni calumniar. Pero debe ser un asunto mucho más profundo. Porque ojalá todo el mundo fuera decente. Y yo sí creo que hay aspectos que ajan notablemente la decencia. Por ejemplo, creer que existe el derecho a acabar con la vida de alguien y acaso participar en la ejecución de tal supuesto derecho. Eso no me parece que tenga excusa.
Tal vez en esta época de la llamada posverdad -es decir, en el que la verdad no es la última palabra y tal vez ni siquiera importa- alguien pueda pensar que la decencia consiste en estar de acuerdo con todo lo que en el ambiente flota como normal y aceptado. Yo creo que hoy en día la decencia es un esfuerzo continuado por filtrar la inmensa contaminación que hay en el ambiente, que está saturado de propuestas indecentes, de posiciones que justifican todo lo que no tiene sentido y, en últimas, de todo lo que está arruinando la vida de infinidad de personas, engañadas en forma casi que perfecta.
Por desgracia, el campo para discutir acerca de estos temas está prácticamente agotado pues la otra orilla ha echado mano del Estado, la ley, la policía, los laboratorios farmacéuticos, para acallar y amenazar a los de esta orilla. Esto, en todo caso, no cambia un ápice la verdad de las cosas. Pero nuestro mundo es kafkiano y es en el cementerio central de Bogotá donde está escrito en grandes letras: “La vida es sagrada”.