Abrazar la incertidumbre y ejercitarse en la esperanza. Parecería una frase de cajón y sin embargo encierra todo un camino de tránsito, valioso para este tiempo de oscuridad que atraviesa la humanidad. Porque hoy más que nunca necesitamos ayuda sicológica para conocernos e interpelarnos, y espiritualidad para calmar la sed de trascendencia que nos lleva, de una u otra manera, a caminar acompañados.
Esta pandemia no se puede atravesar de modo individual. No hay manera de escapar ni de esconderse. Es un desafío colectivo. Sólo viajando acompañados a las entrañas de esta realidad, podemos salir a la luz.
Aceptar la realidad que estamos viviendo y mirarla a los ojos, así no la podamos descifrar, es un primer paso en el cual coinciden los maestros de sicología y espiritualidad. Reconocer en voz alta que tenemos miedo a la enfermedad y a la muerte. Llorar si necesitamos llorar. Validar los sentimientos de incertidumbre e impotencia y reconocernos vulnerables. Porque, como afirma el escritor español Pablo D’ Ors, “una espiritualidad que niegue las emociones es un fraude. La espiritualidad no está para acallarlas”. Propone vivir con la paradoja y la contradicción de lo que cada uno es, para que se convierta en un campo fecundo y creativo. “Aceptar la tensión positiva que es la vida e ir a lo concreto. Allí la esperanza es una virtud que puedes entrenar”.
Con un grupo de amigos decidimos poner manos a la obra del cuidado sico espiritual y creamos el grupo “Principio y Fin” para compartir todos los pensamientos y sentimientos que nos provoca la situación que estamos viviendo. Empezamos hablando de los temas antes vedados como la enfermedad y la muerte, conversaciones que desembocan siempre en las cosas bellas de la vida.
Una primera aproximación al tema tabú, nos llevó a comprender que más que el temor a la muerte es el miedo a cómo morir. Es la angustia que produce la idea de morir solos en una unidad de cuidados intensivos, como lo estamos presenciando hoy con la pandemia. Es triste observar el dolor que expresan los deudos al no tener la posibilidad del adiós en una ceremonia religiosa presencial, que permita procesar los duelos.
Son muchos los interrogantes que se plantean: ¿Cuál es el origen del miedo? ¿Qué es la fe? ¿Cómo se prepara uno para morir? ¿Qué estamos llamados a hacer, además de cuidarnos para sobrevivir? ¿Qué podemos aportar a nuestras comunidades? Es sano expresar en voz alta la incertidumbre que vivimos millones de seres humanos y abrirnos al conocimiento que ha acumulado la humanidad sobre estos temas, no sólo científico, sino espiritual. Atrevernos a vislumbrar un camino de preparación para la inevitable muerte, conduce al silencio, a la contemplación, a la gratitud y a la comunión con los otros seres humanos. Conduce a abrazar la vida. A querer vivir en paz con uno mismo, con los demás y con Dios.