Abstinencia | El Nuevo Siglo
Martes, 27 de Agosto de 2024

Como profesor de asuntos estratégicos, he esperado para escribir este texto el triple del tiempo que considero adecuado para que un Estado más o menos influyente se decida a lanzar una respuesta militar tras haber recibido un ataque verdaderamente dañino.

De hecho, el ayatolá Jamenei, jefe del Estado iraní, ordenó una retaliación directa contra Jerusalén tras la muerte del líder de Hamás en su bunker de Teherán. Pero nadie le hizo caso.

Más adelante, ante tan irrespetuosa tardanza, destacó con lucidez que si un Estado teme a emprender represalias es porque solo puede ser considerado como de poca monta en el sistema internacional de seguridad.

Posteriormente, los persas lanzaron la graciosa narrativa consistente en que si Israel acordaba una tregua con su apoderado -Hamás-, ellos se abstendrían de lanzar el feroz y temido contraataque.

Para decirlo en pocas palabras, los iraníes llegaron a la conclusión de que, aún si lanzaran algún tipo de simple y tardía maniobra reactiva, se encontrarían ante tres deplorables escenarios: 

Primero, el de redoblar la pérdida de reputación suscitada cuando el enjambre de proyectiles que dispararon contra Israel el pasado 13 de abril fue interceptado en un 99 % por los aliados occidentales.  

Reputación que, entre sus apoderados (léase Hutíes, Hamas y Hezbolá) debe estar en un déficit altamente preocupante.

Segundo escenario, el de propiciar una operación anticipada y combinada entre Israel y Estados Unidos que paralizaría a los operarios de misiles antes de apretar el botón, triplicando así la pérdida del relativo prestigio que, cada vez con mayor precariedad, aún ostentan entre sus abnegados seguidores extrarregionales, incluyendo los que tiene en América Latina.

Y tercero, el de recibir, en virtud de la legítima defensa, un aluvión aliado de explosivos que bien podrían derrumbar los cimientos infraestructurales de su gobernabilidad, poniéndole fin a la cuestionada teocracia.

Dicho de otro modo, la nomenclatura no ha secundado a su inteligente ayatolá no tanto porque quiera convertirlo en hazmerreír de la sociedad de naciones -que también-, sino porque, en realidad, es incapaz de ejecutar la tarea sin caer en el absurdo: causar un daño mínimo al antagonista, provocándose a sí mismo la devastación más aparatosa.

O sea, que todo este fracaso de la pretendida disuasión persa (al que, entre otras cosas, han tenido que acostumbrarse a lo largo de la historia) no es tan solo un problema militar para el séquito del amado líder.

Es, ante todo, un problema identitario-existencial que demuele el perfil estratégico de Irán como presunta potencia emergente.

Porque si el peor dolor de cabeza para los esquemas disuasivos es que los adversarios detecten el fanfarroneo (el bluff) operacional de quien blasonea, en este caso no cabe duda de que Alí Jamenei ha logrado conquistar la más preciada de las medallas de oro.

vicentetorrijos.com