Presentadas las listas de candidatos al Congreso de la República comienzan en forma las elecciones parlamentarias, y de la mano las presidenciales y las consultas de las coaliciones de movimientos y partidos, ahora inventadas para escoger un candidato de “unión” a la presidencia -cuestión que se ha configurado casi como una obligación, en una especie de primera vuelta de tres, de no lograrse más de la mitad de la votación a favor-.
No obstante, el desprestigio popular del Congreso, la votación viene en ascenso y la abstención cada vez es menor. Esto elevará el umbral de lista y en efecto la cifra repartidora, según la cual cada parlamentario representa el mismo número de votos.
Hoy el Congreso cuenta con un total de doscientos sesenta y ocho congresistas, ciento dos senadores y sesenta y seis representantes, y se mantiene bicameral a pesar de los continuos planteamientos sobre su reducción en número como argumento de mayor eficacia.
La buena imagen del Congreso no está en si son más o menos los representantes o senadores sino en su capacidad para recoger y transmitir las verdaderas necesidades de la gente, en especial de las regiones que representa. He ahí lo importante de revaluar la representación por circunscripción nacional del Senado.
Así como los candidatos a la presidencia presentan un programa de gobierno, con una agenda específica, que se traducirá luego en el Plan de Desarrollo, aunque suele recoger líneas base del anterior gobierno y mucho de continuidad, podría pensarse una agenda sobre lo fundamental por cuatro años que haga el Legislativo al inicio de su mandato.
Algunos dirán que para eso se divide cada cámara en sus comisiones constitucionales, sin embargo, la Agenda Parlamentaria va más allá. Sería una hoja de ruta de mediano plazo que sentaría unos compromisos mínimos con varias ventajas.
Se trata de fijar unos temas y actividades con anticipación entre los distintos partidos que lo integran. Habría una convergencia sobre asuntos apremiantes de la Nación.
La Agenda no estaría liderada en sus grandes temas por los proyectos de ley que presenta el ejecutivo o el gobierno de turno, sino que el Congreso lideraría unos ejes en convergencia, aunque por supuesto puede coincidir con proposiciones del ejecutivo.
Igualmente, las bancadas de región podrían tener ahí una relevancia. Sería antes que nada un marcador de ruta que encendería el faro al comienzo de la legislatura y tendría un seguimiento hasta el final del período.
Una Agenda parlamentaria, independiente de la cantidad de proyectos de ley que presenta cada congresista en particular, permitiría abordar lo mínimo y primordial, en consonancia con el querer de la gente y con esas reformas estructurales que no logran trascender.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI