El agua es bendita por naturaleza, así que debería ser un pleonasmo el encabezado de esta columna. Sigue siendo bendita para la gran mayoría de los seres humanos, que la valoramos por su esencia vital y no por su valor comercial. Claro que tiene un costo tratar y llevar el agua desde los embalses o las bocatomas hasta cada grifo, o transportarla en carrotanques, mangueras y bidones hasta los asentamientos más pobres. Los romanos y los aztecas construyeron formidables acueductos que abastecían en forma continua a sus ciudades. El agua era tratada con respeto, con reverencia, pues no conocemos hasta el momento ningún tipo de vida que no dependa del agua. Pero, como a los seres humanos nos asaltan con bastante frecuencia el olvido y la avaricia, hemos dejado de honrar el líquido y lo hemos reducido a mercancía que se trafica y desperdicia, como si pudiésemos fabricarla o fuese ilimitada. El agua dejó de ser bendita.
Desperdiciamos ese fluido vital en múltiples formas: no solo son los billones de litros de agua que cada día se asesinan para la extracción de petróleo o gas a través del fracking, proceso en el cual se contamina el agua con aditivos como ácidos y sales que favorecen el rompimiento de la roca, sino también la contaminación de las acuíferos cercanos como consecuencia de inevitables filtraciones. También son los ríos literalmente envenenados con cianuro y mercurio para la explotación de oro, los cauces a los que se vierten residuos industriales y aguas servidas sin tratamiento alguno. Igualmente son las construcciones sobre humedales, rondas de ríos y manglares de los mares. Eso ocurre en las escalas grandes, pero en las escalas más pequeñas, las de la cotidianidad, es la llave que no ce cierra mientras nos lavamos los dientes, afeitamos o enjabonamos, o los chorros que corren al lavar automóviles o andenes. Se nos embolató la consciencia.
La esperanza está en las movilizaciones que le devuelven al agua su carácter de bendita y en las acciones puntuales para cuidarla y honrarla. Consultas populares como las realizadas en Cajamarca y Cumaral en Colombia y San Carlos Alzatate en Guatemala en defensa del agua y el medio ambiente son muestra de la recuperación de esa consciencia embolatada.
También necesitamos movilizarnos en nuestros hogares, reciclando el agua de las lavadoras, recolectando agua lluvia donde sea posible, o simplemente regulando el grifo y honrando al agua de tubo, apta para el consumo humano en muchos lugares. El tema no es si se tiene el dinero para pagar la cuenta del acueducto, por alta que sea, o la botella de agua de la marca de moda; es de regular su consumo desde el reconocimiento del agua como bendición, como elemento de sanación, como motor de la vida.